Hay poetas tan seguras de sí mismas, de la obra lírica que ofrecen al ruedo del tiempo y los meandros de sus lecturas, que no precisan más que la propia luz de sus versos o los que es igual, esos silencios tórridos que pueblan el intenso y sublime escrutinio de su voz interior; ah esas voces fecundas de ardor que mantienen el ímpetu abrasador de la poesía; y más, de esa lírica medio filibustera y medio hidalga simultáneamente que nos roba el rictus de la fascinación y el suspiro por el primer costado por donde nos aborda. Es pura tea esa poesía. Siempre que vaya escrita con versos encendidos que fulguran…y queman.
Así, sin más preámbulo que estas sensaciones cálidas, le doy la bienvenida a mi sed de lector a la obra poética de la Dra. Elidenia Velásquez, Villa La Mata, Sánchez Ramírez, 1977. Una escritora que, obviamente, conoce las introspecciones propias -y ajenas- como pocos escritores, me atrevería a resaltar. Escribir desde el apogeo de los saberes de la medicina, las neurociencias y otras ramas del saber “interior” del Ser Humano -con mayúscula- implica un plus, un conocimiento de causa, efecto, y afecto, por qué no. «Sabor a mujer», Río de Oro Editores, 2023, uno de sus más recientes libros de poesía publicados, así (me) lo corroboran.
Un libro bello, desde el cuidado editorial, diseño de interior, la cubierta, su prólogo -aunque juro que no los leo por la torpeza de no contaminarme- pero de cuyo autor, Bruno Rosario Candelier, es lícito esperar un ojo aguzado y experimentado en el oficio de escribir, y no menos destacable su nota de contracubierta un plato gourmet de la mano del editor, son todas ganancias nada sutiles.
Elidenia Velásquez, según he podido verificar, además, ha encontrado un nicho, una suerte de maridaje, un abordaje singular, pues ha apostado por publicar otros dos poemarios con esta propia casa editora; a la razón «Sur Prohibido» sugerente y evocativo título salido a la luz en 2022 y «Lágrimas de otoño» un poemario, como su título lo insinúa, de nostalgias, ese tragaluz del alma que nos da fuerza y vigor, presentado al público en 2023; los tres títulos bajo el celo editorial y la corrección del distinguido poeta y editor Rafael J. Rodríguez Pérez. De uno y otro libro nos ocuparemos en subsiguientes espacios porque, créanme, vale la misa la poesía escrita por Elidenia Velásquez.
Entonces, preguntón como privo, me resuelvo en que haya sido este gesto un guiño de constancia, perseverancia, sagacidad, fidelidad, confianza, y tres puntos suspensivos que nos dan la medida de estar delante de una creadora juiciosa y centrada hasta el más imperceptible de los detalles en tanto la producción de sus obras y, en consecuencia, de un sello editorial que, sin la menor duda, se maneja muy bien en estas aguas donde -no pocas veces- los autores no calibran el ojo visor en la mejor diana posible. No digo más. Gracias pues a Río de Oro Editores y Elidenia Velásquez por esta relación con la poesía cuerpo a cuerpo, “golpe a golpe, verso a verso”. Vamos al plato fuerte.
Encontrarán en las páginas de «Sabor a mujer» poemas abiertos a la más franca y diáfana emotividad, sin ningún signo que amordace a la creatividad, el impulso de la sugerencia metafórica, casi afrodisiaca; poemas que invitan al convivio con una inspiración inmediata interponiendo una señal que aguarda por la complicidad de los lectores, para que en ellos tenga esta poesía esa proverbial resonancia con el latido furtivo que escapa una vez leídos muchos de sus textos. Vida y muerte, goce y pérdidas, naufragios y vientos de sotavento hacen de este poemario un apetecible “hechizo”.
La complicidad queda pues premeditada con la página venidera. La poeta hace sentir con su apremiante voz lírica todo el peso del sobrecogimiento emocional de que hacen gala sus instintos…sus deseos…sus frustraciones…sus apetitos…Queda luego la inteligente soledad entre los sujetos líricos y nosotros, absortos de tanta luz: “Luz naciente en los portales del misterio”. Y ensimismados en una lectura que resonará en nuestras almas: “En los cielos del alma retumba el eco del silencio”. Sentencia otro de sus versos. Más que invitados, hemos quedado advertidos.
Y “en los jardines del silencio” quería detenerme, a propósito de las más de treinta ocasiones en que la poeta se adueña de este vocablo como recurso expresivo para dotar de connotaciones a no pocos de sus textos. Y claro, el silencio visto como esa grieta por donde se filtran el miedo, la soledad, la vulnerabilidad del yo poético, pero también el “recio torbellino, fuego, huracán, poesía granate, tempestad …” que forjan la templanza de mujer cuando se aprehende al lenguaje de lo indecible. En el caso que nos ocupa, desde la voz interior de la poeta Elidenia Velásquez, el silencio no es una caprichosa ausencia, sino una invitación a la participación que complementa la escena del poema, su propia percepción y usted, amantísimo lector.
La lectura de «Sabor a mujer» crea un equilibrio entre argumento y contemplación, entre verbos y adjetivos que se pasean de la mano, digo, de la página, en deslumbrante organicidad ilustrativa, casi intuitiva, -instintiva también nos sirve-; entonces lo sensorial no se condensa, sino que se abre al deseo, la curiosidad, la intimidad cómplice de lo dicho y de lo por decir, por cauces de aguas límpidas. Suscriben su poética “vivencias, recuerdos, memorias y apegos” que ella vierte -sosegada- en sus torrentes líricas, de ahí la vitalidad del “silencio” como recurso estilístico o marca de agua en este poemario. Ya insiste la poeta: “la voz del silencio sabiduría esconde”.
Hay como un eje vital en su poesía que se mueve entre la espiral del silencio y la oquedad de la palabra fervorosa. Amor, placer, gozo, dolor, y otros “antojos veleidosos” son la substancia de su poética, aun cuando la distancia, el sigilo, el olvido, la muerte y el placer o la desidia amenacen sustraer(nos) del impulso testimonial e intenten desvirtuar(nos) el recorrido por el entorno vital -y literario- de la autora.
Su creación poética se suscribe en la impavidez y la libertad con que asume sus (in)conformidades ocultas, desde ese aliento de mujer que caracteriza, somatiza, armoniza, perfuma la poesía que sale desde sus entrañas, hasta el encuentro con el lector despierto y sediento: “Tengo en mis pupilas hechizo de mujer”. Reconoce en uno de sus versos Elidenia Velásquez.
Más allá de los matices biográficos que existen en toda escritura, hallaremos en su poesía, sin dudas, no solo un cierto desenfado por la belleza del lenguaje registrado en la página, sino también esa verdad en el entusiasmo apetecido por una imagen que enhebra dolor y placer en el rictus amatorio; como si certeza y evidencia fuesen de la mano, como si pavor y confidencia se besaran a la luz de cada verso. En «Sabor a mujer» habita esa poesía de la carne y sus latidos, de la carne y su quebrarse, de la carne y sus elipsis, de la carne y sus apetencias, de la carne y sus mapas, ríos mares, geografía del deseo, plenilunio de su sed recóndita.
Porque ese “componer versos con las palabras del silencio” es un acertijo que guardan las páginas de «Sabor a mujer». Sí, allí donde el silencio escancia su sed en un mundo saturado de palabras vagas y preñadas de lentejuelas, en la poesía de Elidenia, el silencio va más allá de una insuficiencia (in)voluntaria para convertirse en una pausa introspectiva y cómplice, que colma de significados ese territorio donde el lector consuma lo que la poeta -tal vez- ha decidido callar, generando un impacto emocional telúrico. Johanne Pfeiffer le llamaría “el temple del ánimo”.
La mera palabra enfatiza intimidad y el secreto del vacío, como si se tratase de un eco de la memoria, un territorio de duelo e incomprensión donde las palabras a veces son insuficientes. Esa imposibilidad de decir lo que duele demasiado: “hondo dolor guarda el silencio en labios secos.”; tanto como lo que se goza a plenitud: “Me gusta sentir tu silencio, tu fragancia a primavera germinando las flores del huerto escondido en los linderos del edén perdido.” Son a penas estas provocaciones las que les dejo como evidencia del “secreto perdido en el lecho del silencio” que agita la poesía de Elidenia Velásquez.
A veces un monólogo interior se desplaza a través de ciertas imágenes, ciertos versos por donde se le escurren el carácter, la naturaleza del arrojo, ese oficio indomable de Mujer, más bien de Mujer indomable. Entonces de la memoria arcana, como un conjuro de pasión e inteligencia inquieta por la existencia que la sostiene, se nos presenta la autora, desarropada el alma: “Soy más de lo que puedes ver: parte esencial del universo, luz, llama de fuego, gota de lluvia, continente, sombra oculta, lágrima herida, luna mitad oscura, mitad desnuda, emisaria de amor, prisionera del tiempo, trozo de ilusión.”
Quienes se sumerjan en la lectura de «Sabor a mujer», conocerán una suite de poemas románticos, -sí, sin miedo por esta palabra-; entones les advierto, arropándome con la voz de la propia autora, no teman "probar de la ambrosía edénica" que se me antojan sus poemas. Al final, poca cosa hay más sublime que el «Sabor a mujer» que se percibe en su poesía.
Concierto
Un concierto de cigarras me invade.
La quietud, esparcida por los viejos caminos
de mi sangre, se rinde ante el canto.
¿Era sabia o mordaz tu mirada?
Con esta música, que me habla al corazón,
no logro recordarla, menos ahora,
que en la noche desnuda espero el alba.
Vibran los acordes del alma.
¿Estarán las cigarras elevando hacia ti una plegaria,
o solo cantan por el placer de hacerlo?
Banda sonora que regala su amor, por puro amor.
Ensordece la calma su excitante alegría,
su alado recital destierra del sueño,
profunda y luminosa paz me envuelve,
un halo de luz cargado de misterio.
Las cigarras amantes, ¿se callan algún día?
¿Te saludan a ti o a la inminente primavera?
¿Es su canto un llamado de amor,
de alegría, de dolor…?
Mi espíritu se eleva al escuchar sus notas,
la mente merodea por senderos insólitos,
puedo escuchar mis pasos por las calles del mundo,
y al guardián de la noche que a mi ventana asoma.
Canta la magia en mi portal,
el misterio del tiempo se anida en silencio roto,
mas yo tengo quietud en estridente armonía,
escucho la soledad, y te añoro,
caballero de luz envuelto en el recuerdo.
El concierto de amor conquista el sueño,
timbales que rechinan en el valle dormido.
Quisiera entender tan magistrales notas,
¿dónde estarán las musas aladas?
¡Amanece, y aún puedo disfrutar del sagrado tanto!
Cendales del alma
Mi alma se secó en el desierto de la melancolía.
Por las heridas abiertas de dolor, se esfumó,
mientras el pecho me sangraba en silencio,
como rocío de invierno.
Intenté tantas veces remendarla,
más sus cendales palidecían sin pausa,
¡Cuánto dolor!
Busqué entre sus escombros y solo encontré
harapos de ansiedad, hilos de duda y resignación,
hábilmente tejidos por la mentira y la traición.
Hilvané cada lágrima hasta llegar a la fuente
del orgullo, en donde rescaté a la osadía,
malherida de olvido, próxima a la extinción.
Luego liberé a la alegría, y, por el sendero
del amor,
entre risas y claras esperanzas, fui tras ella.
A mi lado cabalgó la ilusión hasta encontrar
cálidos destellos de amor envueltos en silencio.
Entonces eche fuego de estrella sobre los restos
mustios de mi alma y la vestí del color de las flores.
Cuando su leve resplandor renació en mis
Pupilas, me quedé quieta, disfrutando del milagro.
Muy pronto, y quizás para siempre, tornaría a
ser una sublime antorcha.
Lamento infinito
En los cielos del alma retumba el eco del silencio,
y se oye un lamento en las cuatro paredes del infinito.
Llanto de infecundo dolor anega la tarde,
lágrimas escarlatas suspira el ocaso,
mutismo incorpóreo refleja la luna,
hondo dolor guarda el silencio en labios secos.
En la soledad del abismo, cercada por las dudas
y el caos, por siglos sempiternos, gime una ilusión.
Llora la luna, llora el tiempo…
En esta tarde gris versos y lágrimas se funden,
rasgan sin disimulo la ilusión y las antiguas glorias.
¡Oh, ciego deseo que siempre trae la lluvia en primavera,
por tu culpa, la soledad y la poesía e inquietud llenan
mi copa!
Sabor a mujer
Penetra mi alma con la ansiedad del tiempo.
Abre luz en mis sombríos rincones.
Confiesa el secreto prohibido cuando a mi puerta toques.
No dilates la espera. Ven, aquí estoy.
Vierte tus agonías en mis besos
y vamos juntos por el sendero de las aves salvajes
que emigran entre primavera y otoño.
Con fuerza sujeta mis dudas
y llévame a los confines del ocaso,
allá donde nace el día y muere la noche.
Dibuja tu nombre en mi espalda
con tinta indeleble de sol y uña de fuego.
Invade sin prisa la guarida de los rosales.
Cuando a mi puerta toques.
la lluvia mojará mis ventanas,
las mariposas vestirán mi cuerpo
y las golondrinas anidarán por doquier,
cáliz edénico en mi copa, y en tus labios,
como ahora, un inigualable sabor a mujer.
Silencio
Se extinguió la luz suprema
del arco de colores en el cielo de mis mañanas.
Nube gris altanera separa mi alma de tu sonrisa.
Perfidia indolente destroza el umbral de mis ganas.
En la distancia te veo venir con mis dudas.
El silencio reina entre nosotros.
¡Hay tanto por decir! ¡Tanto por saber!
Prudencia y juicio se detienen
y no puedo correr a tus brazos.
Solo sonrío, hago silencio y miro cómo,
sin entender, roba mi paz y atención.
La soledad de tu mirada
El silencio ronda la noche,
rompe los minutos convertidos en horas
que languidecen por falta de tiempo.
Delirio y silencio y hacen juntos
en la soledad de tu mirada.
Hechizo
no me toques, estoy desnuda.
Cuidado, frágil soy.
Voltea y no me mires.
Tengo en mi sangre grietas de dolor.
Profundo sol me consume;
sombras ocultas embargan mi ser.
Poderoso misterio me persigue.
Tengo en mis pupilas hechizo de mujer.
Déjalo…, mejor no me creas:
la mentira es mi pasión.
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