A Rita, mi madre
Noche oscura del alma
Llego hasta aquí, frente a ustedes, a presentarles, mediante estas palabras, las bien gracias que me fueron donadas desde el nacer: esto es, trabajar con las palabras. Mas llego aquí ahora, en este instante sucesivo, a referir, con la brevedad posible, mi viacrucis, mi Noche oscura, que, con flexibilidad de tiempo, es mi vida, porque en ella ocurrió un hecho que se venía manifestando desde bien niño, pero en el transcurrir no tenía conciencia de aquello que ocurría en torno a mí.
Sin desconocer el pasado, el instante presente y la proyección de lo que soy a partir de la conciencia limpia.
Y una noche, solo en mi carne, y solo, alcancé, por persistentes llamadas telefónicas, el límite; y una especial llamada en la que se me indicaba que oyera una conferencia de Susan Powell, que versaba sobre el karma, tema desde bien temprano en mi vida, detuvo la intención de caer, de caer en oscuras cavernas.
Esa conferencia, que oía y oía y re-oía, hasta el despertar del sol que se filtraba por las rendijas del balcón, me condujo a un poema que leo y releo a cada trecho de vida: Cántico espiritual, de San Juan de la Cruz:
En una noche oscura,
con ansias en amores inflamada,
¡oh, dichosa ventura!
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.A oscuras y segura,
por la secreta escala, disfrazada,
¡oh, dichosa ventura!
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.
Esta noche oscura del alma —cada quien construye la suya— comenzó para mí en 1977, cuando publiqué Meditaciones alrededor de una sospecha, Santiago, Imprenta del Norte; y vine a sentirla de golpe, persistente en su fluir, en 2019, umbral de la pandemia, al regreso de un viaje a España.
La conjunción del desprecio, la huida del afecto, las acechanzas, los golpes bajos, las conjuras, las conspiraciones en huecos, a clara luz, en círculo, como un tejido donde los componentes se susurran y se traman encerronas; se planifican las maldades y se ejecutan, como: “Me enviaron aquí para hacerle daño”. Ah, la oscura noche.
Y solo conmigo, solo en aquel espacio donde habitan también los otros, los invencibles, seres muy ciertos —y esto para testimoniar que la conjunción de fuerzas invisibles con las muy visibles, esas que están a nuestro lado cada día, no son ejercicios peregrinos de la inquieta mente, sino realidad que se concreta—, seguí andando.
La noche oscura del alma: andaba en esos años de mi vida envuelto en una atmósfera inestable, así, luz y noche; incertidumbre palpable; falto de dirección; deshabitado en el sitio de estar; desprovisto de horizonte; en verdaderos pasos trastornados. Grises los cielos, turbios los aires, desfigurados los contornos, de igual manera el interior profundo. Desesperación, ansiedad, sentido de culpa, dejadez, orfandad: conjunciones, a veces una, otras prevaleciendo en continuo ser. (Mas Dios busca hendijas por donde llegaba el pan. El aire nunca faltó).
Y esta noche oscura pronto se sacude, y lo que ayer fue se comprende y se justifica, pues el despertar de conciencia lo ilumina todo.
Para terminar, regreso al punto inicial de este escrito que, con real humildad, les ofrezco: logré salir de la noche oscura del alma cuando fui tocado por el Dios azul, que entró de lleno en mi corazón.
Les digo que mi despertar no se trata de doctrinas inventadas y manipuladas por el hombre, ni de filosofías orientadas hacia el constante cuestionar de la existencia, pues, al final, cada quien es dueño de su filosofía en su aspecto esencial y conceptual.
Todos y cada uno de nosotros formamos parte del Creador, pues a su imagen y semejanza somos. Partiendo de esto, puedo decirles que ya no camino en la oscuridad, aunque ella, día tras día, ande al acecho; y esto es así porque aprendí a andar en armonía sobre las tempestades, llevando estas determinaciones: no juzgar, no cuestionar, pero, sobre todo, no calumniar: mis nuevos principios de vida.
Compartir esta nota
