"Si me matan, sacaré los brazos de la tumba y seré más fuerte".
Minerva Mirabal
Cada 25 de noviembre, una mezcla de tristeza, reflexión y desgarre colectivo une a la República Dominicana en un solo clamor. Aquel recuerdo atroz de tres mujeres activistas de la democracia, Patria, Minerva y María Teresa Mirabal, asesinadas vilmente por el poder político, encarnado en los esbirros de Rafael Leonidas Trujillo, palpita en la memoria de una nación que aún queda perpleja ante la sinrazón de aquel día de 1960.
Esa violencia, política y desmedida, ya la había descargado, en los ciernes de la conformación de la República, otro tirano: Pedro Santana contra María Trinidad Sánchez, la mártir de la Independencia Nacional, el 27 de febrero de 1845.
Pasan los años y ese ADN destructivo marca y quita la vida a las dominicanas; revive en pesadilla cotidiana en las calles, las habitaciones, en el ciberespacio, en las instituciones —públicas y privadas—, en los textos escolares y universitarios… En los medios de comunicación, en la justicia. También en las políticas públicas, la economía. La política.
¡Ya es hora! Se debe pasar de la lamentación a la acción firme y coordinada, reactivar a los organismos que están llamados a prevenir, dar respuestas y acompañar.
¡Así es! En la República Dominicana, ninguna mujer —ni niña, ni adolescente— está a salvo, pues la violencia se transmuta y deja su estela bajo la protección de una cultura machista que promueve y protege el control y la infravaloración de las mujeres. Una cultura que se alimenta de la desigualdad social estructural, las normas legales insuficientes y el patriarcado, ese sistema que queremos negar, pero que galopa en plena libertad.
En este 25 de noviembre, fecha emblemática para recordar el asesinato de las Hermanas Mirabal, y que ha sido proclamado como el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, en todo el planeta, la sociedad dominicana debe asumir la responsabilidad de proteger a sus mujeres y a las 1,072 víctimas invisibles que esperan una respuesta urgente del Estado y la familia. Hacer memoria de las 779 víctimas de feminicidios, entre 2016-2024, y de muchas, muchas más, que en un vil silencio han sido asesinadas.
Es imperativo dejar de lado las posiciones reduccionistas que asocian la violencia contra la mujer solo a desórdenes individuales de los agresores. La solución pasa por un enfoque integral que reconozca la influencia de la pobreza, la marginalidad y, reiteramos, el patriarcado.
¡Ya es hora! Se debe pasar de la lamentación a la acción firme y coordinada, reactivar a los organismos que están llamados a prevenir, dar respuestas y acompañar. La persistencia de la violencia contra la mujer en la República Dominicana no es solo una estadística, es una vergüenza nacional y reflejo de una profunda crisis estructural.
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