Los artistas, los creadores mueren al igual que todos los mortales, pero su legado permanece, en estos días hemos visto partir a cultores de la poesía, la música, el cine dominicanos: Radhamés Reyes Vásquez, Cheo Zorrilla, Agliberto Meléndez, René Fortunato.
La muerte de artistas, músicos, cineastas y poetas es un acontecimiento que, aunque inevitable, deja en el mundo una huella profunda e imborrable. Estas almas creativas, portadoras de belleza, emoción y reflexión, nos dejan un legado que continúa vivo en las obras que produjeron y en el impacto que tuvieron en la cultura y en quienes los admiraron. La partida de estos artistas no solo representa el fin de una vida, sino también el comienzo de una eternidad en la memoria colectiva.
Radhamés Reyes Vásquez (1953-2025) nos expresa el significado de la muerte en el poema que dedicara al año del fallecimiento de su madre, que tiene por titulo: «Mamá también cantaba boleros»
«La muerte tiene la forma del dolor y del recuerdo,
el agua misma adquiere la forma del cántaro».
Un sábado por la mañana, mientras me desplazaba
en un Nissan Sentra por las calles nubladas
timbró mi teléfono celular en el bolsillo.
«Tu madre ha muerto», me dijeron.
De eso hace ya un año
tu primer año, madre,
y, sin embargo, oigo aún cuando me llamas
o tarareas un bolero,
tus alpargatas aún suscitan
la ligera música de tu presencia.
Reyes Vásquez, evoca su ternura y bondad y el profundo dolor que le ocasiona su ausencia, lamentando que no conociera las bellezas de Estados Unidos y España, ni su apartamento, ella que cantaba boleros, que era loca con Miguel Aceves Mejía,
…pero conocía al dedillo a los mariachis
y era loca con Miguel Aceves Mejía.
La vieja nunca fue de carne y huesos.
Era un pedazo de pan y una ternura
que tarareaba boleros y conversaba
con los duendes.
En el poema narra que su madre fue devastada por la soledad, por el dolor de la partida de su hijo menor.
«mamá no murió de muerte natural,
tampoco murió de tiempo ni de vida
sino de soledad
y es así como en verdad
se muere.
que siempre veía fantasmas y escuchaba los pasos de los muertos en los pasillos de la casa.
«Mamá empezó a morir veinte años antes,
cuando cubrimos con tierra el ataúd del hijo menor.
Recuerdo la misa celebrada a mi hermano en San Cristóbal, que ni siquiera se escuchó el nombre, cuanto duele la falta de sensibilidad en esas misas colectivas, recuerdo que mi tío Fellito, me decía: “tenemos que hacerle una misa en otra iglesia, sintió que la anterior no fue efectiva; todo cambia cuando se realizan en horarios distintos, se siente el espíritu de condolencias…
“Fue de tarde y en verdad llovía.
Su foto no apareció en los obituarios
y de tan buena suerte
el cura párroco olvidó su nombre
el día de la misa,
pero extendieron como si nada
la cesta para recoger el diezmo.
Juro por las cenizas que hablan demasiado:
mamá no murió de muerte natural,
tampoco murió de tiempo ni de vida
sino de soledad
y es así como en verdad
se muere.
Mi pobre vieja no tuvo nietas que le hicieran trenzas
ni le esmaltaran las uñas.
Su memoria estaba siempre abierta.
y era fértil
porque siempre veía fantasmas
y escuchaba los pasos de los muertos
en los pasillos de la casa.
«¿No oyes los pasos?», me decía, «ya se acercan.»
Tiempos después soy yo quien oye los mismos pasos
porque sucede que mamá también ha muerto
sin conocer el Central Park
ni Madison Avenue,
sin ver los álamos brillantes de Washington,
sin enterarse de las masacres de Iraq
ni de la manera en que se muere en Bagdad.
Mamá no anduvo nunca por la Alameda
donde fui condenado por la artritis,
…
Miraba demasiado lejos
y sus dedos eran mástiles para sostener
la vida,
en el pozo grisáceo de sus miradas
había puertas que se abrían
y provincias distantes.
Era ella una soledad muy honda,
una pena demasiado callada
que tampoco conoció el apartamento
donde ahora escribo y muero.
Su mirada parecía un deseo petrificado y acuoso,
una piedra de melancolía,
una sombra húmeda, un abismo colgante,
un pasto,
un metal que poco a poco iba desgastándose,
una lluvia caída hacía milenios.
Era ella una soledad muy honda,
una pena demasiado callada
https://www.youtube.com/clip/Ugkx8jtgfQguvmC4MgnMf3N7OqX23lpzY3ML.
Cheo Zorrilla (1950-2025) se ha despedido de este mundo físico, el que nos deleitó con canciones románticas, entre otras: «Apocalipsis» El Cirineo y Al nacer cada enero; igualmente Agliberto Meléndez (1942-2025) fue un director de cine que siempre estará presente al ver «Un pasaje de ida», dramático final de 22 polizones dominicanos quienes murieron asfixiados en el tanque de lastre del barco Regina Express en un intento de viaje ilegal en septiembre de 1981, hecho abominable que estremece la conciencia; y de igual manera René Fortunato (1958-2025) queda por siempre cuando vemos sus obras: «Abril: La trinchera del honor», «La Violencia del Poder», «Bosch: Presidente en la frontera imperial», «La Herencia del Tirano» y la trilogía de «Trujillo: El poder del jefe», documentales históricos, trabajo heroico y valiente, eternos testimonios de épocas de triste recordación de nuestra historia dominicana.
En ese sentido, sus partidas no son un adiós definitivo, sino una transformación en un recuerdo vivo, una presencia intangible que nos acompaña y nos enseña.
Cada artista que se va, ya sea con un acorde, un verso, una película o una escultura, deja un vacío en la escena cultural, pero también una semilla que germina en nuevas generaciones. La música de un compositor, los poemas de un poeta, la visión de un cineasta o las pinturas de un pintor son más que simples creaciones; son reflejos del alma humana, ventanas a diferentes épocas, culturas y emociones universales. La pérdida física de estos creadores nos recuerda la fragilidad de la existencia, pero también reafirma la potencia de su legado, que trasciende la muerte y se convierte en patrimonio de la humanidad.
Sus creaciones permanecen, resisten el paso del tiempo y nos continúan inspirando, cuestionando y enriqueciendo. Además, la partida de artistas nos invita a valorar la importancia del arte en nuestras vidas. Nos recuerda que la cultura es un patrimonio colectivo que debe ser preservado.
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