En el Caribe, donde el mar besa la tierra con furia y ternura, una marea silenciosa arrastra lo más preciado: mentes jóvenes que parten con maletas llenas de sueños y diplomas, mientras la República Dominicana se queda mirando el horizonte, como un barco sin brújula. Cada avión que despega de Las Américas lleva consigo no solo pasajeros, sino fragmentos de un futuro posible, trozos de potencial convertidos en mercancía para otros mercados. Este éxodo, más que fuga, es hemorragia.

Los números que no mienten: anatomía de una pérdida  

Según el Banco Mundial, entre 2000 y 2023, más del 12% de los dominicanos con educación superior emigraron a Estados Unidos, Europa o países latinoamericanos con economías más dinámicas. Según el Banco Mundial, “En 2018, el 6.8% de los jóvenes dominicanos capacitados emigraron, superando el promedio regional de 5.8%… es el cuarto en Latinoamérica con 6.4 puntos, siendo superado por Honduras con 6.8, Haití con 8 y El Salvador con 8.8 puntos.”

Para cada uno que se va, el país pierde aproximadamente 182,000 dólares, cálculo que incluye la inversión pública en su formación y el valor económico que hubiera generado. Comparado con Costa Rica, donde la tasa de retención de talentos supera el 78%, o con Uruguay, que recuperó el 40% de sus expatriados mediante incentivos, la República Dominicana navega en aguas de la desidia. No es casual que el 63% de los estudiantes de ingeniería en universidades locales consideren la emigración como única opción, según un estudio de la INTEC en 2022.

Raíces podridas: cuando la educación expulsa  

El sistema educativo, ese jardín donde deberían germinar las semillas de la innovación, funciona como tierra árida. En las aulas, el 58% de los profesores de ciencias no dominan los conceptos que enseñan, revela un diagnóstico del Ministerio de Educación. Los laboratorios son fantasmas: el 90% de las escuelas carecen de equipos básicos para experimentos. Un niño que pregunta "¿cómo funciona un satélite?" recibe respuestas de un libro que aún dibuja el sistema solar con nueve planetas. Así, la curiosidad se marchita. Para cuando llegan a la universidad, muchos ya han aprendido la lección más dura: el conocimiento aquí no se cultiva, se improvisa.

Historias con nombre propio: el costo humano  

María, graduada en biotecnología, pasó tres años estudiando mutaciones genéticas en plantas tropicales, usando microscopios prestados y reactivos vencidos. Hoy trabaja en un laboratorio en Heidelberg, donde su investigación sobre resistencia climática en cultivos atrae inversiones millonarias. "Allá, mi trabajo era una anécdota; aquí, es una revolución", confiesa. Como ella, Carlos, ingeniero en sistemas, desarrolló un algoritmo para optimizar el tráfico en Santo Domingo como tesis de grado. Sin apoyo, lo vendió a un startup en Bogotá. Sus historias no son excepciones, sino síntomas de un patrón: la fuga no comienza en el aeropuerto, sino en la primera clase donde un maestro repite un temario obsoleto, en el primer proyecto que muere por falta de fondos, en la primera idea que se ahoga en burocracia.

El círculo vicioso: pobreza que alimenta pobreza  

Cuando un país exporta cerebros, importa atraso. Cada profesional que emigra debilita la capacidad local para resolver problemas críticos: desde el manejo de residuos hasta el diseño de políticas públicas. La dependencia de expertise extranjero encarece servicios básicos: el 70% de los equipos médicos en hospitales dominicanos son operados por técnicos contratados en el exterior, según la OMS. Mientras, las remesas —ese parche dorado que sostiene el 8.7% del PIB— enmascaran la herida: compran electrodomésticos, no inventos; pagan deudas, no generan patentes.

Lecciones desde el mapa: países que revirtieron la fuga 

Corea del Sur, que en los 70 veía partir a sus ingenieros, hoy retiene al 94% de sus talentos. ¿Cómo? Creando ecosistemas donde la investigación se traduce en riqueza: el 25% de su PIB proviene de industrias tecnológicas nacidas en universidades. Israel, con incentivos fiscales para repatriados y startups estatales, convirtió el desierto en un Silicon Valley militarizado. Hasta Chile, con su programa Start-Up Chile, atrae mentes globales ofreciendo visas de innovación. Estos ejemplos no son milagros, sino evidencia de que la retención requiere más que nostalgia: demanda laboratorios equipados, salarios competitivos y una cultura que celebre el riesgo creativo.

Tejiendo la red de retorno: propuestas con raíces y alas

  1. Pasaporte científico: Becas condonables para estudios de posgrado, con el compromiso de regresar a trabajar en proyectos priorizados (energía renovable, agricultura sostenible). Costa Rica logró repatriar 800 investigadores así entre 2010-2020.
  2. Corredores tecnológicos: Zonas francas para I+D, donde empresas paguen menos impuestos a cambio de asociarse con universidades. Medellín, tras implementarlo, duplicó sus patentes en cinco años.
  3. Diáspora conectada: Una plataforma digital donde profesionales en el exterior colaboren en proyectos locales de forma remota. India, con su red GlobalINK, moviliza a 30,000 expertos anuales.
  4. Revolución docente: Transformar la formación docente en centros de excelencia, con maestros formados en metodologías activas. Finlandia, donde el 100% de los profesores tienen maestrías, muestra el camino.

El dilema final: guardianes del futuro o espectadores del naufragio

La República Dominicana enfrenta una elección existencial: puede seguir siendo el jardín donde otros cosechan frutos, o convertirse en tierra fértil para sus propias semillas. El conocimiento no es un recurso estático como el oro; es un músculo que se atrofia sin uso. Cada joven que emigra con un título en la maleta no es solo una estadística, sino un posible descubrimiento médico, un algoritmo revolucionario, una solución energética que se llevó el viento.

Mientras, el reloj avanza. Para 2050, se proyecta que el 40% de los empleos actuales serán obsoletos, reemplazados por inteligencia artificial y robótica. ¿Qué lugar ocupará un país que educa mano de obra para tareas del siglo XX? La respuesta está escrita en los pasillos vacíos de sus universidades, en los laboratorios polvorientos, en los sueños de quienes se fueron.

La fuga de cerebros no es un destino inevitable, sino el resultado de decisiones —o su ausencia—. Como dijo una vez un pescador en las costas de Samaná: "El pez no escapa por maldad, sino porque el anzuelo no tiene carnada". La carnada, aquí, se llama oportunidad. Hasta el día de hoy, la República Dominicana es un país que exporta sus sueños en maletas, y por lo tanto solo puede importar olvido.

José M. Santana

Economista e investigador.

Jose M. Santana Investigador Asociado del Profesor Noam Chomsky de MIT. @JoseMSantana10

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