Las múltiples fallas de los partidos políticos, sobre todo en el poder, y los escándalos de corrupción que con frecuencia afectan negativamente la imagen de los políticos, han llevado a una erosión de la confianza ciudadana en las democracias electorales.

En ese contexto, las elecciones en algunos países han servido para aupar figuras fuera del sistema tradicional de partidos (los llamados “outsiders”) que, montados en el populismo y el personalismo, registran grandes ganancias electorales. Una vez en el poder se tornan autócratas y recurren al electoralismo plebiscitario para seguir validándose.

El deterioro de la confianza en los políticos ha llevado a proponer alternativas de elección popular, como es el caso de las llamadas candidaturas independientes.

A favor de esta estrategia se presentan distintos argumentos, entre ellos, que las candidaturas independientes atraerán mejores candidatos no viciados por las prácticas partidarias, que las campañas se basarán en propuestas programáticas más que en clientelismo y que las candidaturas independientes pueden encantar electores apáticos y renuentes a votar.

Si bien esos argumentos son atractivos y pueden ser parcialmente ciertos, la realidad política es más compleja y dista de esos argumentos.

Lo que “daña” los políticos no son las prácticas partidarias, es la forma en que se gobierna, y no hay pruebas empíricas contundentes de que quienes acceden al poder sin el apoyo de un partido gobiernan mejor.

El clientelismo no es simplemente un mal de los partidos, es un mal del Estado; por tanto, quien accede al gobierno lo utilizará si es práctica común en un país específico. Y no hay datos precisos que demuestren que las elecciones donde participan candidaturas independientes registran mayor participación electoral.

En el “Estudio de las leyes No.33-18 de partidos, movimientos y agrupaciones políticas y la Ley Orgánica de Régimen Electoral No.20-23” que publicó recientemente Participación Ciudadana, hay un segmento dedicado a las candidaturas independientes.

Ahí se plantea que el éxito electoral de los candidatos independientes en América Latina es escaso, y nulo en la instancia presidencial. No solo es difícil ganar elecciones, sino que muchos desisten de sus candidaturas aún después de haber logrado el registro oficial.

Sin duda, los obstáculos para que las candidaturas independientes prosperen son inmensos. Entre los principales se encuentran el tipo de legislación que regula las candidaturas independientes, el acceso al financiamiento para las campañas y las dificultades para obtener apoyo organizativo.

A diferencia de los partidos que usualmente tienen una estructura nacional, las organizaciones cívicas postulantes son de menor alcance territorial y temático y no son diestras en campañas electorales.

Por eso, para tener la osadía de lanzar una candidatura independiente se necesita una inclinación al vedetismo político y confianza en que el valor asignado al postulante por la ciudadanía será suficiente para superar tantos obstáculos.

En esta época de redes sociales e influenciadores es probable que de ahí salgan muchos de los osados a lanzar candidaturas independientes, pues cuentan con la plataforma mediática para impulsar sus aspiraciones.

La política requiere de muchos apoyos. No es a manos peladas ni con meras buenas intenciones que se llega al poder.

Rosario Espinal

Socióloga

Autora de los libros “Autoritarismo y Democracia en la Política Dominicana” y “Democracia Epiléptica en la Sociedad del Clic”, y de numerosos artículos sobre política dominicana publicados en revistas académicas en América Latina, Estados Unidos y Europa. Doctora en sociología y profesora en Temple University en Filadelfia, donde también ha sido directora del Departamento de Sociología y del Centro de Estudios Latinoamericanos.

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