Ha iniciado la 31.ª edición de la Bienal Nacional de Artes Visuales, dedicada a la destacada artista plástica y maestra de la pintura dominicana Elsa Núñez, en reconocimiento a su valiosa trayectoria y a sus aportes al arte nacional.

La  representación de las artes visuales del país ha comenzado su marcha en las salas del Museo de Arte Moderno, con la participación de las categorías de pintura, escultura, dibujo, obra gráfica, cerámica, fotografía, imagen en movimiento y técnica libre (instalaciones, performance, multimedia, etc.). A esta convocatoria respondieron más de 300 artistas, que presentaron un total de 609 obras, de las cuales el jurado seleccionó 207 para la muestra oficial.

La distribución por disciplinas fue la siguiente: pintura, 67 obras; fotografía, 29; instalación, 32; dibujo, 21; obra gráfica, 10; performance, 3; cerámica, 9; escultura, 9; video, 8; y otros medios, 19.

La Bienal ha otorgado premios por un total de RD$ 3.7 millones. El Gran Premio, dotado con RD$ 1 millón, correspondió a Ritual de sanación, de Lucía Méndez Rivas. Además, se entregaron nueve galardones de RD$ 300,000 cada uno a las siguientes obras: Lo que se saca de raíz vuelve a crecer, de David Pérez (escultura); Alain, de Fued Yamil Koussa (fotografía); Botiquín de abstinencia, de Jessica Fairxax Hirst (instalación); Mambo apocalíptico (el merengue del tardígrado), de José Levi; Feria 2025, de José Morbán (pintura); El lector, del Colectivo Modafoca (instalación); Raíces sin semillas, de Pedro Troncoso (dibujo); Palo vivo: entre raíces y memorias, de Soraya Abu Nabaá (instalación); y El sueño de la libélula, de Yéssica Montero (pintura).

Las menciones de honor recayeron en: Pendientes: estudios performáticos sobre la normatividad cinética, de Noa Balle (instalación), y La anunciación, de Ramón Pacheco (pintura). El jurado estuvo integrado por Raúl Morilla (presidente), Lilian Carrasco y Hiromi Shiba.

Resulta notable la calidad de la obra galardonada con el Gran Premio. Ritual de sanación, de Lucía Méndez Rivas, es un óleo en el que la artista plasma un universo onírico de reencuentro humano y conexión emotiva, con una expresividad firme y sostenidamente ondulante. Su triunfo devuelve dignidad a la pintura, disciplina que en muchas entregas anteriores había sido relegada por el empuje de las nuevas formas tecnológicas de producir arte visual.

Pero, como en todo veredicto, no han faltado las voces disidentes. El escándalo y la protesta han estallado en las redes sociales en torno a la premiación de una simple mata de palma presentada como escultura bajo el título Lo que se saca de raíz vuelve a crecer, de David Pérez Karmadavis. La pieza ha generado un debate sobre estética, biología, contemporaneidad, paradoja y legitimidad crítica, sin que pueda establecerse con certeza cuál es la versión “correcta”.

¿Estamos ante el arribo de la República Dominicana a una modernidad estética del arte concebido como provocación? Se recuerda el antecedente de Comedian, del italiano Maurizio Cattelan, una banana pegada a la pared con cinta adhesiva gris en la galería Perrotin, fenómeno que abrió un debate global sobre los límites del arte. El pintor y crítico español Antonio García Villarán definió ese tipo de producciones como “Amparte”: obras falseadas, divorciadas del verdadero arte, respaldadas por discursos teóricos justificadores y encaminadas más a la notoriedad mediática y a la rentabilidad económica que a la autenticidad creativa. ¿Será este el caso?

Lo que sí debe quedar claro es que esta arista escandalosa, propia para los foros intelectuales y las aulas de estética, no puede ni debe opacar la trascendencia de la Bienal. La muestra es un testimonio del talento de cientos de artistas que reclaman atención detallada, público concurrente y la proyección mediática que el arte joven contemporáneo dominicano merece.

En cambio, lo que realmente debería provocar crítica —y no lo ha hecho en la misma medida— es la ausencia de los catálogos de las dos Bienales anteriores. A pesar de las protestas y reclamos de los artistas, nunca fueron publicados. Y un catálogo de Bienal, como el de cualquier exposición, no es un lujo: es un registro documental indispensable, la constancia de la muestra y la garantía de su perennidad artística. Este es un deber ineludible del Estado, que está obligado a la continuidad institucional, aun cuando las bienales precedentes no fueran responsabilidad de las actuales autoridades.