Los habitantes originales de la isla que hoy compartimos con Haití tenían creencias, prácticas, ceremonias y rituales particulares. Prevalecía una espontaneidad, una diversidad e identidad democratizada en una infinita dimensión de espiritualidad religiosa acorde con su visión del mundo y de su cultura.
Toda su cotidianidad y su vida cambiaron, se transformaron al ser interrumpidas por la llegada en “inmensas casas flotantes” de seres humanos desconocidos, vestidos con extraños trajes que hablaban otro idioma, que venían de otro mundo, los cuales se creían “descubridores” de unas tierras sin dueño, de las cuales pasaban a ser propietarios con todo lo que había dentro, incluso con seres humanos “inferiores” que las poblaban, sin alma, salvajes, que estaban fuera de la gracia de su Dios, el único verdadero, y que ellos, los civilizados, podían explotar porque estos estaban en la irracionalidad, al mismo nivel de todos los animales que allí encontraron.
Como eran tan religiosos, su misión era convertirlos al cristianismo, a la verdadera religión, para que estuvieran en la gracia de Dios, para que pudieran salvarse, para entrar al cielo, aunque en la realidad no era realmente un solo interés teológico porque al mismo tiempo era político, ya que, al aceptar al Dios cristiano, aceptaban también su sistema social, aunque seguían siendo discriminados por pertenecer a una “raza” y una cultura inferior.
Al agotarse el oro de aluvión encontrado en ríos y montañas y no tener ya mano de obra para una rica mina en Cotuí, apelaron al ilícito y deshumano comercio de seres humanos africanos para la producción azucarera en calidad de esclavizados, usando los mismos argumentos que con los indígenas, de que eran inferiores y que, además de explotarlos, tenían que convertirlos al cristianismo para que pudieran salvarse, gozar de la vida eterna.
Lo superior, lo mejor, lo perfecto eran las creencias de los dominadores, incluso su color blanco como sinónimo de belleza y de la verdad. En su religión prevalecía la dimensión de expresiones y acciones de racismo, exclusión y discriminación, donde predominaba, además, la falsa sensación de que las vírgenes y los santos eran blancos.
Lo “blanco” pasó a ser sinónimo de lo “bueno” y lo “negro”, de lo “malo”. Coincidentalmente, en la iglesia católica, en casi su totalidad, los sacerdotes con su jerarquía, las vírgenes y los santos eran blancos, incluso las Mercedes, patrona de esta media isla desde los inicios de la colonización hasta hoy. Este acontecimiento era general. Tengo un amigo que en su vida no había conocido obispos, arzobispos, cardenales, ni tampoco un papa negro en su iglesia. Pero luego conoció a un representante del Papa negro, un “nuncio”, que llegó al país, pero no sabe por qué duró tan poco tiempo; pero ahora tiene un cardenal, varios obispos, sacerdotes y diáconos que no creen en esa discriminación.
Los historiadores racistas religiosos han divulgado muy sutilmente que la existencia de la “madre espiritual del pueblo dominicano”, “Tatica”, es exclusiva de Dominicana, cuando en realidad está presente en el santoral católico universal; incluso fue traída por los colonizadores españoles. Hace algunos años, me quedé impactado al encontrarme con ella en Perú y en México, con el mismo nombre, aunque con otras vestimentas y simbolizaciones extraordinariamente hermosas.
Pero hay una historia muy pedagógica de respuestas contestatarias. La llegada de San Martín de Porres fue impactante en el imaginario popular por negro. Pero se vio como una excepción. En algunos lugares, es impresionante observar, como en Las Tablas, comunidad negra de Baní, levantaron un impactante monumento elaborado en piedra conocido como “El Cerro de San Martín de Porres”, convertido en centro de peregrinación y donde descansa un sacerdote canadiense de la Orden de los Escarboros, que pidió ser enterrado allí para su descanso eterno.
En Punta, comunidad de Los Morenos, en Villa Mella, de acuerdo con la tradición, resultado de negros de herencia cimarrona, se conoce hace más de 200 años el culto de la “Dolorita”, donde aparece una virgencita negra, que se desconoce cómo apareció y desde cuándo es parte de esta impresionante festividad en la anticipación de la Semana Santa.
En Yamasá, hace más de 125 años, la familia Guillen, los mismos artistas y artesanos del arte indígena colonial recreado, realiza la celebración en honor de un impactante San Antonio Negro, caso único, que tampoco se conoce cómo llegó a una región de herencia afro, conocida antiguamente como la sabana sagrada del Espíritu Santo.
En la religiosidad popular aparece a nivel nacional la figura impresionante de Martha la Dominadora, una mestiza negra con una culebra, considerada una de las más populares del país.
Por encomienda de San Agustín, obispo de Hipona, al norte de África, un artesano elaboró una virgen negra, conocida como “de Regla”.
Es una negra majestuosa, hermosa, de labios carnosos, con una serpiente enroscada en el cuello como símbolo de la sabiduría, la fuerza y la justicia; tiene unos ojos penetrantes, dominantes y hechiceros; es querida por sus seguidores y temida por sus enemigos. Martha no conoce el miedo, no hay fuerza maligna que pueda contra ella. En determinados puntos es tierna, pero en otros puntos surge como serpiente, arrastrándose por el suelo, entre las sillas, con una fuerza descomunal. Su color preferido es el morado, con el cual se identifica.
La Sarandunga se realiza en honor de San Juan Bautista en La Vereda, el Pueblo Arriba en la comunidad de Río Arriba en Baní. Es una importante herencia religiosa-cultural cimarrona. Fiel a esta tradición, rompiendo con el santoral oficial de la iglesia, fue pintado de negro, por sus seguidores, y así se mantiene hasta hoy.
Por encomienda de San Agustín, obispo de Hipona, al norte de África, un artesano elaboró una virgen negra, conocida como “de Regla”. Es una hermosa virgen negra. En Bani, una vez el templo fue afectado por un fuego y, en su reparación en la ciudad de Santo Domingo, fue “blanqueado”, aunque en los otros lugares sigue siendo negro. Los santos y las vírgenes espiritualmente no tienen colores; son sus seguidores fanatizados e ideologizados.
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