Me llegó a las manos el libro poético de Plinio Chahín titulado Cabeza de Turco, poesía esencial. Lo leí con mucha delicadeza. Una hermosa edición, así como se presentan las buenas escrituras de Julián Green o Proust. Al principio, traté de leer los poemas uno a uno, siguiendo el orden del escritor, pero eso no va con mi naturaleza díscola.
Soy una lectora que abre el libro y escoge un poema al azar, como si el verso fuera un mensaje místico. Esta vez, me dije: voy a leerlo desde el principio hasta el final. Empero, las fuerzas agonísticas de mi vida ordinaria me empujaron el enunciado hacia otro estatus.
Conozcamos la historia de estos versos en mis manos.
El cambio se visibilizó cuando el estatus del signo, marcado por las fuerzas del fuego, hizo un cambalache; entonces apareció la transformación de ese enunciado en un hecho, y lo real afloró.
En algunos momentos, llevo el libro conmigo a la cocina. Se abrió el poema XXV; veamos el poema:
“Ella asciende y fija vértigos”.
Lo leí en voz alta y el aceite caliente, con un poco de vapor de agua, ascendió, y tuve que salir corriendo para no dañar el texto ni mi piel. Fue un milagro químico que abrió el rumor del verso. Por extraño que parezca, todo el cuerpo del texto no se vio afectado, ni tampoco mi piel. Las reglas inconscientes no cambian. Dejé que mis sentidos tocaran el texto y el azar se convirtiera en epifanía.
Leí este verso:
“Tocándome estoy el borde del silencio
Cuando la muerte se acrecienta
Soy el vacío de mí mismo
No me espíes, estoy a tu lado como el amor de la médula
Qué piensa el ser a su no ser
Sobrio y taciturno sobre el vértigo incorpóreo del deseo
Verticalmente en la materia en movimiento o desparramados
El discurso lujoso de tu pecho”.
Mientras leía estos versos, percibí que ya no estoy en el viejo programa de Aristóteles. Los códigos de los sujetos se amontonan y los filósofos griegos todavía me encadenan. Sin embargo, en el sinsentido del deseo, las nuevas miradas posmodernas me estremecen: entre la curiosidad, la política, el apetito y la revuelta tecnológica, me abruman. Sé bien que las composiciones poéticas pueden ser un milagro químico que va entre el rumor y las ocurrencias del sofá.
El poema es potencia, sociabilidad, buen remedio, fluidez de querencias de colores variados, los cuales se abren a la ordenanza de la oxitocina, como historia hormonal de la ternura. Con este poema, Plinio Chahín autoriza la memoria, esa que envuelve una diligencia biográfica de ficciones e intensidad. Estos versos libres componen los deseos objetales de un corpus.
El poeta escribe con la fluidez de un amanuense que conoce muy bien el oficio de ese laboratorio que interpreta e imagina lo esencial de la creación. Plinio Chahín tiene un hábito de abrirnos a la abundancia de lo escritural. La poesía es un bioensayo del alma. En este libro encontré deleite en los territorios que conectan con las ráfagas del asombro. La poética de Chahín oxigena y tirotea la noche. Estos versos me desnudan y desparraman mi humanidad.
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