En la proximidad con el pensamiento libertario conocí a Yves Drube, un artista que reside en la ciudad de Santiago. Llegó al país a mediados de los años noventa para conocer la isla. El artista se crio en Magdeburgo en la antigua República Democrática Alemana, entre muros, cemento, varillas y dura autoridad. Fue expulsado de la RDA por las actividades políticas de sus padres contra el régimen.  En la actualidad, rememora esos años con una exposición titulada “El Muro” en la ciudad de Quito, Ecuador.

Es un iconoclasta del arte. Es un hombre reflexivo que siente y piensa el mundo desde su resistencia íntima, bajo los jardines de sus ideas libertarias.

En la obra de Yves, yo encuentro un lenguaje de formas, el cual puedo leer desde un cuerpo curvilíneo o desde un callejón en el que se arroja el dolor y el poder transgresor de los conceptos. Me encanta su posición con el estilo del realismo, pues reflexiona sobre los desmadres pictóricos contemporáneos. El artista nos muestra su clara burla sacrílega, llena de recuerdos de un mundo que aún se nutre dañando al otro.

El artista es siempre un forastero que busca encontrar a Heráclito por la hermenéutica de la sabiduría. Es una demanda continua, la que se presenta en toda actividad creativa.

El artista se enfrenta al lienzo y a los materiales habituales para calentar el fuego creador. Yves relata cómo se topa con la figura de la decepción de los constructos que formaban parte de la moral del realismo oriental, el cual se sustentaba en un arte autoritario y muy ajustado a las ideas socialistas.

Su obra opera con una justa ironía sobre un tipo de arte que estaba contraído a un tipo de realismo controlado desde arriba, como sagradas figuras. Yves hace una crítica a los retratistas que se gestaron en la posguerra, bajo el amparo de un atelier político que controlaba la creatividad del artista.

Ese artista forastero mira el cuerpo, los materiales, los sentidos de la vida y la muerte, es decir, todo aquello que se vende promovido por el gran capital, para descubrir lo reprimido, la carnalidad terrenal, la tragedia del proletariado y el burgués. Es una artista que se mueve con las cosas llamadas psíquicas, las cuales responden a las mismas alegorías contadas por todas las esquinas de la tierra y que tratan sobre el poder y la soledad del homo sapiens.

Su obra retrata el escape del juego de la luz y la sombra, al igual que Kiki Smith convierte su arte en una piel incómoda que hay que mirar para dar bienvenida al gesto de una mueca que molesta.

En la obra de Yves se siente la plenitud de lo extraordinario de las cosas cotidianas y la vaguedad de lo que buscan fuera de su psique, tratando de fingir la felicidad por medio del goce material como socorro por el llanto interior.

El tratamiento sobre la muerte en su trabajo artístico es desbordante. El artista en su atelier tiene su propio ataúd. Él vive sintiendo la continuidad de la vida, sin colorido. La siente como sinfonía que escucha sin miedo, porque como hombre mortal, se da cuenta de la cercanía de los lazos de la vida y la muerte.

Relata que el mayor tabú de la historia actual es visibilizar la muerte, porque esa siempre se mira en el otro. Un realismo insoportable para muchos, porque rompe una posición sólida que sustenta a los poderosos, la de vender que ellos “no son vulnerables”.

Esos hombres y mujeres comunes de la historia occidental usan a su antojo la fuerza del poder militar, sus cámaras, grabadoras y dispositivos electrónicos, además de comprar matarifes que se venden por centavos para construir una narrativa que ni ellos mismos se la crean, ni soporten en sus bordes psicopáticos.

Es fácil describirlos, por sus coches de lujo, las joyas y materialidades a las que ellos les dan importancia en los marcos de sus estanterías de poses ridículas. Yves le da una mirada a esa hinchazón de los autorretratos fotográficos y lo coloca en ese camisón burlesco de la comunidad corporativa que se hunde en el abismo baudrillardiano de la cultura del simulacro.

Yo podría decir que es un artista comprometido con sus relatos interiores. Su obra rompe con el estilo realista social, propio de una época que caracterizó un mundo llamado por los historiadores del siglo anterior como “Guerra fría”.

Yves es hijo de la angustia de la provocación entre este y oeste y de aquellos delirios militares con posiciones beligerantes frente a las diferencias del ser como entidad ontológica. Es hijo de esa ambigüedad de la guerra abierta o de las incursiones que irritan en los espacios del otro, por la injusticia social.

Yo lo miro desde la cercanía de un pensamiento que retrata los espacios de interioridad que han sido coaccionados por la legalidad de un cuerpo territorial que se coloniza políticamente, para ser presentados en los mercados de la carne.

Se interesa por el cuerpo contemporáneo, pero desde la crítica de un desnudo que muestra la moralidad religiosa y el deseo que subyace en el interior. Él es un retratista que hace bailar las figuras para provocar un revuelo con el ánimo, el carácter y la no sutil contradicción entre el hábito religioso, la botella de alcohol y la expresión registradora de esa sismográfica que sustenta la guardia de la pose femenina o masculina.

Yves retrata los márgenes de la vida y la peligrosa condición de la posición social que no modifica su mirada, porque están cegados con su papel de vigilancia y rancias historias morales. Es un escultor provocador. En su trabajo escultórico se apega a un realismo incisivo y crítico.

Toda su obra artística se envuelve en un corpus consistente y muy serio e innovador, tanto en la línea del color, la composición conceptual y reflexiva sobre la confrontación exterior con el mundo del dolor, miedo y cuerpos realistas. La intención es presentar la melancolía que se envuelve en lo lascivo, lo atado, vencido, lo pálido, lo corrupto y delicadamente ansioso de ser testigos presenciales de este tiempo.

El arte es un juicio sobre la trasera de un mundo que se destruye a sí mismo. Yves Drube logra retratar esa carne santa y hace una cita con la historia de múltiples generaciones que siguen en guerras sin sentidos con una melancolía inconsciente.

Su obra retrata el escape del juego de la luz y la sombra, al igual que Kiki Smith convierte su arte en una piel incómoda que hay que mirar para dar bienvenida al gesto de una mueca que molesta.

Yves Drube rompe con la moral tradicional y las formas de un arte que forma parte de las ristras que chorrean sangre y que muestran los dolores del siglo.

Fátima Portorreal

Antropóloga

Antropóloga. Activista por los derechos civiles. Defensora de las mujeres y los hombres que trabajan la tierra. Instagram: fatimaportlir

Ver más