El USS Gerald R. Ford, el portaaviones más grande del mundo, se sumó ya a la acumulación de fuerzas que el Gobierno de Donald Trump mantiene en aguas del Caribe cerca a Venezuela. Desde la Guerra del Golfo en 1990, no ha habido un despliegue naval estadounidense de estas dimensiones. Solo el Ford lleva tres veces más misiles Tomahawk que los que se emplearon en la operación 'Martillo de Medianoche' contra el programa nuclear iraní. ¿Está Trump listo para pasar de la retórica y la disuasión a la acción?
El portaaviones USS Gerald R. Ford, el más grande del mundo, se ha sumado a la enorme acumulación de fuerzas navales que Estados Unidos mantiene en aguas del mar Caribe frente a Venezuela, según confirmó el Pentágono, para "interrumpir el tráfico de narcóticos y degradar y desmantelar las organizaciones criminales transnacionales".
El buque de guerra estuvo desplegado en Medio Oriente en 2023, como apoyo a Israel y mecanismo de disuasión. Cumplió un papel logístico y de inteligencia clave en el combate a Hamás, sin disparar una sola munición de su poderoso arsenal.
De hecho, desde que fue puesto en servicio, en 2017, no ha tenido implicación directa en ningún conflicto armado, pero ahora es sumado a lo que el Gobierno de Donald Trump ha definido como una operación antidrogas, en la que han sido atacados 19 botes, con un saldo de más de 70 personas muertas, calificadas por Estados Unidos como “narcoterroristas”.
¿Qué papel cumplirá en el combate al narcotráfico en Latinoamérica un portaaviones con 4.500 marineros a bordo, un reactor nuclear, más de 70 misiles Tomahawk y con capacidad para trasladar 75 aviones militares? ¿O ha llegado la hora de jugar la carta de “todas las opciones sobre la mesa”, de la que Trump tanto alardeó en su primer gobierno?
“Ya sea que tenga una participación directa o no, lo que está garantizando el Gerald R. Ford es que haya un despliegue eficaz. Tiene un valor simbólico muy alto, porque es el principal buque de la Armada estadounidense”, apunta Néstor Prieto, analista internacional y de geopolítica en el portal ‘Descifrando la Guerra’.
El USS Gerald R. Ford se sumará a una fuerza que ya incluye un submarino nuclear y ocho barcos de guerra, entre ellos el buque de asalto anfibio multipropósito Iwo Jima. Eso significa que uno de cada cuatro buques de la Armada estadounidense está concentrado en el Caribe ahora mismo.
Más allá de su poder de fuego, el Gerald R. Ford ofrecerá un respaldo de inteligencia, militar y tecnológico fundamental a cualquier operación que Trump tenga pensada con semejante acumulación.
“Multiplica sustancialmente las capacidades de coordinación, aumenta las opciones de éxito de ataques, por sus equipos tan sofisticados, y ofrece unas posibilidades logísticas muy grandes, como que los aviones puedan repostar o el enorme equipo humano que puede albergar”, apunta Prieto.
No obstante, para el analista, ni la mera disuasión ni el argumento del combate al narcotráfico justifican un despliegue de esta naturaleza, según las teorías clásicas de guerra y operativos militares, si no hay otro objetivo en juego.
“Por eso es tan significativo que llegue ese buque”, precisa Prieto, quien suma a su argumento los recientes sobrevuelos de aviones caza sobre el Caribe o la rehabilitación de antiguas bases en desuso en Puerto Rico y Panamá. “Eso muestra un patrón claro de escalada y de creciente influencia militar en la región”.
Una operación a gran escala
De acuerdo con los datos que maneja el Centro para Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS, por sus siglas en inglés), la llegada del USS Gerald R. Ford significa que Estados Unidos ha completado la cuarta acumulación de misiles Tomahawk más grande de los últimos tiempos.
El megabuque traslada al menos 71, que se suman a la capacidad de 115 entre los barcos de guerra ya ubicados en el Caribe, una cifra solo superada por los 325 que se usaron en 1998 en los bombardeos contra Irak en la operación 'Zorro del Desierto', los 288 empleados en la Guerra del Golfo y los 218 utilizados en los bombardeos sobre la ex-Yugoslavia en 1999.
Solo los Tomahawk que viajan a bordo del USS Gerald R. Ford casi triplican la cantidad de misiles de este tipo que se emplearon en la operación 'Martillo de Medianoche', que atacó el programa nuclear iraní.
El CSIS estima que hay 2.200 infantes de marina a bordo del Iwo Jima, centenares de tropas entre pilotos y apoyo en tierra en Puerto Rico para operar los 10 F-35 que parten desde allí, 4.500 marineros en el USS Gerald R. Ford, 320 más en cada uno de los tres destructores que lo escoltan y 150 expertos en operaciones especiales en el buque de apoyo Ocean Trader, que funciona como especie de nave nodriza.
La agencia Reuters ha detectado la presencia de tres destructores de misiles, dos petroleros de reabastecimiento, un crucero de misiles guiados, un muelle de transporte anfibio, un buque hospital y un barco de prueba del sistema de navegación submarino.
Adicionalmente, habrá 48 F-35 y 18 E/F a bordo del Ford, y la operación contaría también con 15 bombarderos B-2, 48 B-52 y 28 B-1 que podrían volar desde Estados Unidos, una flota que quintuplica el número de Su-30 operativos de la aviación militar venezolana.
No obstante, y pese a que, según analistas, el Ejército y recursos estadounidenses superan con creces a los venezolanos, el Gobierno de Maduro ha buscado mostrar su fuerza, anunciando la movilización de unos 200.000 militares para ejercicios de preparación ante un ataque y aprobando una nueva ley defensa para afrontar las "amenazas" estadounidenses.
¿Cómo se justifican legalmente los ataques?
El del Caribe es descrito por EE. UU. como un dispositivo contra el narcotráfico, pero las dimensiones de la operación han comenzado a dejar dudas sobre la legalidad de las acciones presentadas como un “conflicto armado” contra “organizaciones designadas” terroristas extranjeras, como las de origen venezolano Tren de Aragua o el Cartel de los Soles.
El 31 de octubre, el alto comisionado de Derechos Humanos de la ONU, Volker Türk, declaró que los ataques en el Caribe equivalían a “ejecuciones extrajudiciales”.
El 6 de noviembre, Trump logró frenar por poco una iniciativa bipartidista en el Senado que buscaba restringir la ofensiva e invocar la Ley de Poderes de Guerra, que reconoce al Congreso como la única instancia que puede autorizar la participación en conflictos internacionales.
El 11 de noviembre, ‘CNN’ citó declaraciones de funcionarios de Reino Unido que afirmaban que este país había dejado de colaborar con datos de inteligencia para acciones contra el narcotráfico en el Caribe, ante las dudas crecientes sobre la legalidad de los ataques.
Horas después, el presidente colombiano, Gustavo Petro. anunció una medida similar por esa ofensiva contra lanchas en la región.
Otro socio habitual de Washington en operaciones antinarcóticos en el Caribe, Canadá, se distanció de la ofensiva, aclarando en un comunicado del Departamento de Defensa Nacional que sus labores en coordinación con la Guardia Costera son “separadas y distintas de las actividades que describe que involucran a otras ramas del Ejército de los Estados Unidos".
A ellos se sumó la voz del ministro de Exteriores francés, Jean-Noel Barrot, quien expresó su preocupación por las acciones estadounidenses en el Caribe, por considerar que “violan el derecho internacional y porque Francia tiene presencia en esta región a través de sus territorios de ultramar", donde residen más de un millón de compatriotas.
La declaración se produjo apenas días después de que la Unión Europea optara por la cautela, cuando Gustavo Petro y Luiz Inácio Lula Da Silva aprovecharon la cumbre de Comunidades de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) para tratar de atraer la atención sobre la ofensiva antinarcóticos de Trump.
“Cualquier experto en el ámbito criminal confirmaría que la base del narcotráfico no sustenta una operación de esta dimensión, sobre todo porque el papel de Venezuela en esa actividad es secundario, en comparación con otros países como Colombia, Bolivia o México”, estima el analista Néstor Prieto.
El experto atribuye la tibieza de la mayoría de los aliados occidentales de Washington al hecho de que “tal vez nadie sepa, salvo Trump y la alta jerarquía militar estadounidense, qué está ocurriendo”.
Lo cierto es que el cada vez más notorio coro de voces que cuestionan las operaciones puede convertirse en pasto para la también creciente oposición a Trump.
El gobernador de California, el demócrata Gavin Newsom, una especie de némesis que enfrenta al presidente en sus mismos términos, calificó de “escalofriante” ver a fuerzas de su país “haciendo estallar barcos sin transparencia, sin asesoramiento ni consentimiento con el Congreso”.
"¿Qué pasó con el debido proceso? ¿Qué pasó con el Estado de derecho?", se preguntó Newsom al ser consultado al respecto al margen de su participación en la cumbre climática de la ONU, COP30, en Belém (Brasil).
Regreso a los viejos libretos
Para Néstor Prieto, Trump ha optado por abandonar el pragmatismo de los últimos gobiernos estadounidenses, que se apartaron del libreto de intervenciones directas en América Latina, por temor al “costo político de las dictaduras militares del pasado”.
“Trump es consciente de que atacar directamente Venezuela tendría un impacto muy grande. Necesitaba un pretexto y creo que ha encontrado el adecuado en el narcotráfico, aunque los datos estadísticos no sustenten que una estrategia antinarcóticos tenga que llevar este nivel de violencia”, afirma el analista.
“En el debate entre pragmatismo e ideología, Trump ha abrazado la ideología y está queriendo ser más protagonista de las políticas de América Latina, con (acciones como) el préstamo a Javier Milei, el abierto apoyo a Noboa en las elecciones (en Ecuador) y ahora el enfrentamiento con Venezuela”, agregó.
En ese último caso, Maduro ha insistido en que Trump busca derrocarlo, pero asegura que su país resistirá cualquier intento de sacarlo del poder.
Con este panorama, para el experto, se ha “generado un marco, un contexto de crisis política, unos elementos simbólicos que le sirven a Estados Unidos para justificar sus acciones”, como el desconocimiento de una amplia parte de la comunidad internacional de los resultados de las presidenciales de 2024 presentados por el Consejo Nacional Electoral, que le dieron el triunfo a Maduro, o el otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a la lideresa opositora María Corina Machado.
En tanto, no hay indicadores que señalen un papel particularmente protagónico de Venezuela en el traslado de drogas hacia Estados Unidos y, al contrario, el consenso de monitores del crimen organizado apunta al Pacífico como una ruta mucho más activa que el Caribe.
Tampoco parece haber dudas de que el gigantesco despliegue militar en la región persigue objetivos que no necesariamente se relacionan con el narcotráfico.
Con Reuters, AP y medios locales
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