Diversos promotores e investigadores de la cultura popular dominicana, como novedad y expresión de actualización moderna del lenguaje cultural internacional, a los protagonistas, hacedores del folklore, los han bautizado como “Portadores de Tradiciones”.
Su propuesta la han extraído de la UNESCO, organismo de las Naciones Unidas que para los neocolonizados se ha convertido en una instancia dogmática, bíblica, infalible, ignorando al folklore como espacio de creatividad de la cultura popular, sustituyéndola por categorías aparentemente neutrales, “inocentes”, abstractas, ideologizadas, que impiden la criticidad y el afloramiento de las contradicciones político-sociales.
Aunque el folklore, desde la creación de esta denominación en 1846 por el inglés William John Thomas, bajo el seudónimo de Ambrosio Melton a través del periódico The Atheneum, se definió como el saber del pueblo, pasando el folklore a ser “el conjunto de prácticas, saberes, creencias, costumbres y tradiciones que pertenecen a una cultura o a una población”. De esta manera, el folklore incluye manifestaciones como música, cantos, danzas, bailes, costumbres, leyendas, tradiciones, ceremonias, rituales, creencias, relatos populares, gastronomía, cuentos, adivinanzas, poesías, pregones, vestimentas, etc., es decir, las expresiones del saber popular.
Las manifestaciones folklóricas son colectivas, orales, donde se diluye la autoría individual y se termina en el anonimato, las cuales no son estáticas, se transforman en función de los cambios sociales, se mantienen en función de su identidad y las que desaparecen son sustituidas por nuevas, porque existen generaciones que nunca tienen los mismos intereses, códigos de comunicación y contenidos simbólicos que las anteriores.
Como los protagonistas del folklore son los sectores populares, los mismos no son los “portadores de tradiciones”, sino los hacedores del folklore o de la cultura popular
Como el folklore es un proceso de creatividad colectiva, en sociedades divididas en clases sociales no siempre coinciden sus intereses y puntos de vista con las élites, con las minorías dominantes, razón por la cual estas últimas, como precaución, tratan de buscar las fórmulas de controlar, de manipular las propuestas y las actividades de los sectores populares, porque temen siempre que sus respuestas sean contradictorias y subversivas, ya que sus acciones no son espectáculos, sino expresiones de su cotidianidad, de su vida, que se convierten en espacios de resistencia cultural e identidad. ¡Lo que significa que el folklore no garantiza ser siempre una sumisión alienada y una dependencia de los intereses de las élites!
Al concluir la Segunda Guerra Mundial, en 1945, la recién creada Naciones Unidas convocó una reunión internacional en Inglaterra, cuyo objetivo general era la creación de un organismo transnacional para la recuperación de la cultura y la educación en los países devastados por la guerra. De los 40 países participantes, 37 votaron a favor, cuyo organismo fue bautizado como la UNESCO. Dominicana no estuvo presente en la misma, pero firmó su inclusión ese mismo año.
Pero ningún organismo internacional es “inocente”, como es el caso hoy de las mismas Naciones Unidas, completamente cuestionadas al cumplir su 80 aniversario. La existencialidad de la UNESCO es el resultado de los intereses del poder internacional, la cual trabaja con los Estados y no con los pueblos; por eso, no entran en contradicciones con los mismos porque no cuestionan su naturaleza en cuanto a su régimen, ya que es igual sus relaciones con las dictaduras o con países democráticos.
Como el folklore se puede convertir en cuestionador de los sistemas sociales por su naturaleza popular, fue eliminado por la UNESCO como categoría existencial y de análisis, comenzando muy sutilmente a partir de 1972 al organizar el Primer Festival de las “artes” del Pacífico y al realizar el Plan para el Estudio de las “tradiciones” orales africanas, para no utilizar la categoría conceptual de “folklore”. Un año después, en una convención universal en Bolivia sobre el derecho de autor, se presentó un protocolo para la protección del folklore, el cual no fue, paradójicamente, aprobado.
En la Conferencia General de la UNESCO celebrada en París en 1988, se propuso la salvaguarda del folklore sin resultados. Fue discutida en la conferencia de 1989, un año después, y en su lugar fue aprobada “la salvaguarda de la cultura tradicional popular” y no del folklore.
Este proceso culminó en 1996 a través de la Comisión Nacional de Cultura y Desarrollo de la UNESCO sobre “Nuestra Diversidad Cultural” con el “Informe Pérez de Cueller”, donde aparecen por vez primera las categorías de “Cultura Tangible y Cultura Intangible”, dualidad cuestionada por las ciencias sociales, la cual poco a poco fue siendo sustituida por “Cultura material y cultura inmaterial”, perdiendo vigencia de su plataforma desde entonces la categoría conceptual de folklore.
Académicamente, para la antropología, “el folklore es el conjunto de prácticas, saberes, creencias y tradiciones que pertenecen a una cultura o población especifica”, dejando claro que las tradiciones son parte del folklore, sin embargo, la UNESCO y los organismos oficiales del sistema sostienen lo contario de que el folklore es parte de las tradiciones, pero esto es una contradicción, porque si las tradiciones son realmente “practicas o creencias trasmitidas durante generaciones en una población” y las costumbres son una prácticas que no están enmarcadas en un largo tiempo, entonces lo “nuevo” entra en contradicción, no caben en las tradiciones, porque para definir las tradiciones el tiempo es variable imprescindible.
Las tradiciones sugieren el estaticismo, en conflicto con la dinámica dialéctica de la sociedad, la cual está en permanentes cambios y transformaciones. El folklore no es una excepción. El folklore no es lo “viejo”, es una acumulación actualizada de la sociedad sin renunciar al pasado, en acciones vigentes. Las expresiones que pierden interiorización solo quedan como recuerdos nostálgicos dentro de la ilusión de que el pasado fue mejor que el presente, desaparecen y son sustituidas por nuevos procesos no factibles en la dimensión de las tradiciones.
Como los protagonistas del folklore son los sectores populares, los mismos no son los “portadores de tradiciones”, sino los hacedores del folklore o de la cultura popular, donde las tradiciones son parte del folklore y no al revés. A esos personajes, Melton, desde 1846, los bautizó como folkloristas, los cuales no deben confundirse con los estudiosos o los investigadores del mismo.
Como en la totalidad de cada sociedad existen otras manifestaciones artísticas-culturales como la plástica o la literatura, para definir las expresiones que hace el pueblo, esencia de la identidad, el folklore debe identificarse como expresiones de la cultura popular, esencia del folklore.
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