Salomé Ureña Díaz de Henríquez, nacida el 21 de octubre de 1850, fue una de nuestras grandes poetas y educadoras. Figura central del siglo XIX y pionera de la educación para mujeres, con su Escuela para Señoritas, fundada el 3 de noviembre de 1881, demostró que estaba adelantada a su tiempo con ideas poco convencionales, siempre de la mano de su gran amigo y precursor Eugenio María de Hostos. Mi curiosidad por escribir sobre esta poeta nace del interés por dejar ver al mundo de todo lo que fue capaz.

Fue una joven muy despierta, y esto no pasó desapercibido para su padre Nicolás. Él la inició en la literatura, enseñándole obras clásicas de autores españoles y franceses. Esa formación, en más de una ocasión, le salvó la vida.

A los 15 años de edad ya había comenzado a escribir sus primeros versos. Ureña tiene una literatura extensa, enfocándose más en la lírica y la épica. Se mostró desde sus inicios como un ser sensible y que de alguna forma quiso dejar una huella en nuestra República Dominicana. Es por esto que cuando me hablan sobre poesía, educación, romanticismo, patriotismo e intimidad solo puedo pensar en ella.

La poeta no se destacó solo en estas áreas sino también, por su entrega total y devoción a su familia, pues resulta innegable que, a una gran mujer se le da una casa y sabe construir un hogar y en su poesía reflejaba esto. La escritora y educadora Ángela Hernández, en una entrada de su blog titulada Salomé: el ángel de los sueños imposibles (2013), explica cómo Salomé hacía suyo todos los problemas que enfrentaba el país en su época. Hacía poesía y la utilizaba como un arma en contra de quiénes amenazaban el porvenir de la nación: Salomé era la mujer perfilándose en virtud de un talento (agudeza de percibir, sentir y pensar) que haya alianza, estímulo y recreación en los libros. Los poemas de Salomé son una historia de la segunda mitad del siglo pasado, relatada desde la mirada de una mujer de sagaz inteligencia. Su vida fue su forma de hacer patria; mientras otros combatían con la proclama altisonante, la animadversión a la nación vecina y las armas; esta poeta empleó lo que ella misma era (ingenio, paciencia, formación de valores intelectuales y científicos en la mujer, amor por el conocimiento transmitido a sus hijos y alumnas).

Salomé Ureña.

Si tuviera que elegir quedarme con algo de ella es que además de destacarse a nivel profesional y académico se le reconoce como un gran ser humano, porque no sirve de nada contar con todos los méritos académicos, sino tenemos esa sensibilidad y parte humana, Salomé tenía esto y más, era una mujer con aflicciones, sueños y sentía tristeza.

Los que estuvieron muy de cerca con ella lo expresan. Su entrañable amigo lo hace: Eugenio María de Hostos en su obra Meditando (1909), comenta al respecto: Es una desgracia de nuestra América latina que sus pueblos vivan tan ignorados los unos de los otros, que apenas hay en Sud-América (como no sea en Venezuela y Colombia, vecinas a Santo Domingo) quien sepa el nombre de esta nobilísima representante de todos los deseos puros, de todos los entusiasmos patrióticos, que son la esperanza común de cuantos aman el porvenir de nuestra América. Si no viviéramos en esa deplorada lejanía y aislamiento, el nombre de Salomé Ureña de Henríquez no sólo sería familiar en todos nuestros pueblos, sino que sus poesías se habrían vulgarizado en todo el Continente. Pero, dicha sea la verdad, la poesía de esta poetisa no es de las que gusta al vulgo. Lenguaje severo, tono elevado, sentimientos profundos; y ninguna de estas cualidades son accesibles al vulgo en parte alguna. (pp. 224-233).

La Academia Dominicana de la Historia ha reunido varios volúmenes de la obra del escritor Emilio Rodríguez Demorizi. El tomo IX tiene por título Salomé Ureña y el Instituto de Señoritas (1960), en este dice lo siguiente acerca de la poetisa: Fue la mujer dominicana de más alta gloria: la primera poetisa, la primera educadora –en lo intelectual y en civilidad- mujer de hogar que le dio a la República hijos tan esclarecidos… Fue así una de las mujeres de vida más completa en nuestra América. (pp. 10-11)

Más interesante aún es cómo Salomé puede ser presentada en la literatura dominicana como personaje en dos obras distintas. Estas son: En el nombre de Salomé de Julia Álvarez y Ruinas de Rafael García Romero; estadounidense con nacionalidad dominicana, el segundo, dominicano, respectivamente. Llama la atención del lector cómo los autores de dichas obras sacan a relucir a dos versiones muy distintas de Salomé Ureña, independientemente de que estas tengan un contexto social e histórico igual o muy parecido en las novelas. Álvarez ve la vida de Salomé de colores; García Romero de tonos grises. Es notable cuando la primera se enfoca en su labor como maestra, mujer y poeta, el otro como madre y un ser que se va debilitando a muy temprana edad.

Resulta evidente que ambos la humanizaron, uno de forma positiva y uno negativa. En la novela En el nombre de Salomé se percibe lo siguiente: “Supongo que a partir de estas observaciones decidió que yo era una maestra por naturaleza y que debía abrir la primera escuela secundaria para niñas, que también las prepararía para ser maestras”. (p. 208). Álvarez, tomando en sus capítulos a Camila, su hija y a la misma Salomé, siendo narradora protagonista, quiso narrar en su obra la vida de Salomé desde sus inicios, la relación que tenía con sus familiares y su entorno, el cual influyó en gran manera para poder llegar a ser ese ser sensible, con sueños, influencias y metas por cumplir. Los temas que vivía el país en el siglo XIX, cómo la inquietaban y cómo con sus palabras defendía y decía que las mujeres teníamos mucho más que aportar, y que teníamos ideas claras. Quiso darnos algún lugar en el mundo.

 “Aún no estaba convencida. Supongo que seguía sintiendo que mi primera obligación– después, por supuesto, de mis deberes como esposa– era hacia mi escritura”. (p. 211).

Por otro lado, la versión de Rafael García Romero, donde quien narra es Max, uno de los hijos de la poeta, como narrador testigo, este da su versión de las cosas. Cuenta algunas vivencias de cuando él ya había nacido y las demás está enterado por otros. Habla sobre la adultez, enfermedad y muerte de su madre (es obvio que no pudo toparse de frente con la Salomé de niña).

García Romero en su libro escribe: Entonces se bañaba todo su rostro de lágrimas; las lágrimas fluían, sin pausa, lentamente, serenas, sin suspiros, sin gemidos, nuda y trémula, sin ninguna palabra, desahogando a través de las lágrimas su pena, su angustia, su soledad; todo junto, pero sin ningún reclamo o reproche que acudieran a sus labios, más bien represaba un dolor profundo. (pp. 32-33).

“El amor de ella, sobre todo, estuvo en el cuidado y esmero por nuestra educación… Nunca dejó de pensar en nosotros; y por amor a nosotros renunció, incluso, a lo mejor de su vida”. (p. 68)

Con Salomé me identifico porque ella sabía que el mundo no era tan malo si podía recurrir a la pluma y al papel y Julia Álvarez lo expone en su novela: Nada ni nadie puede lograr que deje de llorar, ni mi tía Ana con su té de hojas de guanábana para calmar los nervios; ni mi hermana Ramona que me ofrece su muñeca Alejandra si paro de llorar. Hay sólo una manera de detener mi llanto, una manera que Papá ha tratado de enseñarme, y esa es sentarme y pensar en las palabras apropiadas a la situación y escribirlas en versos que luego mi madre copia nítidamente en las cartas que le envía a mi padre. (p.38).

En conclusión, Julia Álvarez reinterpreta a Salomé desde la óptica del empoderamiento femenino y la reconstrucción de la memoria histórica, mientras García Romero la presenta desde una mirada más íntima y existencial, centrada en el dolor y el sacrificio.

Escribimos porque tenemos que hacer catarsis, como bien lo dijo Aristóteles. Porque estamos cansados de la realidad y queremos huir, porque tenemos una necesidad imperiosa que nos dice que no podemos ser los únicos locos que se afligen por cómo avanza el mundo, que las cosas nos pesan, que a veces no queremos olvidar y por eso necesitamos que nuestra memoria pinte esos recuerdos, para así, de vez en cuando, viajar a los lugares más inhóspitos de nuestra memoria.

Así, entre luces y sombras, con el rostro de una madre devota y mujer doliente, poeta incansable y maestra innata, nos encontramos con los dos rostros de una misma Salomé: la que soñó con una patria distinta y sufrió en silencio por ese mismo sueño.

Kalia Kalia Báez Peña

Educadora y escritora

Kalia Báez Peña. Nació en Santo Domingo un 26 de octubre de 1999. Obtuvo una licenciatura en Letras en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (2018-2023), en la cual obtuvo diversos reconocimientos durante el desarrollo de la carrera. Obteniendo el lauro de Magna Cum Laude. Fue profesora de inglés (en el sector privado), profesora de español en el sector público. Actualmente labora como maestra de secundaria del MINERD. Ha sido publicada en la revista Micros con sus poemas y Scriptura con su diario: “He sentido enormes ganas de tener un diario” y Enfoques, las dos últimas son revistas de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Ha trabajado en la Feria del Libro en diversas ocasiones. También, trabaja como editora y correctora con Mateo Morrison en la Fundación Espacios Culturales. Ha participado en distintos talleres y clubes literarios como: el Taller Literario César Vallejo, Círculo de Letras, Nueva Acrópolis y Comunidad de Lectores Dominicanos, entre otros. Tienes varios obras narrativas en proceso de publicación.

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