Cada aniversario encierra una afirmación. No se trata solo de un número o de una cifra conmemorativa: se trata de la persistencia del pensamiento, del deseo de mantener viva la reflexión en torno al arte, y de la convicción de que la crítica y la historia del arte son, antes que disciplinas académicas, modos de conciencia cultural. Al cumplir veinte años ininterrumpidos de trabajo, el Simposio de Historia y Crítica del Arte de la Universidad Autónoma de Santo Domingo reafirma su condición de espacio imprescindible para el diálogo, la memoria y la construcción del pensamiento artístico dominicano. Esta edición, además, se dedica a Rafael Díaz Niese, uno de los principales creadores de las instituciones artísticas del país, fundador de la Escuela de Bellas Artes, promotor de la Bienal Nacional de Arte en 1942, impulsor de la Orquesta Sinfónica Nacional, y guía visionario de la cultura dominicana cuya obra institucional y educativa sigue siendo un referente para todos los que trabajamos en el campo de las artes.
Desde su fundación, este simposio ha sido un espacio de encuentro y de resistencia intelectual. En un país donde las artes han tenido que luchar por conquistar su lugar dentro de las instituciones, mantener durante dos décadas un foro permanente de reflexión teórica ha sido un acto de voluntad colectiva. La Facultad de Artes, a través de la Escuela de Crítica e Historia del Arte, ha sostenido este esfuerzo con el convencimiento de que la universidad pública tiene el deber de cultivar el pensamiento crítico, de abrir las puertas al debate y de custodiar la memoria visual de la nación. Dedicar este vigésimo simposio a Rafael Díaz Niese no solo reconoce su labor histórica, sino que reafirma el vínculo entre la creación de instituciones artísticas y el pensamiento crítico como pilares de la vida cultural dominicana.
El título elegido para esta edición —“Historiadores y Críticos de las Artes en la República Dominicana”— fue particularmente pertinente. Con él quisimos rendir homenaje a quienes, desde distintos ámbitos, han contribuido a construir la mirada reflexiva sobre nuestras artes. Porque la historia y la crítica del arte no son meros ejercicios de descripción o valoración estética: son los instrumentos que nos permiten entender los procesos culturales, los contextos sociales, y las ideas que han dado forma a nuestras imágenes.
En este vigésimo simposio tuvimos el privilegio de reunir a figuras que representan la diversidad y la riqueza de nuestro pensamiento artístico contemporáneo. Marianne de Tolentino, pionera de la crítica dominicana moderna, nos recordó que el juicio crítico es también un acto de amor y de compromiso con la creación; Odalís G. Pérez, con su verbo incisivo y su mirada filosófica, volvió a situar la crítica como espacio de interrogación y pensamiento; Guadalupe Casasnovas, Amable López Meléndez y José Enrique Delmonte aportaron visiones complementarias sobre la historiografía del arte dominicano, evidenciando que la escritura sobre arte es, también, una forma de narrar la identidad; mientras que Ana Agelán, Margarita González Auffant y Lilian Carrasco, junto con quien escribe estas líneas, planteamos reflexiones sobre los caminos actuales de la crítica, su relación con las instituciones y su función en el contexto universitario.
La suma de estas voces dio cuerpo a un mosaico que refleja lo que hemos sido y lo que aspiramos a seguir siendo. En veinte años, el simposio ha evolucionado de un encuentro académico a una verdadera comunidad de pensamiento. En cada edición se ha ido tejiendo una red de diálogo que vincula generaciones, estilos y perspectivas diversas. Hemos recibido a jóvenes investigadores, críticos emergentes, artistas y teóricos de distintas disciplinas, todos con la voluntad de pensar el arte desde el país y para el país. Y esa continuidad —esa constancia que ha vencido los vaivenes institucionales, los retos de los tiempos y los cambios de contexto— es, quizás, su mayor logro.
Sostener un espacio de pensamiento durante veinte años en una universidad pública no es tarea sencilla. Implica convicción, persistencia y un sentido profundo de misión cultural. La Escuela de Crítica e Historia del Arte ha asumido ese compromiso con seriedad, sabiendo que cada simposio no solo recoge ponencias o debates, sino que documenta el pulso del pensamiento artístico dominicano. Cada edición deja testimonio de las preocupaciones estéticas, sociales y conceptuales que atraviesan nuestras artes visuales, y se convierte así en una suerte de archivo vivo de la cultura nacional.
Este vigésimo simposio, además, nos invita a reflexionar sobre la importancia de la crítica y la historia del arte en la formación universitaria. En tiempos en que lo inmediato tiende a imponerse sobre la reflexión, la universidad debe seguir siendo el lugar donde la mirada se detiene, analiza, contextualiza y comprende. La crítica y la historia del arte no son ejercicios secundarios: son los instrumentos que nos permiten valorar las imágenes más allá de su superficie, comprender su densidad simbólica, y situarlas dentro de la trama de la memoria colectiva. Sin pensamiento crítico no hay arte consciente; sin historia, no hay continuidad.
Mirando hacia atrás, veo en estos veinte años un largo proceso de aprendizaje compartido. Cada edición ha sido un laboratorio de ideas, un espacio donde la crítica se ha renovado y donde se ha reafirmado la necesidad de seguir escribiendo sobre arte dominicano. Hemos debatido sobre la modernidad y la identidad, sobre los lenguajes contemporáneos, sobre la relación entre arte y política, y sobre los desafíos de la crítica frente a las nuevas tecnologías y los medios digitales. En cada ocasión, la discusión ha dejado ver la vitalidad de un pensamiento artístico que, aunque muchas veces disperso, mantiene un hilo de coherencia: la voluntad de entendernos a través de nuestras imágenes.
No puedo dejar de reconocer el esfuerzo colectivo que ha hecho posible esta continuidad. Cada edición ha contado con la colaboración de profesores, estudiantes, artistas, gestores y críticos que han creído en el valor de este espacio. La Facultad de Artes ha sido el soporte institucional indispensable; pero también ha habido una fuerza más íntima, una especie de vocación compartida, que nos ha impulsado a seguir año tras año. Porque más allá de la estructura académica, el simposio ha sido un acto de fe: fe en el arte, en el pensamiento, en la palabra.
Veinte años después, puedo afirmar que el Simposio de Historia y Crítica del Arte se ha convertido en la cita más importante del país para pensar las artes visuales desde la universidad. No hay otro espacio en el ámbito dominicano que haya sostenido, con tanta continuidad, la discusión teórica sobre el arte. Y eso nos compromete aún más: con el rigor, con la apertura, con la responsabilidad de seguir siendo una referencia para las nuevas generaciones.
En este aniversario, la presencia de nombres como Marianne de Tolentino, Amable López Meléndez y Odalís G. Pérez, junto a investigadores más jóvenes, simboliza precisamente ese puente entre generaciones. Ellos representan la memoria viva de la crítica dominicana; los más jóvenes encarnan la renovación, la búsqueda de nuevas metodologías y lenguajes. Y es en ese diálogo intergeneracional donde reside la verdadera fuerza del simposio. Hemos aprendido que pensar el arte no es repetir fórmulas, sino reinventar constantemente la mirada.
Hoy, cuando miro el recorrido de estas dos décadas, siento que este espacio ha cumplido una función esencial: la de dar voz al pensamiento artístico dominicano desde la universidad, de documentar su evolución y de sostener la discusión sobre sus fundamentos. Hemos demostrado que la crítica no es un lujo intelectual, sino una necesidad cultural. Que el pensamiento sobre el arte no solo acompaña a la creación, sino que la legitima, la amplía y la vuelve más consciente. Dedicar esta edición a Rafael Díaz Niese nos recuerda que todo esfuerzo institucional —ya sea la creación de escuelas, orquestas, bienales o simposios— es parte de un mismo proyecto de construcción cultural: sostener la memoria, generar pensamiento y dar herramientas para que el arte sea vivido y comprendido en su profundidad.
Mantener viva esta cita durante veinte años ha sido, también, un acto de resistencia frente a la fugacidad. En una época dominada por la velocidad y el olvido, este simposio representa la constancia del pensamiento, la paciencia del estudio, la seriedad del análisis. Por eso, más que un evento, el Simposio de Historia y Crítica del Arte es una institución dentro de la universidad: una tradición que renueva su sentido cada año y que demuestra que el pensamiento crítico sigue siendo el corazón del arte.
Con este vigésimo aniversario cerramos un ciclo y abrimos otro. El reto ahora es seguir profundizando, seguir conectando la universidad con el medio artístico, seguir formando generaciones que comprendan que la crítica y la historia del arte son formas de compromiso con la cultura. Veinte años no son un final, sino un punto de inflexión: la oportunidad de reafirmar nuestra misión y de imaginar los próximos veinte con la misma pasión, el mismo rigor y amor por el arte dominicano, bajo la inspiración de quienes como Rafael Díaz Niese nos enseñaron que toda creación cultural es también un acto de ciudadanía y de legado.
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