Nunca respondo a los comentarios de mis lectores con un artículo. Ni cuando son elogios ni cuando son críticas duras. Cada persona tiene absoluto derecho a interpretar mis textos según su perspectiva, y valoro la pluralidad de opiniones, incluso cuando discrepan profundamente de la mía.

Pero en este caso haré una excepción. No porque el comentario provenga de un ciudadano común —cuyos desacuerdos siempre son legítimos y bienvenidos— sino porque quien opinó sobre mi artículo anterior no es un lector cualquiera: se trata de un diputado dominicano de ultramar para Europa, electo para representar los intereses de la diáspora en el Congreso. Precisamente esa condición, la de legislador con voz y voto en nombre de los dominicanos que residimos en el exterior, hace indispensable dedicarle unas líneas.

Aprecio sinceramente su mensaje, diputado. Es un gesto de cortesía que se haya tomado el tiempo de leer mi artículo sobre la diplomacia dominicana y contestar, aunque lamento que su respuesta haya sido un simple ataque personal disfrazado de comentario respetuoso. Según usted, mis reflexiones me señalan como “un hombre preso del pasado”. Curiosa manera de argumentar: descalificar al autor para eludir la discusión de fondo. Es la clásica falacia ad hominem, tan vieja como la retórica misma. Cuando faltan razones, se recurre a etiquetar, para no tener que debatir los hechos.

Permítame aclarar algo fundamental, señor diputado: mi texto no fue una elegía nostálgica ni el lamento de un funcionario que añora pasadas glorias. Fue —y sigue siendo— un reclamo actual y legítimo. Una denuncia pública sobre la manera en que, durante décadas, los consulados dominicanos han funcionado más como botín político que como verdaderas oficinas al servicio de nuestra diáspora. Y esto no es nostalgia: son realidades perfectamente vigentes, documentadas y, lamentablemente, reiteradas en cada cambio de administración.

Las cifras, que suelen ser más tercas que cualquier interpretación subjetiva, revelan cómo persisten en muchos consulados dominicanos prácticas que poco tienen que ver con el interés colectivo y mucho con el clientelismo. Nombramientos por amiguismo, cargos consulares sin justificación operativa, nóminas que engordan sin que el ciudadano común —ese dominicano que necesita renovar su pasaporte, legalizar un acta o recibir asistencia ante una urgencia— vea mejoras tangibles en la calidad del servicio. Ni tampoco el empresario que busca orientación para exportar sus productos, o el artista que espera respaldo institucional para promocionar nuestra cultura, o el inversionista extranjero que necesita información ágil y confiable para traer capital al país. Para todos ellos, la diplomacia debería ser un verdadero motor de oportunidades, no un simple refugio de favores políticos.

¿Es esto un problema del pasado? ¿O se trata de un fenómeno que simplemente cambió de camiseta partidaria? Usted, diputado, con su posición privilegiada para fiscalizar y proponer reformas, debería ser el primero en exigir explicaciones, no en cuestionar al mensajero que se atreve a señalar el vicio.

No niego que el presente gobierno haya anunciado ciertas iniciativas para transparentar o modernizar el servicio exterior. Si esas iniciativas se consolidan, seré el primero en celebrarlas. Incluso estoy dispuesto a dedicar un próximo artículo exclusivamente a divulgar los avances si me muestra datos concretos: cuántos puestos consulares superfluos han sido eliminados, cuántos cónsules han sido seleccionados por méritos y no por afinidad política, cuánto se ha ahorrado al contribuyente tras una auditoría exhaustiva del servicio exterior.

Porque ese es el punto, señor diputado: la discusión debe girar en torno a hechos verificables, no a etiquetas emocionales. Cuando usted responde a un artículo con un diagnóstico sobre mi persona, calificándome de “preso del pasado”, pero omite refutar una sola de las cifras, de los ejemplos o de las prácticas que allí señalé, deja claro que prefiere atacar el carácter del autor antes que contradecir la sustancia del texto.

Eso —y permítame el sarcasmo— no habla tanto de mi presunta nostalgia, sino de cierta incomodidad política ante un debate que exige asumir responsabilidades. Es precisamente esa mentalidad de desviar el foco, de reducir el escrutinio a un asunto personal, la que mantiene intacta la cultura de la impunidad administrativa.

Quisiera hacerle algunas preguntas, no retóricas, sino muy concretas. Y ojalá esta vez sus respuestas no se limiten a caracterizar mi estado psicológico, sino a ilustrar la gestión actual que usted defiende.

  • ¿Qué leyes o iniciativas parlamentarias ha impulsado usted para erradicar el clientelismo en los consulados dominicanos?
  • ¿Qué legislación ha propuesto o implementado para beneficiar directamente al dominicano en el exterior, ese que con sus remesas sostiene el crecimiento del PIB y aporta decisivamente a nuestras cuentas macroeconómicas?
  • ¿Cuáles son los resultados medibles de los esfuerzos del actual gobierno por profesionalizar el servicio exterior?
  • ¿Cuántos consulados han sido auditados públicamente en el último año?
  • ¿Qué mecanismos de rendición de cuentas están en marcha para garantizar que cada peso invertido en nóminas consulares esté justificado?

Le invito, diputado, a que publique usted mismo esas respuestas. Estaré encantado de replicarlas, citarlas y difundirlas, porque mi objetivo no es atacar a personas, sino contribuir —desde el rol que me corresponde como ciudadano, escritor y periodista— a un debate serio sobre cómo debe funcionar la diplomacia dominicana.

De manera que no, no soy un prisionero del pasado. Estoy perfectamente instalado en el presente, observando cómo ciertas prácticas del pasado siguen disfrazadas bajo nuevos slogans. Y seguiré preguntando e incomodando, porque ese es el derecho y el deber de cualquier dominicano que ama su país, viva donde viva.

Lo invito pues a refutar con hechos, no con lugares comunes ni diagnósticos sobre mi nostalgia. Si tiene datos que muestren que nuestra diplomacia ya no es botín de partidos, que los consulados han dejado de ser feudos clientelares y son ahora vitrinas de profesionalismo y servicio a la diáspora, le ofrezco desde ya estas mismas líneas para celebrarlo.

Hasta entonces, seguiré insistiendo en lo obvio: la diplomacia dominicana no necesita consignas ni justificaciones psicológicas para sus críticos. Necesita eficiencia, transparencia y verdadera vocación de servicio.

Ariosto Sosa D´Meza

Resido en Praga, República Checa. Soy egresado de la Universidad Karolina de Praga. Estudie Massmedia y periodismo. También soy egresado de la Academia Cinematografica Checa Miroslav Ondricek. Me dedico como colaborador externo (freelance) para varios medios de comunicación checos. Entre ellos Radio Praga, la revista política semanal Reflex y colaboro en producción en el área de documentales con varios canales de televisión checos.

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