Estamos celebrando un nuevo aniversario del nacimiento de Pedro Francisco Bonó, acaecido en Santiago el día 18 de octubre de 1828. Recordarlo será siempre un acto de justicia a su trayectoria de persona comprometida con ideales de libertad y justicia social. Los sociólogos locales celebran este día en honor al prócer y principal analista de la realidad social dominicana de la segunda mitad del siglo XIX.

Francomacorisano por adopción y predilección, Bonó profesó por San Francisco de Macorís una gran devoción. No podía ser de otro modo: decepcionado por las desbordadas contradicciones suscitadas en el seno del liderazgo restaurador, abandonó su pueblo nativo en noviembre de1864, y se radicó con éxitos en Macorís del Jaya, donde su padre había expandido sus negocios en 1831.

En realidad, no pudo llegar a mejor lugar. San Francisco era una pequeña localidad adonde se establecieron emprendedores de las principales ciudades del Valle: la Vega (provincia de la cual formaba parte), de Moca, Santiago, entre otras. En realidad, Bonó fue un migrante de lujo: llegaba el intelectual de mayor dimensión con que contaba la región. Pero no fue tan solo un pensador de excepción el que se mudaría a San Francisco, hasta su fallecimiento en 1906.

San Francisco de Macorís en el siglo XIX.

Aparte de sus condiciones teóricas, Bonó abrigaba un enorme sentido práctico: “se preparaba sus envases (…); del melado sobrante del alambique fabricaba el azúcar para el consumo doméstico; además preparaba excelentes jamones y chorizos (…), carpintero y ebanista, construía sus muebles y en el patio de su casa cosechaba las legumbres necesarias para su mesa (…); como la población carecía de reloj, construyó dos de sol, que señalaban la hora con la mayor exactitud a los particulares y oficinas públicas (J. Max Ricardo, citado por Ricardo Román, Revista Clío, Año XXXI, Núm. 120 Enero-Diciembre 1963).

Son más de diez las labores que Bonó llevó a cabo en el lugar que lo acogió con entusiasmo: abogado, funcionario público, médico, sastre, zapatero, carpintero, agricultor, fabricante de ron, publicista, sociólogo, filósofo.

Él mismo reivindicó su condición como cultivador de la filosofía, pero, a la vez, otras personas lo reconocieron como tal. En una carta al general Gregorio Luperón fechada en 1883, expresa: “Tengo claro juicio, no lo niego, pero es en la forma filosófica, y para mí será gran sacrificio abandonar mi casa para engolfarme en el turbulento y borrascoso espacio donde está colocado el Presidente de la República” (Papeles de Pedro F. Bonó, 1980, p. 480).

El pensador tenía muy claro que no tenía vocación de gobernante, que en lo que sí podía hacer notables contribuciones al país era como intelectual dedicado a reflexionar sobre nuestro ser y acontecer; aunque Luperón y un numeroso grupo de personalidades tenían la convicción de que sí tenía condiciones para ello.

Lo que puede afirmarse es que Bonó supo responder a las múltiples exigencias que le hacía un entorno sociocultural inflado de todo tipo de necesidades. Aunque, claro está, resulta muy raro encontrar a una persona con la capacidad práctica y teórica que exhibía Bonó.

Hay, sin embargo, otro aspecto de su vida que no debe soslayarse: su actitud de servicio a sus compueblanos más necesitados: tenía dos alambiques y las ganancias del más pequeño las destinaba a comprar alimentos, medicinas y ropas para los más carenciados.

Se convirtió incluso en médico empírico, cuyas recetas se las recomendaba su caro amigo Ulises Francisco Espaíllat, quien tenía una farmacia en Santiago. No hay duda de que la filantropía fue el tipo de accionar que dio a conocer más a Bonó entre sus conciudadanos. Nuestro pensador fue un asiduo practicante de la caridad cristiana.,

El sociólogo ocupó también varios cargos como funcionario, colaborando como alcalde, regidor y notario púbico. Sabemos, además que, en 1868 vivió durante seis meses en Santo Domingo, desempeñando las funciones de secretario de Justicia, Relaciones Exteriores e Instrucción Pública, durante la gestión gubernamental de José María Cabral y Báez.

Como la de un “filósofo modesto” fue descrita por el alemán J. W. Kuch la vida desplegada por su amigo Bonó en Macorís; mientras que otra persona de similar procedencia, Aug Schlager, le indicó a Bonó: “Ud. ha trabajado como autodidacta, ha aprendido que saber es el poder del mundo” (Papeles de Pedro F. Bonó, p. 511).

Lo cierto es que el entorno macorisano le permitía a Bonó sustentar una vida intelectual fecunda, de lo cual mostró tanta satisfacción que manifestó no estar en disposición de cambiar su modesto rincón “ni por todo el oro del mundo” (Ob. Cit., p. 326).

De hecho, Bonó se convirtió en una especie de oráculo al que acudían el arzobispo-presidente Fernando Arturo de Meriño, Ulises Francisco Espaillat, Ulises Heureaux, Gregorio Luperón. Otros como José Gabriel García, Federico Henríquez y Carvajal, y puertorriqueños como Ramón Emeterio Betances y Eugenio María de Hostos, se comunicaban a través de epístolas.

Aunque ocupó el máximo cargo educativo en el país, Bonó nunca ejerció el magisterio como tal; no obstante, puede sostenerse que practicó de modo fructífero una especie de magisterio social, a través de ensayos, artículos, cartas y manifiestos publicados en periódicos de Santiago y Puerto Plata. Incluso la primera novela dominicana, El montero, escrita por Pedro Francisco a la edad de 20 años, fue publicada mediante entregas periódicas en el semanario parisino El Correo de Ultramar, en el año 1856. Esto indica que supo aprovechar los medios de comunicación escrita que existían en el momento, tanto a nivel local como internacional.

Nuestro pensador tuvo mucha inventiva. Una de ellas fue cuando, en medio de la tiranía de Ulises Heureaux, imaginó un congreso donde representantes de los diversos sectores de la sociedad crean una constituyente para debatir los males que les azotaban. Sesionaban debajo de un árbol frondoso y allí se daba cita todo el pueblo.

En este original congreso, se examinan todos los acuciantes problemas del momento: la corrupción extrema, la falta de caminos, el limitado alcance del sistema educativo, la miseria de los trabajadores. En suma, la situación calamitosa del conjunto de la sociedad.

Todas las incidencias y debates realizados eran dados a conocer por Bonó a sus compueblanos. Se trata del congreso que necesitaba la nación, frente al congreso de títeres y parásitos sociales mantenido por la tiranía. El pensador llamó Congreso Extraparlamentario a esta institución hija de su fantasía, que creó con la finalidad de dar a conocer sus inquietudes sociales, políticas y de corte ético.

El historiador Manuel Ubaldo Gómez argumentó que, si en lugar de Bonó, otra persona hubiera concebido el imaginario congreso, esto habría bastado para encerrarlo en la Torre del Homenaje, ya que en esos tiempos la libertad de pensamiento era castigada como en la época de la Inquisición (Citado en: Papeles, p. 352).

A Bonó lo considero un pensador indispensable para el pueblo dominicano. Si de otros intelectuales se puede prescindir, en el caso de Bonó no sería podría. Estamos frente a un intelectual crítico y ético, colocado del lado de las causas más nobles y justas del conglomerado dominicano, en especial su firme defensa de las clases trabajadoras dominicanas. No por otra razón fue silenciado en forma absoluta durante la dictadura de Trujillo, siendo reivindicado más tarde por iniciativa del gobierno encabezado por el profesor Juan Bosch.

En la República Dominicana deberíamos conocer y divulgar con mayor interés los escritos y planteamientos legados por el padre de la sociología dominicana, quien es, también, a mi ver, el primer crítico histórico-social del país, y el pensador que inicia el proceso de la emancipación cultural dominicana, continuada luego por Eugenio María de Hostos.

Vivió en la calle Colón no. 40, muy próximo al Ayuntamiento Municipal y a la Catedral de Santa Ana, en San Francisco de Macorís. En aquella casa modesta se concibieron las ideas más preclaras y los estudios más profundos sobre nuestra realidad social, entre 1857 y los albores del siglo XX.

Como francomacorisano, me siento satisfecho en poder dedicar parte de mis días a investigar la vida, obra y pensamiento de Pedro Francisco Bonó. Sobre él elaboré mi tesis Doctoral, apoyándome en investigaciones relevantes realizadas previamente por los egregios intelectuales e historiadores Raymundo González y Roberto Cassá, y mis compueblanos Roberto Santos Hernández y Juan Fco. Martínez Almánzar, entre otros estudiosos del autor.

En este nuevo aniversario del pensador cibaeño exhorto a la ciudadanía dominicana a beber en las fuentes primarias producidas por su brillante intelecto. Conocer sus planteamientos y reflexiones podría ayudar a renovar los votos por la consecución de una sociedad más justa y decente, donde la convivencia social basada en el respeto mutuo, no se circunscriba a una mera aspiración.

Julio Minaya

Filósofo

Filosofo, Profesor de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), Doctor en Filosofia por la Universidad del Pais Vasco

Ver más