La 31.a Bienal Nacional de Artes Visuales de Santo Domingo, inaugurada el pasado 30 de agosto de este año, abre un debate incómodo: ¿estamos premiando el arte o la banalidad? ¿Estamos justificando el “mal gusto”, lo Kitsch? Y es que muchas “obras” exhibidas, incluso premiadas, hace emerger el espejismo, más bien la falacia, del “todo es arte”
Sin embargo, el problema no es nuevo ni en el país ni en otros lugares del mundo donde hay una larga tradición en artes: desde Duchamp con su urinario o la famosa rueda de bicicleta que pronto fueron denominadas “esculturas” hechas con objetos encontrados (ready-made) y algunas vanguardias desequilibradas, la pregunta por los límites del arte ha vuelto una y otra vez por las cabezas de muchos críticos y expertos. No obstante, lo que ocurre hoy en Santo Domingo no es una ruptura con la tradición, sino un simulacro de transgresión, propio del tigueraje intelectual y académico que se nos ha metido hasta el tuétano y tanto hemos cuestionado.
Lo cierto es que nos enfrentamos a piezas que, bajo el manto del conceptualismo, el asqueante “arte conceptual”, reducen el acto creativo a ocurrencias superficiales, a poses pseudointelectuales y a perversas o manidas puesta en escena que son una pura imitación de la mediocridad; de esas que museos, galerías y galeristas, críticos o coleccionistas justifican, ya sea con el discurso vacío y empalagoso o con el dinero. Como advertía Theodor Adorno, cuando la obra de arte abdica de su autonomía, corre el riesgo de convertirse en un mero objeto de consumo cultural, incapaz de sostener un juicio estético.
Pero estimado lector, el escrito que estas leyendo inicia con un neologismo polémico y candente: “hamparte”. ¿Pero qué es? ¿Cómo podemos definir ese oscuro y extraño huésped que se aloja en las paredes y pasillos de museos y galerías? Expliquémoslo brevemente.
Fue el artista, docente de artes y youtubero español Antonio García Villarán que formuló el concepto y que lo llevó a escribir el libro El arte de no tener talento. Revolución Hamparte publicado en 2019. Luego, se vio en la necesidad de formular sus siete principios básicos a modo de manifiesto para hacer del término algo más divulgativo. Su idea la podemos resumir así: ausencia de técnica, desdén por el oficio, abuso de la retórica vacía, dependencia del discurso curatorial, fetichización del escándalo, uso de la ignorancia del espectador como legitimación y complacencia con el mercado o las instituciones. Pero para ser fieles a la prodigiosa propuesta de susodicho autor, la traemos a colación de manera íntegra y que pueden verla de forma bien argumentada en el siguiente enlace: https://www.youtube.com/watch?v=XHtfmngQ7aA. He aquí los principios que expone el manifiesto:
- Si uno o varios objetos fabricados en serie, y que además están a la venta en el mercado común, son presentados como obra de arte, es Hamparte.
- Si la obra consiste simplemente en la elección de un objeto (objet trouvé, found art o ready-made) que es convertido mágicamente en obra de arte por el hecho de colocarlo en un espacio expositivo cualquiera, es Hamparte.
- Si no es necesario tener talento para realizar una obra como la que se muestra, si está llena de lugares comunes e ideas manidas, es Hamparte.
- Si el único valor que tiene la obra está sustentado fundamentalmente por un “concienzudo” texto teórico-filosófico-político que no encuentra su reflejo real en la obra es Hamparte.
- La fantástica y mágica atribución de valores inexistentes a objetos que son comercializados en el marcado del arte con precios exorbitantes es Hamparte.
- Un artista nunca se gana el derecho de ser artista. Tiene que demostrarlo continuamente. Aunque haya hecho una gran obra de arte, esto no significa que todo lo que haga sea arte. Puede hacer Hamparte consciente o inconscientemente; si lo hace inconsciente, será un hampartista puro. Si lo hace de manera consciente para evidenciar y denunciar lo que está ocurriendo en el mercado y en el mundo del arte, o bien por el simple placer de hacerlo; es un hampartista realista. Pera todas las obras que se creen bajo estos términos serán Hamparte.
- En definitiva, el arte de no tener talento es Hamparte.
Así se resume, repetimos, y explica esta categoría crítico-estética. No hace falta citar ejemplos, el lector solo debe tomar esos principios expuestos y aplicarlos a muchas obras seleccionadas y premiadas en la Bienal y se dará cuenta de lo sucedido, dando buenas razones al concepto. Pero, si utilizamos estos criterios a buena parte de lo exhibido, encontramos un espejo incómodo:
– Obras sin oficio, instaladas más por azar que por destreza.
– Performances cuyo único mérito es incomodar sin generar preguntas. Una mera estela de exhibicionismo que no tiene ni ton ni son.
– Textos curatoriales más extensos que la experiencia estética misma.
– Premios otorgados a piezas que, en lugar de abrir horizontes de sentido, clausuran la posibilidad de diálogo entre arte y público, aparte de ofender la más mínima inteligencia.
En suma, estamos ante una estética sin experiencia. Sin motivaciones que empujan a la creatividad y la construcción del sentido desde la obra de arte. Pero lo más grave no es la experimentación, sino la renuncia a la misma experiencia estética. Hans-Georg Gadamer, padre de la hermenéutica contemporánea, defendía que la obra de arte acontece como un encuentro transformador, capaz de abrir un mundo. En contraste, muchas de las propuestas parecen diseñadas para agotar su significado en la nota de prensa o en la foto de Instagram. No hay un “acontecer de la verdad”, en términos heideggerianos, sino un vacío que se disfraza de innovación.
Pero aquí nos acercamos a quién le pone el cascabel al gato, es decir, a la responsabilidad de la crítica y las instituciones encargadas de perpetuar este importante evento. Y es que la Bienal, como espacio de legitimación del discurso artístico visual, debería defender la pluralidad, sí, pero sin abdicar de los criterios mínimos que distinguen entre lo artístico y lo banal. Premiar el hamparte no solo destruye o banaliza la creación contemporánea, sino que erosiona la relación del público con el arte. Si el espectador siente que lo que se exhibe es un engaño, se fortalece la desconfianza hacia la cultura y se pierde la oportunidad de formar sensibilidades.
Para concluir, quiero hacer un llamado a recuperar el sentido de la obra de arte, del artista, de la función originaria de la obra de arte, de la educación artística y sus docentes. La crítica no debe convertirse en nostalgia de un pasado idealizado, sino en exigencia de responsabilidad estética. El arte dominicano tiene una rica tradición plástica o visual, que va desde el muralismo social hasta las búsquedas abstractas de mediados del siglo XX. No se trata de volver atrás, sino de exigir que lo nuevo no sea excusa para lo irrelevante. La Bienal de 2025 nos deja una tarea: recuperar el sentido estético frente a la trivialización hampartista. Solo así la creación podrá volver a ser, como pedía Paul Ricoeur, una mediación simbólica que amplía nuestra comprensión del mundo o como decía Heidegger, para acercarlo, es decir, para abrirlo.
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