Los habitantes originales de la isla de Santo Domingo no conocían el carnaval como expresión cultural. Llegó con los colonizadores españoles y aunque no existe documentación al respecto, para muchos fue en el segundo viaje del Almirante Cristóbal Colón el 2 de noviembre de 1493 cuando arribaron con él 1200 personas de diversos sectores de clases sociales, aunque predominaba el sector popular.

Sin embargo, el investigador Carlos Esteban Deive reporta su existencia en 1553 y el historiador Manuel de Jesús Mañón Arredondo acorde con el Archivo de Indias afirma que fue antes del 1520 en la ciudad de Santo Domingo, convirtiéndose así en el “Primer Carnaval de América”.

Maria-de-Toledo
María de Toledo

Desde la colonización española hasta la vida Republicana el Canaval se resumía en “encuentros” púbicos, expresiones espontaneas barriales y bailes exclusivos en espacios públicos-privados en lugares cerrados, localizados históricamente en varios lugares del país como por ejemplos, en la ciudad de Santo Domingo, Montecristi, Santiago, La Vega y Puerto Plata.

En un momento dado, la Plaza de Armas, hoy parque Colón en la zona colonial de la ciudad de Santo Domingo era el espacio idealizado de estos encuentros, la ribera del río Ozama y el Palacio de las Casas Reales para la celebración de los bailes de la élite, que chocaba con los bailes profanos de los estudiantes de la Universidad, realizados en casas alquiladas aleatoriamente.

Nada de “desfiles de carnaval” formales, oficiales, institucionalizados durante la ocupación haitiana, la Independencia Nacional, la Restauración y la primera ocupación norteamericana.  Durante la dictadura trujillista, fueron realizados Corsos Floridos en algunas calles y pequeño  desfiles, algunos en El Conde, desde el parque Colón hasta el parque Independencia.

En las primeras fases pos-trujillista, se organizaron pequeños desfiles de carnavales locales, logrando un impacto trascendente al organizarse el Desfile Nacional de Carnaval a partir del 1983, cuando por vez primera se pudo mostrar una síntesis nacional de los carnavales locales, siendo incluso el único país en lograr esta hazaña.

Durante años, hemos participado y coordinado en diferentes momentos la organización del desfile nacional de carnaval, el carnaval regional banilejo, el carnaval de Azua, de San Juan de la Maguana, de Bonao, de Puerto Plata, de Verón y en los últimos nueve años en el desfile del carnaval del Distrito Nacional.

De igual manera, organizamos el desfile del carnaval de las Américas con motivo del quinto centenario, donde participaron diez países, incluso Rusia, el carnaval del Caribe con la presencia de seis países del Caribe y el carnaval de Cotuí al cumplir 500 años.   Puedo decir con propiedad, que los modelos de varios carnavales locales se han agotado, se han tornado obsoletos, porque los tiempos y las circunstancias han cambiado.  Además, han fracasado las institucionalidades del Estado, desde los Ayuntamientos locales hasta el Ministerio de Cultura.  Lo más trágico es que cada elección municipal-nacional, en la mayor parte de las veces, implica la sustitución de los que van agregando experiencias y conocimientos, por empleados y funcionarios advenedizos, extraños, no legitimados en el sector cultural, analfabetos en el conocimiento del carnaval.

Rey y Reina del Desfile Nacional de Carnaval

Institucionalmente los responsables casi nunca han definidos políticas públicas en relación al carnaval con visión de Estado.  Solo se han ocupado por obligaciones, días antes de los desfiles, con la ausencia de un proceso de formación permanente de los carnavaleros, de intercambios, de talleres, de cursos, en procesos pedagógicos-educativos, a un sector con vivencias, con limitada visión del papel y función del carnaval como proceso cultural en las dimensiones de la identidad y la dominicanidad, donde los desfiles de carnaval son un mero espectáculo.

Esto ha ido permitiendo la disminución del carnaval con expresiones artísticas-culturales minoritarias, desarrollándose un “preciosismo” que privilegia la fantasía con desprecio por la tradición y la identidad, esvaciando al carnaval de sus dimensiones contestatarias y de resistencia,  donde el carnaval se torna comercial, en un negocio para una élite de vivos, donde no hay programas para el desarrollo de las industrias culturales carnavalescas y donde se quiere a toda costa, utilizar ganancias politiqueras de quienes pretenden y se creen líderes inmútales.

Lo primero que hay discutir es sobre la organización de los carnavales locales, donde no hay departamentos de carnaval y en casi ningún lugar hay “comités” independientes de las esferas de las alcaldías, donde prevalece el poder de los “Síndicos” (Alcaldes) para definir los responsables de la organización de “sus” carnavales, porque a conveniencia definen los recursos económicos y facilidades para su realización, acorde con sus intereses políticos y lugares donde no ha habido una importantización de las organizaciones de los carnavaleros, las que no toman casi nunca en cuenta y solo las quieren utilizar.  La gran excepción ha sido la Alcaldía del Distrito Nacional.

Desde los tiempos del presidente Hipólito Mejía, el desfile nacional de carnaval se entendió que no debe ser organizado por una institución única estatal, sea la Alcaldía, el Ministerio de Turismo o el Ministerio de Cultura como ha venido ocurriendo históricamente. El presidente Mejía, mediante decreto decidió que fuera organizado por la Comisión Nacional de Carnaval, ratificada por decreto también del presidente Leonel Fernández, pero abortada y manipulada para su estancamiento y manipulación por algunos ministros de cultura para su monopolio.

Eugenia Torres, Cotuí.

Ante el desfase de muchos desfiles locales de carnaval y del Desfile Nacional de Carnaval, idos de las manos, de modelos que ya cumplieron su papel, ya obsoletos, se debe pasar a un proceso de análisis, de discusiones, de talleres en búsqueda de nuevas propuestas, para evitar el desorden y el caos, para que los carnavales sean más que desfiles y no simple espectáculos.  Creo que el Ministerio de Cultura, con diversas instituciones, debe de liderar este proceso.