Después de leer todas las piezas de la dramaturgia de Elizabeth Ovalle no pude evitar detenerme en la potencia femenina en todas y cada una de ellas. Ellas iban y venían como bolas centelleantes cada una con su propia magia, con su propia fuerza y su propia personalidad. Y me resultó imposible no tratar de trazar un hilo que remonte el paso de la mujer en la dramaturgia a través de los tiempos, pues no me parece para nada una casualidad que, sobre la voz de una mujer, resalten estos caracteres intensamente femeninos. Ya había dicho Rosalía de Castro en el prólogo de un libro suyo titulado La hija del mar: “Porque todavía no les es permitido a las mujeres escribir lo que sienten y lo que saben”, era el año 1859. Es necesario que las mujeres escriban sobre las mujeres.

Y las escritoras actuales tienen una extraña misión, una misión que, como un río de aguas turbulentas, debe atravesar los recovecos de la página en blanco y crear personajes femeninos profundos y con complejidad, o mejor, dicho de otro modo, la traducción femenina de lo que es esencialmente femenino.

Resulta paradójico, puesto que gran parte de las primeras representaciones de la dramaturgia tiene que ver con deidades femeninas: la luna, las diosas madre, las diosas de las aguas, las cosechas, incluso, en el Antiguo Egipto, jóvenes sacerdotisas ejecutaban escenas dialogadas y cantos a la diosa Isis en sus ritos de fertilidad. Podríamos viajar a Grecia Antigua y encontrarnos a la poeta Safo y sus discípulas en la isla de Lesbos, cuyo círculo podría ser esencialmente musical en cuanto a ritos se trataba puesto que la “cultura arcaica griega era una cultura del canto”, como ejemplo tenemos los poemas épicos de Homero: la Ilíada y la Odisea. De ahí que tengamos los grandes personajes femeninos de la mitología griega Penélope, Medea, Helena de Troya, Electra y tantas otras que muy seguramente venían de representaciones de origen popular, leyendas que viajaban de boca en boca a través de los tiempos. De esta cultura griega, deriva la cultura romana, gracias a los sincretismos de las conquistas de este vasto imperio. A pesar de que en un determinado tiempo de la historia les fue prohibido a la mujeres participar en obras teatrales, siendo estas representadas por hombres vestidos de mujer, surgió la presencia del Mimo un tipo de arte escénico que las mujeres podían representar. Una Mima muy famosa fue Teodora, esposa de Justiniano, que dicen las malas lenguas era de la vida alegre, pero que logró superar las barreras de género y clase de su época para convertirse en una de las mujeres más poderosas del mundo.

Elizabeth Ovalle.

Me resulta imposible pensar que en aquellas postrimerías no existieron mujeres que hayan escrito teatro, me gusta imaginar que, en sus casas, aquellas que eran instruidas, mujeres religiosas y de clase alta que sabían leer y escribir, producían escenas que muy posiblemente eran guardadas en lugares recónditos de sus habitaciones. Resulta difícil aceptar que apenas en el siglo X de nuestra Era surja el primer nombre femenino de la historia que escribió dramaturgia Roswitha de Gandersem, que emuló a los clásicos romanos, puesto que era una práctica común de su tiempo y que escribía sátiras irónicas y crueles sobre las jerarquías y sexualidad masculina. Y a través de ella, numerosas mujeres, primero a cuentagotas, desfilaron en los anaqueles del tiempo como dramaturgas, nombres como Teresa de Ávila, Sor Juana Inés de la Cruz y muchas tantas otras hasta nuestros días.

Y es a través de esta tradición que se circunscribe Elizabeth Ovalle, que explora temas como la inmigración, el amor no correspondido, la locura, los dramas familiares, la violencia, la trata de blancas, todos ellos atravesados por los mismos tópicos que exploran las grandes obras, el amor, la muerte, el carpe diem, la amistad, la pérdida, siempre con ese toque de realidad al final, porque sus finales son trágicos, agudos, irónicos y nos recuerdan lo difícil que puede ser el mundo y la complejidad humana.

La dramaturga Ovalle, antes de adentrarnos a sus escenas, suele dar breves explicaciones acompañadas de reflexiones para tratar de entender la intención de su obra, atisbo entonces a una artista preocupada, no solo por los temas sociales que en ellos convergen sino para que su obra sea comprendida en la medida de sus preocupaciones.  Un ejemplo que me gustaría resaltar es la sinopsis de la obra Conmigo no, en la que la autora expresa lo siguiente: “La pieza aborda el tema de la violencia contra la mujer. Los diálogos llanos y controversiales entre los personajes y, en general, el argumento de la obra da como resultado el entretenimiento jocoso, divertido y a la vez reflexivo entre el espectador y los actores”. De esta cita rescato la palabra “reflexivo”, sobre todo, porque, aunque Elizabeth Ovalle de manera brillante la ha sabido retratar la obra de forma jocosa, ha sabido también sacar esa vena sensible de un escenario trágico. Tomasa encarna la representación de una mujer sufrida que trata de salir delante de la manera que puede incluso cuando las circunstancias de su vida la empujan hacia la oscuridad. Misma oscuridad reflejada en esa escena final cuando al librarse de su agresor colinda en los senderos de la locura; no solo Tomasa colapsa, lo hace también su entorno y esto me lleva a reflexionar la manera en cómo el entorno en que vivimos condiciona no solamente nuestra vida, sino todo nuestro mundo.

En las obras Por hora, Latinos y la mezcla entre Por hora y A piece of work, nos abre el escenario del Domnican York, dicho de otro modo, las realidades del inmigrante. En una época en que la migración se ha convertido en un tema de preocupación internacional, mostrar este tipo de escenarios dentro de las obras artísticas es indiscutiblemente crucial y necesario. Y quizás pone sobre relieve algo que, Elizabeth Ovalle muestra y es el hecho de la percepción de que el migrante tiene mejores oportunidades cuando sale de su país hacia países desarrollados. Esto no es fundamentalmente cierto, hay muchos factores a tomar en cuenta, por un lado, tiene que ver con el poder adquisitivo, la capacidad de adaptación a una nueva cultura y otros tantos factores implícitos y silenciosos que no aparecen en los análisis del costo del riesgo de los trabajadores migrantes. En Por hora y a Piece of work se puede notar que la explotación al inmigrante no solo se da entre aquellos que no tienen sus documentos en regla, sino también a los que sí están regularizados puesto que todos cobran un salario mínimo, y aunque personajes como Yeya no tienen que correr cuando llega migración, su condición de vida no es demasiado diferente a otros compañeros que no corren con la misma suerte.

En las obras La locura de Eva, A la espera y Pinchos y rolos, se trabaja el tema del amor desde distintas vertientes, podemos percatarnos de un amor fatal, como en La locura de Eva, donde los celos y las frustraciones llevan a un personaje a cometer delitos. Es una tragedia que recuerda mucho a Otelo, no por el argumento sino porque en ambas son los celos el engranaje que los mueve como personajes. Tanto Eva como Otelo son sujetos damnificados confluyendo a la deriva de las pasiones desenfrenadas que muchas veces se resguardan al interior y que eclosionan como una estampida. Estos personajes en sus adentros, no se creen verdaderamente merecedores de amor y de afecto, por eso Eva rechaza salir con el enamorado que le envía una carta, de la misma manera en que Otelo se cree insuficiente del amor de Desdémona. ¿Son estos los únicos elementos con los que conectan ambas obras?, posiblemente no, bastarían varias páginas para tratar de averiguarlo.

A la espera, tuve la oportunidad de verla hace casi un año en el Ministerio de Cultura en una actividad sobre la mujer, y aunque algunas escenas habían sido cambiadas, cuando comencé a leer había sentido cierto dejo de familiaridad, que iba corroborando a medida que avanzaba. En esta obra podemos ver cómo los sentimientos nos pueden llevar a tomar decisiones arriesgadas del mismo modo en que lo hacen las necesidades materiales. Me atrevería a decir que más de la mitad de las mujeres que caen en trata de blancas lo hacen porque esperan un porvenir fructífero para ellas y sus seres cercanos. En el caso de Marisol hay mucho de eso, pero el motor que la mueve es su novio, pues tiene una pasión desenfrenada por él. El final, como en la Locura de Eva, es trágico, no solo porque la protagonista se venga del causante de toda su desgracia, sino que, al hacerlo, también debe pagar la condena terrenal por su delito.

En Pinchos y rolos, más que una tragedia, lo que logro atisbar es una reflexión. Es una obra completamente cómica, no hay necesidad de verla en el teatro para vislumbrar a los actores realizando cada una de las escenas. En mi mente, todos los personajes tienen un rostro definido. Puedo atisbar varios temas de importancia social en el sentido de la cotidianidad. En un principio, los dramas de las mujeres en los salones de belleza y todo lo que implica la psicología femenina de lo que es arreglarse el pelo y las uñas, los enredos amorosos, los dramas laborales, los prestamistas, que se dañe la luz, el engaño, el intento de extorción, todos estos temas englobados en diálogos jocosos y bien estructurados. El argumento de esta obra nos hace reflexionar sobre la cuestión del amor en el siglo XXI, más que personas, pareciera que estamos frente a caracteres, personalidades que se crean al margen de lo que es la vida misma y eso explica mucho el desgano y la sensación de cansancio que sentimos porque de alguna manera muchas veces las personas no llegamos a conectar realmente y esto podría sonar no muy bien y quizá sería conveniente que se realicen estudios sociales referente al tema, pero todo parece indicar que muy poca gente es realmente honesta o realmente abierta para poder establecer conexiones significativas y mucho de esto tiene que ver con la impersonalidad que nos ofrecen las app de citas e incluso las redes sociales.

En La reina del tecnicolor se presenta la vida de María Montez, quizás estaría de más explicar que fue la primera mujer dominicana en llegar a Hollywood. Esta pieza resulta ser una representación de la biografía de la artista misma en la que busca resaltar a una mujer con una fuerte personalidad, cualidad indiscutiblemente necesaria para poder romper las barreras que impedían que otras dominicanas llegaran a estos escenarios antes que ella. Pero también percibo a una María Montez muy conectada a su familia, sus conversaciones con su madre y sus hermanas dan una vislumbre que no muchas veces se suele presentar en obras artísticas a menos de que tengan precisamente esa intención. A mí me parece que Elizabeth Ovalle tiene una manera de narrar, no diría que femenina sino capaz de atrapar matices y proyectar hacia distintas direcciones de manera que cada espectador pueda sacar sus propias interpretaciones de acuerdo con su propia manera de percibir las cosas.

Elizabeth Ovalle tiene otras obras como Alerta roja, tres monólogos sobre tres mujeres con distintas realidades viviendo una situación particular y de riesgo como es el VIH, su mirada aguda nos habla de las consecuencias que pueden tener nuestras acciones, pero también de la resiliencia y la capacidad de hacer frente a las adversidades.

Por último, de Vivencias campesinas, rescato el valor lingüístico de reivindicar el habla campesina en una obra artística. Sabemos que esto podría tener sus debilidades en cuanto a un público extranjero se tratara porque no podría extraer todos los significados de las palabras y comprenderlos como una persona local, sin embargo, al representarlo de esta manera se puede demostrar que no existen formas incorrectas de hablar un idioma, sino que estas variaciones enriquecen la lengua como un ente vivo que puede ser también retratado, no solamente para disfrute de las personas que coinciden en tiempo y espacio con la obra sino también para que otros en el futuro puedan tener una idea de cuánto va evolucionando la lengua con el pasar de tiempo.

Y es muy seguro que me haya quedado alguna obra por mencionar, pero lo que quiero decir antes de terminar estas líneas es que me parece absolutamente valiosos los personajes que crea Elizabeth Ovalle y quizás sea necesario analizarlos por separado para extraer de manera más precisa los matices de cada uno. Celebro este reconocimiento y espero que mi visión, quizás un poco sesgada mi manera particular de percibir las cosas, se haya acercado, aunque sea un poco ante esta obra y esta artista que merece ser reconocida.

Bileysi Reyes

Escritora y poeta

Bileysi Reyes es escritora y poeta, licenciada en Letras por la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Trabaja de correctora y maestra. Pertenece al Taller Literario Narradores de Santo Domingo y al Taller Literario César Vallejo. Premio de cuento Juan Bosch TLNSD 2018 y Premio de cuento Feria Regional 2019. Ha publicado el poemario Selva de palabras cortadas (Amargord, 2023) y textos suyos aparecen en revistas y antologías tanto dominicanas como extranjeras. Es coordinadora del Festival Internacional Semana de la Poesía de Santo Domingo. Fue becada por la Residencia Literaria 1863 en el 2024. bileysireyes@gmail.com

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