La República Dominicana es nuestra tierra de contrastes que se debate entre el ron y la razón. Mientras el mundo desarrollado viaja montado en el tren de la ciencia y la tecnología, aquí, la investigación y el desarrollo son tratados como cenicienta en un baile de ricos. El resultado, previsible como la resaca después de la fiesta, es una economía que baila al son del turismo, con mano de obra que apenas sabe leer el menú, cerebros que se fugan como presos de Alcatraz, y una sociedad que no encuentra su lugar en el banquete global del siglo XXI.

La raíz de este malestar, como un clavo oxidado en el zapato, es el abandono sistemático de la Investigación y Desarrollo (I+D) en el sistema educativo, una traición al futuro que condena al país a repetir la misma canción de atraso y subdesarrollo.

Para cosechar, hay que sembrar

La historia, maestra implacable, no nos deja dudas. Corea del Sur, Singapur, Finlandia e Israel, naciones que pasaron en un plazo de 60 anos, de la yunta de bueyes al microchip, del arado al cohete y los satélites, lo hicieron apostando a la I+D. Corea del Sur, por ejemplo, invierte más del 4% de su riqueza en investigación, mientras que aquí, apenas se rasguña el 0.01% o 0.03%, según la UNESCO.

No es casualidad, es causalidad. Los países que inventan dominan el mercado, atraen la inversión y crean empleos que valen su peso en oro. Los que no, se quedan atrapados en el laberinto de la dependencia, vendiendo caña y comprando televisores. Y aquí, la inversión en ciencia y tecnología es tan raquítica que da vergüenza ajena. El FONDOCYT, que debería ser el motor de este cambio, apenas tiene gasolina para un triciclo. Otros países, como Israel, invierten el 5.44% de su PIB. Costa Rica, con menos de la mitad de los habitantes que la República Dominicana, dedica el 0.32%. México, el 0.5%. Brasil, cerca del 1%.

Pero la clase política dominicana, desde la fundación de la República hasta hoy, sigue aferrada a la idea de que se puede llegar al desarrollo por ascensor, sin pasar por el trabajo sucio de la investigación.

El Fondo Nacional de Innovación y Desarrollo Científico y Tecnológico (FONDOCYT), la principal esperanza para financiar la investigación es un feto en Cuidados Intensivos. Con un presupuesto que no alcanza ni los 8 millones de dólares (una miseria comparada con los miles de millones que invierten otros), su impacto es más simbólico que real. Mientras tanto, las universidades mendigan subsidios, los laboratorios parecen museos de antigüedades, y los profesores tienen que elegir entre investigar y llenar planillas.

La escuela rota: Donde la enseñanza se pudre

La tragedia comienza en las escuelas. El sistema educativo dominicano está entre los peores del planeta (puesto 149 de 191 países, según el Informe de Seguimiento de la Educación en el Mundo 2023). Las aulas están llenas como guaguas en hora pico, los maestros andan más perdidos que Adán en el día de las madres, y los currículos y libros parecen escritos en la época de Trujillo. Los estudiantes salen de la escuela sin saber pensar, mucho menos con las herramientas para entender el mundo de la ciencia y la tecnología. Y esta herida se infecta en la universidad, donde se fabrican títulos en serie, en lugar de ideas.

En la universidad, la I+D es la gran ausente. Aunque algunas, como el INTEC, UNPHU, UNIBE y la PUCMM, intentan remar contra la corriente, la mayoría prefiere graduar estudiantes a montones que crear conocimiento. Se premia la memoria, no el razonamiento, ni pensamiento. Las tesis son un chiste, copias disfrazadas. El plagio es el deporte nacional, y los "especialistas en tesis" hacen su agosto vendiendo trabajos prefabricados. Los graduados salen al mercado laboral sin saber resolver problemas, experimentar o inventar nada nuevo.

Una lección del MIT: Cuando las ideas se convierten en oro

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Durante mi paso por MIT, como Investigador Asociado, conocí en el Media Lab a una joven llamada Gauri Nanda, una estudiante que empezó a hacer su proyecto de investigación en el Media Lab. Gracias a su proyecto descubrió, que los seres humanos tienen patrones de sueños relativamente estándar y que en las mañanas se despiertan efectivamente cuando se levantan de la cama. Con esta idea inventó un reloj despertador al que le llamo Clocky, es un despertador con ruedas que corren desde la mesa de noche hacia cualquier otro lado de la habitación, para que no te quedes dormido. Dos años de pruebas, errores y prototipos dieron como resultado un producto que hoy día se vende en todo el mundo, generando millones de dólares.

Gauri Nanda.

El éxito de Clocky no fue un milagro, sino el resultado de un sistema que valora la curiosidad financia la experimentación y une la universidad con la empresa. La historia de Nanda nos enseña por qué la I+D es vital: la innovación nace en la universidad. La penicilina, internet y las vacunas de ARN_mensajero nacieron en laboratorios académicos. Pero aquí, estas historias son ciencia ficción. No se les enseña a los estudiantes a investigar, ni se les dan guías, laboratorios o recursos para eso. ¿El resultado? Una mano de obra sin ideas y una economía que vive del turismo, las remesas y las fábricas que solo ensamblan lo que otros inventan.

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Investigar y crear o morir

 Para romper ese círculo vicioso, hay que cambiarlo todo:

  1. Hacer que investigación sea obligatoria en las universidades: Que todos los estudiantes investiguen durante dos años antes de graduarse. Cambiando las tesis copiadas por proyectos de investigación que resuelvan problemas reales, desde cómo sembrar sin dañar la tierra hasta cómo producir nuevos productos o servicios.
  2. Incrementar considerablemente el presupuesto del FONDOCYT: Que reciba el 1% del PIB. Que las empresas pongan la misma cantidad de dinero que el Estado y que reciban el mismo porcentaje de propiedad intelectual de cualquier innovación creada.
  3. Maestros que inspiren: Invertir en la formación de los profesores, sobre todo en ciencia y tecnología, y que sean realmente bilingües (inglés y español). Que las universidades contraten profesores que sean investigadores.
  4. Unir las universidades con las empresas: Darles incentivos a las empresas para que trabajen con las universidades en proyectos de I+D, para que las ideas se conviertan en bienes, servicios y empleos aquí mismo.

 El desarrollo es para valientes, no para cobardes

La clase política dominicana lleva décadas echándole la culpa a otros de nuestros males. Pero la verdad es que el desarrollo no se logra sin invertir en la gente. Mientras el Estado no vea institucionalmente la I+D como algo vital, el país seguirá viendo el tren de la innovación pasar de lejos. Sabemos que el problema es que la I+D no da votos de inmediato, y los políticos tienen que elegir entre su ambición personal o la de sus partidos y el futuro del país.

Pero no hay otro camino: o invertimos en ciencia, tecnología y educación, o nos resignamos a ser cada día peores.

El reloj despertador de Gauri Nanda no solo resolvió un problema personal, sino que demostró que los estudiantes con apoyo pueden cambiar el mundo. La República Dominicana debe decidir si sus universidades formarán pensadores e innovadores creativos, o graduados con títulos vacíos.

El tiempo se agota y nada es para siempre… al final, la pregunta no es si la I+D da votos, sino si la falta de ella nos dejará sin futuro para votar.

José M. Santana

Economista e investigador.

Jose M. Santana Investigador Asociado del Profesor Noam Chomsky de MIT. @JoseMSantana10

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