Hoy quiero poner a disposición de los lectores de esta columna la presentación que realizó de mi más reciente libro de ensayos, Contextos desde la lengua, el profesor, filósofo y escritor Pedro Cruz, el miércoles 3 de diciembre a las 7 de la noche en la Biblioteca Amantes de la Luz.
La fecha elegida fue porque en ese día falleció mi progenitora, a quien está dedicada la obra: a mi madre, Alicia Peña, quien me enseñó que la muerte es una sombra que camina desde la soledad de mi escritura. También a José Rafael Lantigua, quien tuvo entre sus ojos y en sus manos la lectura de esta obra y me ayudó a titularla. A mis hijos, Alfonsina, Erick y Argenis, por si desean preservar mi memoria. El libro comienza con una frase de mi autoría: «Vivo en la palabra porque es la voz de mi sangre».
Debo decir —aquí y ahora— que no tuve el placer de conocer a Pedro Cruz; supe de él cuando empecé a leer sus escritos publicados en este periódico, Acento, donde demuestra dominio de la escritura y sapiencia conceptual y temática. Además de ser maestro, es un exquisito conocedor de la filosofía, desde sus orígenes hasta la actualidad.

En noviembre, en Santo Domingo, un gran académico como Alejandro Arvelo realizó una presentación magistral sobre la obra Contextos desde la lengua. En esta ocasión, quise buscar igualmente a una lingüista, escritora y académica de la estirpe de Rita Díaz, quien hizo una disertación magnífica sobre mi obra. Sin más preámbulo, les dejo el texto escrito por Pedro Cruz para que lo disfruten como lo hicimos todos los que estuvimos en el evento de puesta en circulación de la obra, que ha sido publicada por Editorial Santuario, de Isael Pérez, y se encuentra disponible en Librería Cuesta y en Amazon.
«La lengua como experiencia humana: de la teoría lingüística a la práctica educativa y el análisis del discurso».
Por Pedro Cruz
La lengua, tan cotidiana que parece transparente, se convierte en Contextos desde la lengua en una especie de protagonista silencioso que acompaña a los seres humanos desde tiempos remotos y se manifiesta en cada pensamiento, cada conversación y cada texto escrito. Lo que el autor Enegildo Peña construye no es un manual ni una guía didáctica en el sentido tradicional. Es más bien una travesía por diferentes territorios: la historia de la lingüística, la enseñanza de la lengua y el análisis crítico del discurso. Cada uno de esos territorios es presentado como un paisaje que se transforma con el paso del tiempo, con la cultura y con la vida misma.
El libro abre con una reflexión esencial: el lenguaje no es simplemente un conjunto de palabras ni un mecanismo abstracto. Es una forma de habitar el mundo. La lengua, en su dimensión social, psicológica y cultural, constituye el tejido a través del cual los seres humanos interpretan lo que viven, organizan lo que piensan y expresan lo que sienten. Esta idea inicial prepara el terreno para el recorrido más amplio, que inicia revisitando la historia de la lingüística y las concepciones que diversas culturas han creado para entender el fenómeno del lenguaje.
Imaginemos por un momento que caminamos junto a los antiguos gramáticos de la India, quienes reflexionaron sobre el sonido, el sentido y las reglas del habla mucho antes de que Europa soñara con las categorías gramaticales. Luego pasamos a Grecia, donde los filósofos discutían si las palabras eran producto de la naturaleza o de la convención, y donde comenzó a tomar forma la intuición de que el lenguaje tiene estructura. Roma heredó y adaptó esas ideas, convirtiendo la gramática en disciplina normativa y prescriptiva, una especie de arte de hablar correctamente.
Durante siglos, el estudio de la lengua se movió entre la intuición filosófica, la observación empírica y la pedagogía elemental. Sin embargo, la llegada de la lingüística moderna rompió ese equilibrio tradicional. Es aquí donde la obra introduce a Saussure como el punto de inflexión que reorganiza el campo. Para Saussure, la lengua no es una colección de palabras sueltas, sino un sistema. Un sistema que existe no en cada individuo aislado, sino en una comunidad entera; un organismo cuyos elementos funcionan por oposición y por relación. En otras palabras, entender la lengua exige entender su estructura interna, no solo los contenidos que circulan en ella.
Esta concepción estructural abre paso al siguiente gran hito: la gramática generativa de Noam Chomsky. Chomsky desplaza el interés desde la lengua como producto hacia la capacidad humana que la hace posible. La lengua ya no solo es un sistema social: es una facultad mental. Bajo esta mirada, todos los seres humanos comparten una gramática universal, un conjunto de principios innatos que hacen posible el aprendizaje del lenguaje. El libro utiliza esta noción para mostrar cómo la lingüística se convierte también en una ciencia cognitiva, vinculada a la mente, a la imaginación y al modo en que los individuos interpretan el mundo.
En medio de este panorama aparece la lingüística cognitiva, que toma distancia tanto del formalismo estructural como de la idea de un mecanismo mental puramente sintáctico. La lingüística cognitiva entiende el lenguaje como parte integral de la cognición general: metáforas, categorías, esquemas mentales y procesos de conceptualización. El lenguaje no se aprende como un código externo, sino como una forma de ordenar la experiencia humana. Esta perspectiva permite comprender fenómenos cotidianos como las metáforas que usamos sin darnos cuenta (“tiempo es dinero”, “ideas luminosas”) o las maneras en que agrupamos conceptos en categorías que no siempre son lógicas, pero sí culturales.
Con este primer movimiento, el autor completa su recorrido teórico. Pero el libro no pretende quedarse en la abstracción de los modelos lingüísticos. En su segunda parte, se sumerge en los desafíos de enseñar la lengua en la escuela, un terreno donde la teoría, la práctica y la vida real se entrecruzan de forma inevitable. Enseñar la lengua —se nos recuerda— no significa solamente enseñar reglas gramaticales. Es acompañar al estudiante en el proceso de construir sentido, participar en la cultura escrita y desarrollarse como sujeto comunicativo.
Aquí la obra plantea algo fundamental: la lectura y la escritura son prácticas sociales antes que habilidades técnicas. Un estudiante no aprende a leer porque le expliquen qué es un párrafo ni aprende a escribir porque domine el uso de los acentos. Se aprende leyendo y escribiendo, enfrentándose a textos reales, reconociendo diferentes géneros, experimentando con la narración, la argumentación y la descripción. La escuela debe convertirse en un espacio donde circulen textos auténticos, donde se dialogue, se debata, se reconstruya el sentido y se reflexione sobre el lenguaje como una herramienta de pensamiento.
La oralidad ocupa también un lugar importante en esta parte de la obra. Muchas veces la escuela exige al estudiante que escriba, pero no le enseña a hablar con claridad, a argumentar en voz alta, a escuchar con atención o a participar en intercambios comunicativos que demandan respeto, coherencia y postura crítica. La oralidad, lejos de ser improvisación, es un ejercicio complejo que necesita ser cultivado. Los estudiantes deben aprender a construir ideas, sostenerlas, defenderlas y reformularlas. La escuela, entonces, se convierte en un espacio donde la palabra —hablada y escrita— se transforma en una herramienta de emancipación.
La obra también dedica atención a los problemas del aprendizaje de la lectoescritura. El fracaso escolar no se explica solamente por falta de práctica, sino por la desconexión entre el lenguaje que vive el estudiante fuera de la escuela y el lenguaje que la escuela exige. Cuando el aula desconoce el habla cotidiana del estudiante, cuando no reconoce su mundo lingüístico, se genera una fractura que dificulta la comprensión. Enseñar lengua, por tanto, implica reconocer la diversidad lingüística, respetar las variaciones del habla, comprender los registros y atender la pluralidad cultural que coexiste en un mismo espacio educativo.
Tras este tramo centrado en la didáctica, el libro de Enegildo Peña se adentra en un territorio más analítico y reflexivo: el del discurso. Aquí el lenguaje deja de verse solo como sistema o como práctica, y aparece como producto social cargado de intenciones, ideologías y estructuras profundas. El discurso —entendido como lenguaje en uso— se convierte en una ventana para comprender cómo se organizan las sociedades, cómo operan las instituciones, cómo circula el poder y cómo se construyen las identidades.
En este punto aparece la figura de Teun van Dijk, que aporta una mirada sistemática al análisis del discurso. Van Dijk invita a mirar los textos como estructuras organizadas en diferentes niveles: las microestructuras, ligadas a las palabras y a la coherencia local; las macroestructuras, que sintetizan el sentido global del texto; y las superestructuras, que revelan el tipo de texto y sus partes esenciales. El análisis del discurso es aquí presentado como una herramienta indispensable para leer críticamente la prensa, los discursos políticos, los relatos mediáticos e incluso los textos literarios.
El libro también introduce la teoría de los actos de habla, con Austin y Searle como referencias centrales. Hablar no es solo describir el mundo: es actuar en él. Cuando alguien promete, ordena, pregunta o afirma, está realizando un acto con consecuencias sociales. Hablar, entonces, es una forma de intervenir en la realidad. Esta dimensión performativa del lenguaje permite comprender acontecimientos cotidianos: una disculpa que repara, una promesa que compromete, una orden que establece jerarquías, un relato que convence. La palabra tiene peso, y ese peso debe ser analizado críticamente.
La obra de Enegildo Peña concluye integrando estos tres grandes campos: la lingüística como ciencia, la enseñanza como práctica social y el discurso como objeto crítico. La lengua aparece entonces como un puente que conecta la historia, la mente, la escuela y la sociedad. Entenderla como sistema ayuda a comprender su estructura; enseñarla permite transmitirla y transformarla; analizarla críticamente revela las relaciones de poder, las ideologías y las visiones del mundo que circulan en los textos.
El libro nos deja finalmente con una enseñanza profunda: la lengua no es un objeto que se estudia para aprobar una asignatura. Es la herramienta central con la que pensamos, sentimos, creamos vínculos y construimos nuestra realidad. Desde las antiguas especulaciones filosóficas hasta las prácticas de lectura en el aula, desde la gramática generativa hasta el análisis crítico del discurso, la lengua acompaña cada experiencia humana. Y es precisamente esta amplitud lo que convierte Contextos desde la lengua de Enegildo en una obra que no solo explica la lengua, sino que invita a vivirla de manera más consciente, crítica y creativa.
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