Al aproximarse las fiestas de fin de año, la experiencia humana se ve envuelta en una densa red de signos. La Navidad y el Año Nuevo no solo se celebran: se dicen, se muestran, se cantan y se comparten. ¿Qué sería de la Navidad sin las palabras que la nombran y sin las imágenes que la iluminan? ¿Puede comprenderse este tiempo festivo sin atender al complejo sistema de signos —verbales y no verbales— que lo hacen inteligible y emocionalmente significativo?
Desde una perspectiva semiótica amplia, los signos verbales corresponden al signo lingüístico, el más importante y estructurante de todos. En la teoría cosmolingüística que he formulado, resulta imprescindible distinguir con precisión entre lenguaje y lengua. Dentro de esta perspectiva, lenguaje se define como el universo de universos comunicativos, verbales y no verbales, que resultan de la capacidad (sinapsis) y de la experiencia humanas; la lengua, en cambio, constituye el sistema verbal específico mediante el cual una comunidad organiza, expresa, resignifica y transmite sentidos. En ese marco, el signo verbal —propio de la lengua— ocupa una posición jerárquica central, pues articula la conciencia, la cultura y la visión del mundo (Roa, G. 2024).
La Navidad constituye un escenario privilegiado para observar esta articulación. La lengua se manifiesta en saludos, felicitaciones, mensajes religiosos y laicos, discursos familiares y fórmulas rituales como Feliz Navidad o Próspero Año Nuevo, frases verbales de alto valor performativo. No se limitan a describir la fiesta: la actualizan socialmente. En este punto adquiere pleno sentido la afirmación de Émile Benveniste cuando sostiene que la lengua es el significante de la cultura, es decir, el medio por excelencia a través del cual una colectividad simboliza su experiencia histórica y espiritual.
Junto a los signos verbales, los signos no verbales desempeñan un papel cada vez más visible, especialmente en los entornos digitales. Las imágenes, los colores y los diseños gráficos se han convertido en vehículos fundamentales del sentido navideño. En el grupo de WhatsApp Gerardo Roa Ogando, Vicerrector de Extensión (2026/2030), por ejemplo, en el día de Nochebuena circularon más de veinte diseños distintos. La profusión de rojos, verdes, dorados y blancos operó como signo visual de alegría, abundancia, esperanza y renovación. Algunos diseños incluían citas bíblicas alusivas al nacimiento de Jesús; otros incorporaban mensajes de bienestar, paz y felicidad. En todos los casos, la imagen reforzaba y amplificaba el contenido verbal, confirmando que los signos no verbales dialogan con la lengua sin sustituir su función organizadora del sentido (Roa, G. 2024).
En el plano estrictamente lingüístico, el español navideño se distingue por la riqueza de su aspecto léxico-semántico, el más abundante y productivo de este registro estacional. Abundan sustantivos como Navidad, Nochebuena, Año Nuevo, hogar, familia, paz, esperanza, regalos, villancicos, aguinaldo, pesebre, estrella, mesa, cena y brindis. Se activan adjetivos de fuerte carga valorativa y afectiva: feliz, próspero, bendito, santo, fraterno, solidario, abundante. Circulan adverbios y expresiones adverbiales como hoy, siempre, juntos, en paz, con alegría. Las frases verbales —compartir en familia, celebrar la vida, dar gracias, recibir el año, renovar la esperanza— condensan prácticas sociales y valores simbólicos centrales de la época.
Este léxico atraviesa todos los ámbitos sociales. En el comercio emergen términos como ofertas, descuentos, temporada, canasta navideña, compras. En el ámbito de los viajes se imponen voces como vacaciones, retorno, reencuentro, destino. Incluso el imaginario del invierno, con palabras como frío, nieve y abrigo, se integra simbólicamente al discurso navideño, aun en contextos tropicales, como parte de una representación cultural globalizada.
A este entramado se suma las composiciones musicales, uno de los sistemas verbales y no verbales (cosmolingüísticos) más poderosos de la Navidad. Los villancicos tradicionales conviven con géneros caribeños como el merengue y la bachata navideña. Artistas emblemáticos —Johnny Ventura, Wilfrido Vargas, Milly Quezada, Los hermanos Rosario, Pochy Familia, Héctor Acosta “El Torito”— forman parte del paisaje sonoro de estas fiestas, donde ritmo, melodía y letra refuerzan sentimientos de alegría colectiva, memoria compartida y celebración comunitaria.
Todo ello confirma que la Navidad puede comprenderse como un sistema complejo de signos, en el que la lengua articula el sentido y los signos no verbales lo expanden y lo hacen sensible. La Navidad no solo se vive: se significa. Y en esa red simbólica, la lengua sigue siendo el eje que permite a la cultura reconocerse, renovarse y proyectarse en el tiempo.
¡Feliz Navidad y próspero Año Nuevo!
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