Esta vez, Apertura abre sus puertas a una antología de cuentos magicorreligiosos organizada por José M. Cruz, Alexander Santana, Sauris Ramírez y Luesmil Castor. Estos cuatro escritores son los antologadores de esta obra.

Este es un libro editado por Tiempo de Nosotros Editores. La portada fue diseñada por Mami Wata, y la pintura de la misma es del artista alemán Schleisinger, realizada en 1926. La diagramación estuvo a cargo de Ludwig S. Medina. Contiene 84 páginas. Santo Domingo, República Dominicana, 2025.

Dieciséis autoras están presentes en esta antología de cuentos magicorreligiosos. Aunque la obra inicia con un extenso “Manifiesto de la literatura de la magicorreligiosidad y el sincretismo dominicano” (véanse págs. 9-16, obra citada), debo resaltar que, en las narraciones aquí recogidas, aflora una expresión simbólica del pensamiento mágico del pueblo dominicano, que, como caribeños, nos sirve de base espiritual para mirarnos a nosotros mismos y mirar el mundo desde nuestras íntimas creencias sobrenaturales.

Aquí se mueven nuestros barrios y su vecindad en busca de la bendición de Dios y del agradecimiento al Altísimo por la salud y la vida. Aquí lloramos a nuestros muertos, como lo hace Fania Herrera al narrar la muerte de “Elena Galvá”, la matrona del barrio. Veamos:

“¡Ay Elena! De ella, serpiente silenciosa, vino toda tu desgracia y la fama de loca que te fue dejando sola, y hasta la gran vergüenza que te hizo pasar el padre Sebastián cuando te dejó en la fila con la boca abierta, como un lagarto hambriento, sin darte la hostia, mientras de ti cantaba el coro con mística alegría aquello de: ‘Piedad, Señor, piedad, Dios mío’ (…).”
(Véase pág. 17, obra citada).

Me encontré también con la narración titulada “Con los misterios no hay quien pueda”, de la neibera Dulce Maritza Peña. Ya he escrito sobre ese cuento y, en esta ocasión, debo destacar la mirada mágica que la autora proyecta en su relato, con el objetivo de evidenciar nuestro sentir respecto a los misterios y a las creencias en el más allá, que nos sirven como referente histórico y vivencial como pueblo caribeño.

Cuando leí el cuento titulado “Pacto con el diablo”, de Secundina Mesa Ortiz, de Bonao, provincia Monseñor Nouel, me trasladé a los ámbitos del barrio La Cuaba, donde nací y crecí. Allí, en ese ambiente de significativas carencias económicas, crecí entre fantasmas, vacases y galipotes.

Y es que el demonio, con sus laberintos de fuego y ráfagas, todavía se arremolina sobre los caminos de nuestro entorno, intentando comprar cualquier alma.

El valor cultural de una obra como esta no se limita a su publicación, sino que reside en los registros antropológicos y sociológicos que conserva, como si se tratase de un archivo vital que evita el olvido.

Portada de la "Antología escritoras de Cuentos Magicorreligiosos" (2025).

Es la memoria y sus relicarios lo que se mueve en estas narraciones magicorreligiosas, provenientes del existir de un pueblo que trae consigo la magia del vivir. El Caribe es un espacio mágico, irreverente y devoto, sustentado en creencias profundamente apegadas al cristianismo y al catolicismo.

Este es un pueblo católico, apostólico y dominicano. No es un pueblo romano. Y, aun con ese apego religioso cristiano, cree en fantasmas, en la brujería, en muertos que aparecen y tumban objetos. Cree que hay quienes venden su alma al diablo para obtener bienes materiales.

Esta obra representa el pensamiento mágico del Caribe y, de manera específica, de la República Dominicana. Las creencias en el más allá y en el más acá afloran en estas narraciones y se convierten en un espejo del pensamiento mágico que poseemos en nuestra condición de latinoamericanos y caribeños.

Los europeos no creen en magias ni en suprarealidades espirituales. Ese rasgo humano nos corresponde a nosotros y lo heredamos de los insustituibles aportes de la cultura africana a nuestro país.

Es ese cruce racial y cultural el que nos vincula con esa realidad ultracelestial y rebelde que nos es propia. Somos cimarrones, seres capaces de ver atravesando paredes, lomas, montañas y neblinas.

Somos seres únicos en este Caribe chivo y arisco.

Eso es lo que queda plasmado en esta antología, paradigma de un narrar que acude al más allá para ofrecer sentido y vida a sus personajes y sus actos cotidianos.

Luesmil Castor Paniagua y Sauris Ramírez. Fotografía de Juan Guio. Acento.com.do

Cuatro hombres (José M. Cruz, Alejandro Santana, Sauris Ramírez y Luesmil Castor) antologaron los cuentos magicorreligiosos que aparecen en esta obra.

Los relatos antologados están escritos por dieciséis mujeres:
— Fania Herrera (San Juan de la Maguana), “Llorando a Elena”;
— Emenegilda Encarnación Mora (Barranca, San Juan de la Maguana), “Tizón”;
— Ana Romero Franco (Yaguate, San Cristóbal), “El pozo de las pesadillas”;
— Saddie Acosta Munnerlyn (Neiba, Bahoruco), “Una flor del sol para Sol”;
— Elsa Báez (Santo Domingo, D. N.), “El Bacá de Paco”;
— Melisa Guillén (Santo Domingo, D. N.), “Cómo desapareció el tío Octavio”;
— Secundina Ortiz (Bonao, Monseñor Nouel), “Pacto con el diablo”;
— Deisi Marte (Monte Plata), “La sentencia” y “Esperando la muerte”;
— Masako Satake (Santo Domingo, D. N.), “El pozo”;
— Lavinia del Villar (Mao, Valverde), “Ojiao”;
— Elba Caba (Santo Domingo, D. N.), “Un país sin flores”;
— Amarilis Cueto (San Pedro de Macorís), “Duncan y su bacá”;
— Dulce Maritza Peña (Neiba, Bahoruco), “Con los misterios no hay quien pueda”;
— Aida Peña Rivas (Neiba, Bahoruco), “Recuerdos y tinieblas”;
— Ireni Sierra Pérez (Los Ríos, Bahoruco), “El fantasma del río Yacahueque”.

En todas estas narraciones, la memoria y el espíritu proyectados hacia el macromundo se convierten en soporte identitario de un pueblo que cree en sus rituales, en sus rezos y en sus devociones.

He aquí parte de la herencia afrocaribeña que nos es propia y que representa lo que somos: una nación fundamentada en soportes culturales provenientes de la raíz negroafricana que llevamos incrustada en nuestros genes.

Desde una mirada antropológica, en esta antología no solo hay creaciones literarias sostenidas en la narración, sino también el espíritu de lo que somos como nación latinoamericana y caribeña.

Esta antología es una mirada a nuestra alma caribeña, rebelde, ritualista, cimarrona y esquiva. Es un homenaje a nuestra memoria espiritual.

Julio Cuevas

Poeta

Poeta, ensayista y crítico literario. Licenciatura en Educación, mención Filosofía y Letras-UASD. Maestria en Lingüística Aplicada-INTEC. Doctor en Derecho-O&M, con Maestria en Relaciones Internacionales, para el Área del Caribe-FLACSO-INTEC. Administración Cultural en Venezuela-OEA-CLACDEC. Fue Embajador, Encargado de Asuntos Culturales de la Cancillería dominicana. Ex-Secretario General de la Comisión Dominicana para la UNESCO. Es egresado de la Escuela Diplomática y Consular del Ministerio de Relaciones Exteriores. Actual Embajador Adscrito. Doctorado en Filosofía para un Mundo Global, Universidad País Vasco. OBRAS: ¨Epistolario del Crepúsculo¨, (poemas, 1974), ¨Visión Critica en Torno a la Poesía de Víctor Villegas¨, (Ensayo, 1975), ¨Testimonio del Tiempo¨ (poemas, 1986), ¨Homenaje en Tono Oblicuo¨ (poemas, 1992), ¨Los Cantos del Hierofante¨ (poemas, 1997),¨Poemas Tierra Adentro¨ (poema, 2008) y Literatura Infantil para el Desarrollo de la Creatividad y el Pensamiento Crítico (Ensayo,2013). Profesor Escuela de Letras UASD.

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