“Más complicado que la guerra en Ucrania”. Así ha definido el mandatario estadounidense Donald Trump el tablero de juego para conseguir la paz en el golf, su deporte favorito. Durante la campaña electoral había dicho que resolvería las diferencias en 15 minutos, tal como ofrecía que acabaría con la invasión rusa en su primer día en la Oficina Oval. Estos son los detalles de la gestión presidencial.

Donald Trump trata de ayudar a concretar la proyectada fusión entre el circuito de la PGA y el LIV Golf, el campeonato financiado por el Fondo de Inversión Pública (FIP) saudita, al mismo tiempo que lidia con “la deportación masiva más grande de la historia”, traza los planes para convertir a Gaza en una “Riviera del Medio Oriente” y busca una fórmula para la paz en Ucrania.

Trump ha realizado dos reuniones en la Casa Blanca en busca de la unificación del golf profesional, un deporte en el que tiene intereses no solo personales, sino también comerciales. En una de ellas estuvo presente el mismísimo Tiger Woods.

La primera fue el 4 de febrero, pero Woods tuvo que ausentarse antes del inicio de las conversaciones al recibir la noticia del fallecimiento de su madre.

Cinco días después jugó golf con Trump en Florida y de ese encuentro salió convencido de que “las cosas van a sanar rápidamente”, como lo comentó durante una transmisión del Genesis Invitational poco después.

La segunda fue el 25 de febrero, y además de Woods incluyó al comisionado de la PGA Jay Monahan y al gobernador del FIP Yasir Al-Rumayyan. La meta común: conseguir que el Departamento de Justicia flexibilice su posición en torno a la unificación de los dos circuitos, que está bajo escrutinio por razones financieras, pero también políticas.

Historia de un divorcio

El LIV Golf nació de un quiebre histórico. Cuando se anunció en 2021 la creación de este circuito, las multimillonarias bolsas de premios, así como la agresiva campaña de su director ejecutivo Greg Norman y su jugador bandera Phil Mickelson, atrajeron a varios de los mejores jugadores del mundo.

Hombres como el sudafricano Bryson De Chambeau, el exnúmero uno del mundo Dustin Johnson, el ganador de cinco “majors” Brooks Koepka o el español Sergio García, se anotaron en el nuevo evento, que recibe su nombre de la expresión en numeración romana del 54, ya que disputa tres jornadas de 18 hoyos cada una (54 en total), en lugar de las cuatro habituales de 72 hoyos.

La PGA y su afiliado europeo, el DP Tour, reaccionaron vetando de sus eventos a los bastones desertores, y esto los privó también de los llamados “majors”, los cuatro torneos para los que se toma como forma de clasificación el ranking del Tour: el Master de Augusta, el Abierto de Estados Unidos, el Abierto Británico y el Campeonato de la PGA.

La medida intentaba frenar el cisma que ya estaba en marcha, el equivalente a que varios de los mejores tenistas de la ATP se fueran a jugar a un circuito aparte y por ello no pudieran clasificar a los Grand Slams como Wimbledon o Roland Garros.

También cuestionaba el financiamiento detrás del LIV Golf, el FIP, vinculado directamente al príncipe heredero saudita Mohamed bin Salman, que lo preside, y por lo tanto manchado por el récord negativo en materia de derechos humanos de la monarquía árabe.

Unirse al enemigo

Nada de esto detuvo el crecimiento del LIV Golf y en junio de 2023 se produjo el más inesperado de los anuncios: el circuito saudita y el Tour de la PGA iniciarían el proceso de fusión, un “acuerdo histórico” que también incluía al DP Tour, como indicaba el comunicado de la serie de torneos estadounidense.

La idea era integrarse en una “nueva entidad con fines de lucro de propiedad colectiva”, y para ello la PGA acordó una sociedad financiera con Strategics Sports Group (SSG), un consorcio que reúne, entre otros, a los dueños de los Medias Rojas de Boston, los Mets de Nueva York, los Falcons de Atlanta de la NFL y el Atlanta United de la MLS, entre otros.

Pero el proyecto de unificación se encontró con la oposición del congreso estadounidense, donde los senadores Elizabeth Warren y Ron Wyden pidieron a la PGA un informe detallado de la situación de derechos humanos de su futuro socio saudita y también del Departamento de Justicia, que cree que la asociación podría violar las leyes antimonopolio.

Un año y medio después del anuncio, la fusión no se ha concretado, y el LIV Golf sigue fracturando a la PGA, con golpes como el fichaje de una de las máximas figuras de este deporte: el español Jon Rahm, que firmó el que para el momento era el mayor contrato de la historia del deporte, 550 millones de dólares, un récord que fue luego superado por los traspasos de Shohei Ohtani a los Dodgers de Los Ángeles (por 700 millones) y de Juan Soto a los Mets (760 millones).

¿Qué papel juega Trump en las negociaciones?

El golf no es propiamente un asunto de Estado. ¿O acaso sí lo es bajo el liderazgo de Donald Trump? El magnate inmobiliario es dueño de los clubes de golf Trump National Bedminster en Nueva Jersey y Trump National Doral en Miami, donde se han jugado válidas del LIV Golf desde su primera temporada.

Desde que se anunció la creación del circuito saudita, Trump dejó claro dónde estaban sus simpatías, cuando criticó el liderazgo de la PGA y denunció, sin pruebas, que el Tour estaba desviando el dinero del fondo de retiro de los jugadores para engordar las premiaciones de los torneos.

Además, el esposo de su hija Ivanka, el empresario inmobiliario y exasesor presidencial Jared Kushner, se benefició con un aporte de 2.000 millones de dólares del FIP a su empresa de inversiones Affinity Partners, apenas seis meses después del final del primer mandato de Trump.

La PGA no ignora esas señales, pero también le queda claro que con el multimillonario involucrado en las negociaciones, no puede haber pasos en falso. Por eso ha agradecido efusivamente sus gestiones, destacando su confianza en “el liderazgo del presidente Trump”, como lo indicó en un comunicado emitido al cabo de la segunda reunión.

“Obviamente Trump tiene una gran relación con Arabia Saudita. Tiene una gran relación con el golf. Es un amante del golf. Entonces, tal vez. ¿Quién sabe?”.

También por eso el exnúmero uno del mundo, el irlandés Rory McIlroy, uno de los más férreos detractores del LIV Golf, pero ahora integrado al comité de jugadores que hace seguimiento al proyecto de fusión, aseguró a mediados de febrero que Trump estaba del lado de la PGA, y que le había confesado que no le gustaba el formato de 54 golpes del circuito saudita.

“Obviamente Trump tiene una gran relación con Arabia Saudita. Tiene una gran relación con el golf. Es un amante del golf. Entonces, tal vez. ¿Quién sabe?”, había dicho antes McIlroy, que desde la campaña electoral esperaba que una participación de Trump ayudara a desbloquear las conversaciones.

Pero el presidente tiene cuentas que ajustar con la PGA, que retiró dos torneos de sus clubes, uno en Doral en 2016 por falta de patrocinio, y otro en Bedminster en 2021 a raíz de la toma del Capitolio.

Tiene también grandes simpatías por el reino árabe, que en 2022 lo llevaron incluso a ignorar las protestas de los familiares de las víctimas del 11 de septiembre, que cuestionaban que prestara su club en Nueva Jersey, tan cerca de Nueva York, para un torneo con capital saudita, aun conociendo la participación de un ciudadano de ese país, Osama bin Laden, en los atentados.

Por eso la PGA está poniendo su artillería pesada, con Tiger Woods, Rory McIlroy y el comisionado Monahan dispuestos a hacer concesiones ante Trump, como una forma de lograr el trato menos desventajoso posible en su asociación con el LIV Golf, y conseguir el visto bueno del Departamento de Justicia para diseñar un calendario unificado para 2026.

France24

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