La infausta muerte de Stephora Anne-Mircie Joseph, la niña de sólo 11 años y de nacionalidad haitiana, en una excusión de un colegio de Santiago, ha sacudido la conciencia ciudadana de ese municipio y de todo el país. La circunstancia en que se produjo la tragedia, los hechos que la precedieron, el errático comportamiento inicial de las autoridades del centro escolar, de las autoridades locales de Educación y del Ministerio Público y otras autoridades, ha dado lugar a que algunos lideres de opinión afirmen que, por las razones últimas que produjeron el hecho, se quiere imponer el encubrimiento/impunidad. Algunos lo hacen en base a diversas fuentes y con claros visos de irrefutables consistencias. Toca a las autoridades interpeladas demostrar lo contrario.
Hay suficientes indicios sobre el aserto arriba expresado. La tragedia se inicia con una violación del protocolo del Ministerio de Educación que rige las actividades de los estudiantes fuera del recinto escolar, las cuales deben ser estrictamente educativas. Se realizaron en una finca privada dotada de cámaras que registran el discurrir de las actividades que allí se realizan. Se ha establecido que la niña murió en una piscina. Si las referidas cámaras estaban funcionando es obvio que las circunstancias de su muerte están registradas. Se afirma que la causa del deceso fue asfixia por inmersión. Si es así las cámaras evidencian cómo se produjo la inmersión o, de ser el caso, quiénes la produjeron. Algunos comunicadores afirman tener informaciones comprometedoras, a través confesiones de familiares de niños/ niños, sobre cuántos y quienes fueron.
La principal autoridad local del Ministerio de Educación afirma que esa dependencia tiene las informaciones sobre cómo se produjo la tragedia; se supone que se basa en datos obtenidos dados por informantes o por las evidencias que arrojan cámaras instaladas en el lugar del hecho, pero las autoridades competentes se han negado a darlas a conocer. Esas informaciones preliminares se pueden ofrecer a los familiares de la víctima y a la población. Negarse es negar un derecho ciudadano y dar motivos a que se eleven voces reclamando transparencia y que, como en casos parecidos, no se cubra con el manto de la impunidad de la justicia selectiva y protectora de los poderes fácticos: económicos, políticos y sociales locales.
Los reclamos de justicia de muchos contra el manejo de este trágico y conmovedor hecho están motivados por el conocimiento de esa justicia a lo largo de nuestra historia. También, porque la víctima es una joven haitiana, como era el joven haitiano que apareció colgado en un árbol en un parque de la referida ciudad, un caso olvidado por la Justicia
En esencia, los reclamos de justicia de muchos contra el manejo de este trágico y conmovedor hecho están motivados por el conocimiento de esa justicia a lo largo de nuestra historia. También, porque la víctima es una joven haitiana, como era el joven haitiano que apareció colgado en un árbol en un parque de la referida ciudad, un caso olvidado por la Justicia. Por eso esos comunicadores son taxativos cuando afirman que el factor racismo sería una de las causas de la consumación de la desventura que consumía la existencia de la niña y de su familia. Por eso su insistencia en que se haga justicia en el marco del debido proceso y que, por lo horrendo del caso y las condiciones sociales de los que provocaron el incidente, no se imponga la impunidad.
Ello así porque su madre da testimonio del acoso, del delito de odio racial del que era víctima la niña en el colegio. En nuestro país, ese tipo de delito es frecuente en otras esferas de la sociedad dominicana. Desafiantes, lo practican autoridades locales; ofensiva y ostensiblemente se hace en centros escolares, incluso universitarios, siendo identificables en sectores políticos, sociales e intelectuales. Stephora era agredida verbalmente por algunos de sus compañeros diciéndole “maldita negra”, una expresión de delito de odio racista frecuente en nuestro país. Los niños o niñas que la acosaban aprendieron esas expresiones en la sociedad por diversas vías y de allí tanto a sus hogares como a su colegio.
Por consiguiente, los compañeros que acosaban a Stephora por sus condiciones étnicas y su origen no nacieron con actitudes racistas; las aprenden cuando oyen: “Esa gente no es como nosotros, ni de nuestra religión, son de otra raza”. Las oían en los medios, las leían en las redes, en los libros y hasta de desaprensivos profesores. Pero eso no se limita a esos niños o niñas, ni a ese colegio; esa circunstancia se verifica en otros centros educativos, ocurre contra niños/niñas de condiciones étnicas semejantes a la de Sephora, contra dominicanos o dominicanos de origen haitiano. Aprenden a odiar y rechazar a todos aquellos que tienen las mismas condiciones étnicas que ella. Una verdad tan incómoda como venenosa para el alma nacional.
La historia está llena de actitudes y comportamientos colectivos de contenido racista que han terminado en crímenes horrendos contra singulares individuos y también en holocaustos, como el que produjeron los nazis con el exterminio de seis millones de judíos, el que actualmente comete Israel en Gaza y el que aquí cometió Trujillo en 1937. Finalmente, la Procuradora General de la República dice que se hará una investigación sobre los hechos; entre otras acciones, puede comenzar dando a conocer TODO lo que registraron las cámaras ubicadas en el lugar del hecho. Eso demanda la población y, se supone, lo que política y moralmente convendría al gobierno.
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