Haití, Cuba, Venezuela, El Salvador, Perú, Ecuador, Nicaragua son países con tradición progresista, de empuje, desarrollo, que en algunos momentos fueron ejemplos y hasta envidia de los demás países del Caribe y del continente, por el éxito que alcanzaron en su desarrollo económico y social y en la proyección de sus modelos democráticos.
El mundo ha cambiado, y estos países presentan rezagos importantes en su calidad de vida democrática y en la fortaleza de sus instituciones para solventar la calidad de vida y la madurez democrática que sus ciudadanos esperan.
La degradación de Haití es lo más trágico que le ha podido pasar al vecino país, luego de la caída de la dictadura de Duvalier, y ahora está gobernado, en la práctica, por bandas criminales, en donde el crimen, las drogas, el abuso, son la norma de cada día. Nada que agregar a este caso, del que hemos escrito bastante.
Cuba es un país que alcanzó su liberación de la dictadura de Fulgencio Batista en 1959. Con un gobierno que proclamó una revolución socialista, gracias a la fuerte ayuda de la Unión Soviética, pudo exhibir en el pasado siglo logros importantes en materia de servicios de salud y educación en los decenios de los sesenta y los setenta, y hasta mediados de los ochenta.
Pero Cuba ha sufrido un embargo económico y político durante los últimos 65 años por Estados Unidos, lo que unido a la desaparición de la Unión Soviética y el bloque de países socialistas europeos, ha sumido a la isla en una profunda crisis económica.
Cuba ha visto desaparecer a sus más populares líderes, sin alcanzar la esperada y siempre promovida liberación y sin lograr lo que antes fue denominado el “hombre nuevo”. Cuba se debate en la desesperación, con servicio de transporte deficitario, con servicio eléctrico en el colapso, con muy escasa producción de alimentos, y con escasez de medicamentos, aparte de que es heredero de una burocracia anciana y desvinculada de cualquier elemento de modernidad y de visión de futuro.
Para peor, el anquilosado sistema político cubano no promueve la tolerancia, la presencia de partidos, ni hay elecciones democráticas. Cuba vive hoy serios desafíos en materia de derechos humanos, y una fuga de ciudadanos que crece y crece y no se detiene, sin que el Estado tenga respuesta a un futuro promisorio.
Venezuela es víctima de un régimen dañado, afectado por elecciones consecutivas fraudulentas, que ha destrozado la posibilidad de que el país se inserte en el concierto de naciones que procuran prosperidad con participación. La represión política es una norma, y rige allí un régimen político de un socialismo del siglo XXI que es una caricatura de las propuestas de Marx y Lenin. Venezuela está asociada con el tráfico de influencia, con la peor tradición de dictadura corruptas del pasado, y carece del ímpetu necesario para dar un salto, con una oposición mayúscula, pero a la vez maniatada por un régimen anquilosado y podrido.
El Salvador ha entregado su democracia a un autócrata, Nayib Bukele, que se montó en las filas del viejo Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, que desde la guerrilla conquistó el poder para salvar a ese país de las matanzas y destrucción a la que lo condujo la ultraderecha militarista y sanguinaria.
Se recuerdan todavía los crímenes de la UCA y de los jesuitas, y del obispo Monseñor Oscar Arnulfo Romero. En esa tradición esperanzadora se montó Bukele para pactar con las maras, utilizar sus métodos de chantaje, presión y extorsión y conseguir el control del proceso electoral a partir del 2015.
Ahora El Salvador no tiene democracia, y se pavonea en que conquistó la tranquilidad y la seguridad, sin que ello sea cierto. Hay montada una campaña de comunicación súper costosa y hay pactos con el nuevo poder en los Estados Unidos, convenios que entierran las posibilidades del Pulgarcito de América: un país sin soberanía, como una cárcel que se vende y se prostituye, al mejor postor. Y para peor, sin medios de comunicación, porque los periodistas son perseguidores, encarcelados, extorsionados, al igual que los defensores de los derechos humanos.
Perú ha vivido desde el 2015 un largo proceso de inestabilidad, destitución de presidentes, procesamientos de los mismos, y de control del congreso de unos personajes oscuros, que por la propia constitución del país pueden declarar incapaces de gobernar a mandatarios electos por los ciudadanos o por el propio congreso. La grave crisis política que atraviesa el país se inició cuando 105 congresistas votaron por la destitución del presidente Martín Vizcarra y abrieron un periodo extremadamente inestable que dio lugar a un alzamiento masivo de la juventud y de una gran parte de la ciudadanía. Todos los presidentes electos han sido destituidos, incluido Pedro Castillo, que resultó electo por elección popular. Antes había sido destituido Pedro Pablo Kuczynski, luego han sido destituido o se encuentran en prisión Oyanta Humala, Manuel Merino, Francisco Sagasto, Máximo San Martín y Mercedes Aráoz, y el propio Pedro Castillo. Alán García se suicidó en abril de 2019, perseguido por la justicia por el caso Odebrecht, y ahora preside el país, desde diciembre de 2022, la señora Dina Ercilia Boluarte Zegarra. La presidenta ha sido acusada, denunciada, su gobierno es inestable, y Perú no alcanza un momento de tranquilidad para desarrollar su extraordinario potencial.
Ecuador ha sido sumido en una seria crisis política, como resultado de las divisiones políticas en el país, especialmente después del gobierno de Rafael Correa y el siguiente gobierno de su ex compañero Lenin Moreno. Al poder ha accedido Daniel Noboa, un autócrata, de la ultraderecha, que ha destruido todos los esfuerzos democráticos de esa nación, y que además llegó al poder con una vicepresidenta que desde temprano fue declarada adversaria del presidente. Le envió como embajadora en Israel, y luego destituyó a Verónica Abad. Noboa llega al poder luego de la crisis del gobierno de Guillermo Lasso, quien fue procesado por el Congreso por corrupción, pero antes de concluir el proceso en su contra declaró disuelto el congreso, y siguieron procesos judiciales hasta convocar elecciones anticipadas, que ganó Daniel Noboa. Noboa ha llevado procesos judiciales contra su vicepresidenta, la cual destituyó y el mismo presidente designó una sustituta provisional.
Y finalmente Nicaragua, en donde se ha borrado todo signo democrático. A los aspirantes presidenciales los persiguieron, apresaron, y se armó un proceso electoral en que Daniel Ortega fue el único candidato, con su mujer como vicepresidenta. Ortega apresó sacerdotes, obispos, poetas, declaró prófugas a todas las asociaciones de la sociedad civil y ha instalado una dictadura, que es una vergüenza para Centroamérica. También desnacionalizó a cientos de intelectuales, escritores, políticos, opositores, periodistas, y no permite ninguna señal de resistencia en la patria de Rubén Darío.
Ese es el contexto en el que nos movemos nosotros, la República Dominicana, como país. Tenemos todas las oportunidades para seguir avanzando y consolidando nuestra democracia y nuestra economía. Pero necesitamos avanzar y mejorar. Tenemos que fortalecer los mecanismos de prevención y castigo de las prácticas de corrupción, y necesitamos políticas económicas que reduzcan los niveles de inequidad, si es que queremos fortalecer la democracia y alejar cualquier posibilidad de un régimen personalista y autoritario.
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