“Vamos a tratar de probar que se puede ser tolerante sin ser débil, que se puede ser fuerte sin ser déspota, que se puede establecer el orden en la asociación sin incurrir en la arbitrariedad, que se puede matar el vicio sin ser cruel, que la ley es más fuerte que todos los tiranos”. (Ulises Francisco Espaillat).
Es de rigor, cuasi de sentido común; la sociedad dominicana requiere de un consenso mínimo que propicie un proyecto social y político en que descanse una democracia más de contenido y menos de papel. Necesitamos ponernos de acuerdo en la impostergable definición en la construcción de un proyecto de nación que se asiente en el objetivo medular, esencial, de cimentarnos en el presente, oteando de manera firme en el futuro o, como diría Pedro Henríquez Ureña: “Fueron los griegos quienes miraron al pasado y crearon la historia; también miraron al futuro y crearon las utopías”. ¡Tenemos que desbrozar ese futuro, que ya es presente!
En los últimos 30 años, grandes cambios se han producido en la fisonomía económica y social de nuestra formación social. Cinco partidos han gravitado en un peso de mutación y transformación sin parangón, con vientre y separación de unos mismos progenitores. Partido Reformista, PRD, PLD, PRM y FP. Dos están en UCI hace un tiempo y tres trajinan en una misma tesitura de la ideología del poder, en el poder por el poder mismo, sin rutas, sin caminos, sin visión, sin proyecto de Nación.
Para cristalizar un nuevo modelo de desarrollo que cobre cuerpo sustancial con un proyecto de nación para el país que queremos, hay que emprender la energía del mayor capital social: la confianza.
¿Cuál es el país que queremos de cara a los próximos 25–40 años que nos conduzca a una sociedad más inclusiva, más competitiva, con mejor educación, mayor salud, con más empleos de calidad, con menos informalidad laboral, con más inversiones en infraestructuras y en mantenimiento y donde el salario promedio cotizable RD$38,162.72 no sea desde el mismo Estado que se replique 30, 40 veces? Un empleo de calidad es aquel que contiene indicadores cuantitativos y cualitativos, como sueldo o salario justo, competitivo, estabilidad laboral, incentivos y bonificaciones de remuneraciones, seguridad social, oportunidades de desarrollo profesional, clima laboral efectivo y un ambiente de satisfacción en la organización.
¿Cuál es el país que ameritamos desde una concepción más ética, más transparente, más institucional, donde el Estado de derecho no se amilane, no disminuya su rol, los poderes institucionales frente a la visión teocrática de las iglesias, con sus sesgos de iniquidades y de discriminaciones onomatopéyicas de violencia ideológica? Un país donde no existan varios países al mismo tiempo, donde las leyes y la Constitución no sean sugerencias y un reglamento se coloque y ejecute por encima del Poder Judicial y de la Ley de Leyes.
Nuestra burguesía, el empresariado nuestro, ¿cree que es posible seguir actuando con una responsabilidad coyuntural, inmediatista, meramente corporativa, donde la rentabilidad y ganancia constituyen el principal norte, sin entender la economía de mercado, la sociedad digital, el capitalismo digital? ¿Seguirán en ese enorme laberinto que convierte a nuestra clase dominante en la más famélica y débil a la luz de la responsabilidad social corporativa, en las mediciones del Foro Económico Global? Una gran parte de la élite empresarial adolece en la praxis social de una ética empresarial; son, en esencia, amorales y quieren mantener con el Estado unas relaciones altamente rentistas y clientelares: corruptores y corruptos.
Es ese trípode de interrogantes que nos lleva a repensar el tipo de sociedad que debemos tener de cara al presente y al futuro, que con determinación y coraje jerarquicemos objetivos, metas, prioridades y responsabilidades, sin desmayar, sin prisas, pero sin pausas, poniendo a cada uno en su lugar y en sus reales compromisos. El compromiso estará mediado por la responsabilidad que se tiene en el orden económico, político, social, institucional. Los pretextos no han de tener lugar ni espacio. Las excusas las entendemos, los esfuerzos los apreciamos, pero los resultados son los que hablan.
El modo en que se use o abuse del poder es lo que, finalmente, la gente hace, pues somos un producto social. El marco referencial, el paradigma del poder en Dominicana, hay que desarticularlo. Esa añosa visión del poder, que el mismo es para usarlo, hay que dejarla. El neopatrimonialismo, como parte primitiva del poder, no debe recrearse. Necesitamos, desde ahora, más actores políticos que sean ejemplos transparentes en el ejercicio del poder. Que no venga a decirnos de “su sacrificio” por el país cuando la inmensa mayoría cambiaron desde el 1996 su movilidad social y económica, desde la baja pequeña burguesía a una burguesía burocrática, merced a la acumulación originaria de capital.
Mirar al futuro significa asumir con optimismo la visión del país, la necesidad de postular la generación de confianza. No podemos crear un futuro halagüeño en medio de una medianía, de una mediocridad visceral del cuestionamiento coyuntural, cortoplacista y destemplado de la realidad dominicana, sin contexto y sin la formulación de la incertidumbre en el mundo, en medio de la profunda policrisis que abate a la humanidad (climática, alta tecnología, financiera, geopolítica y geoeconómica).
En función de ese trípode, que conlleva transformaciones estructurales, ha de comenzar con lo que plantea la CEPAL, América Latina y el Caribe ante las trampas del desarrollo, 2024: “América Latina y el Caribe enfrentan tres trampas del desarrollo: Una trampa de baja capacidad para crecer; una de alta desigualdad, baja movilidad social y débil cohesión social, y una tercera de bajas capacidades y débil gobernanza”. Esto implica, según el informe de la CEPAL, “enormes obstáculos para construir un futuro más productivo, inclusivo y sostenible”. El desafío es como salir de las tres trampas y de amortiguar las brechas.
El tejido social, económico e institucional de República Dominicana, en ese proceso de repensar el presente y el futuro, tiene que asumir la creatividad y la innovación, que pasa a ser una nación más competitiva; requiere una audaz transformación productiva, que coadyuve a un crecimiento sostenido y sostenible. Ello pasa por entender la inversión en el capital humano y la asunción de que debemos ir dando pasos firmes a un nuevo modelo de desarrollo, que aglutine en su seno mayor agregado de valor, con ese capital variable que es el ser humano. El grado de empleabilidad de la fuerza de trabajo no se corresponde con la era de la sociedad digital, al tiempo que desterramos el talento humano más preparado y joven de nuestro país. Somos líderes en la región en el éxodo de profesionales jóvenes (6.5%). En gran medida, se debe a que el 70% de los empleos no son de calidad.
Para un crecimiento económico sostenible, más allá del aumento del PIB y el tamaño del crecimiento en dólares por las inversiones del sector privado, el sector público ha de invertir en países como el nuestro alrededor de un 4%, de manera sistemática, no solo como correlación del aumento de la economía per se, sino como fuente de progreso del futuro, en términos de la evolución, de las necesidades y de la modernización, en infraestructuras y mantenimiento.
En ese proceso, hay que conducir un puente de ruptura hacia una mayor autonomía del Estado, de sus funciones, regulaciones y controles en una economía del mercado. La visión de Estado en el capitalismo contiene al mercado, responde a sus necesidades vitales; empero, tiene que trascenderlo. El Estado es el conjunto donde habita la sociedad permeada por este, para su realización en colectivo de la vida social. Normas, limitaciones, alcances y realizaciones de la vida humana: individual y colectiva.
Para ello, aunque hemos mejorado en los Indicadores de Gobernanza, de acuerdo al Banco Mundial: Voz y rendición de cuentas, ausencia de violencia/terrorismo, efectividad gubernamental, calidad regulatoria, estado de derecho y control de la corrupción; si avanzamos en esa dimensión, coadyuvaría a lograr de manera más expedita el grado de inversión del país y, con ello, todo lo que conduce con respecto al mejoramiento de la economía: mercados de capitales y posición del país con las firmas calificadoras de riesgos.
El desafío permea a los indicadores de gobernanza, al tiempo que ha de atraer los elementos clave de la gobernabilidad, de las capacidades institucionales “… y del diálogo social para gestionar las grandes transformaciones que resulta imprescindible llevar a cabo”. ¡Reforma fiscal integral y reformas estructurales conforman la música ineludible para que el país propicie un cambio planeado, proactivo y no reactivo!
Penetrar en círculos virtuosos para yugular los círculos viciosos y perversos que la élite política ha “acompañado” a la sociedad en los últimos 30 años. Todo ello ha generado una fuerte debilidad de la confianza y de la cohesión social. La poca cohesión social penetra en los diferentes niveles de desconfianza interpersonal e institucional. De ahí fluye de manera negativa el sentido difuminado de pertenencia y el frágil apoyo a la democracia. En República Dominicana, a un 42% de los ciudadanos no les importa el régimen político y un 44% no votó en las elecciones generales de 2024.
En esta normalidad de la incertidumbre, la visión ha de ser holística para objetivizar lo principal, que es cómo conducimos de mejor manera la democracia, con más y mejor contenido. La regeneración democrática ha de contener dos eslabones: trascender las profundas falencias y anomia social y anomia institucional para evitar, como segunda escalera, la crisis de la democracia. Adam Przeworski nos señala: “La democracia funciona correctamente cuando las instituciones representativas configuran los conflictos, los absorben y los regulan de acuerdo con reglas. Las elecciones fracasan como mecanismo para procesar conflictos cuando sus resultados no tienen consecuencia alguna para la vida de las personas o bien cuando quienes ocupan los cargos de gobierno abusan de su ventaja al punto de volver los actos electorales no competitivos”.
En los últimos 30 años, grandes cambios se han producido en la fisonomía económica y social de nuestra formación social.
Desarrollar un proyecto de nación con la ruta del país que queremos es evitar la autocratización de la democracia. Es pautarnos hacia el futuro. No mirar al pasado, en esta oportunidad como fuente de historia, sino como reflexión, con todos los cuadrantes de la reflexividad. El concierto global hoy estila la retrogresión autoritaria, germen y génesis de la decadencia de la diversidad, de la polarización y fragmentación, que inexorablemente penetra en la erosión de las normas, de las instituciones. Actualmente, no se vislumbran riesgos políticos y de violencia; sin embargo, debemos vigilar cuasi ansiosamente los tres predicados de la democracia: elecciones competitivas, derechos liberales de expresión y asociación, y el imperio de la ley.
Para cristalizar un nuevo modelo de desarrollo que cobre cuerpo sustancial con un proyecto de nación para el país que queremos, hay que emprender la energía del mayor capital social: la confianza. Como diría Zygmunt Bauman en su libro Miedo líquido, “para los lazos humanos, la crisis de la confianza es muy mala noticia”. Los proyectos colectivos no pueden aunarse como puente de esperanza sin el optimismo y la confianza, como puntos del cielo para caminar entre el presente y el futuro.
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