"Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales".

Efesios 6:12

"No te has preguntado ¿a quién le ladran los perros? (José  Acosta.)

"Te acercas

A los patios

De las primeras casas

El ruido

De tus trastos

Altera los ladridos

Pareces

Una sombra

Que se mueve

En el aire" (Mario Bojórquez.)

Lo misterioso, lo desconocido, siempre han estado presente en la poesía. Las sombras y el deseo envuelven en penumbras al poema. Y al mismo tiempo esa introspección, succiona al poeta mismo. José  Acosta, poeta dominicano, nacido en la ciudad de Santiago De Los Caballeros en el año 1964  le fueron otorgados tres  Accésits premio poesía Casa de Teatro en el año 2000, uno de ellos por su libro "CATEQUESIS DEL ÍNCUBO”, Casa de Teatro, 2001. En el texto, la melancolía, la tristeza, lo efímero y lo transitorio están presentes en cada uno de los versos.

Al igual que el poeta y editor mexicano, Mario Bojórquez (Los Monchis, Sinaloa, 1968), en su poemario "EL DESEO POSTERGADO" Círculo de Poesía Ediciones, 2018, el cual obtuvo los premios de Poesía Aguascalientes 2007 y Alhambra de Poesía Americana 2012, lo oscuro y lo más recóndito del deseo carnal y divino caracterizan el ritmo de cada poema.

El dominicano, quien además de poeta es narrador, periodista y agrónomo y dueño de más de veinte títulos publicados y premiados, explora la dualidad de lo espiritual y lo carnal en el siguiente poema:

"Todo se convierte en eso invisible de donde escapamos a cada momento.

No intentes volver la mirada, ya nada encontrarás.

Aunque lo vivido intente rehacerse en los recuerdos,

aunque logremos retornar,

grandes precipicio se apoderan de la tierra

que vamos dejando atrás.

Lo más terrible es que adelante tampoco

hay más allá; que somos pasajeros de zonas transparentes, de rutas que no existen,

con muros que jamás lograremos franquear. Somos los prisioneros de Dios,

siempre apoyados en los barrotes del vacío, secos de esperar,

de llamar al carcelero para que cambie el canal de las nubes

y unos dé otras falsas lejanías,

otras diferencias de lo igual". (Pág. 38)

Lo mismo pasa con el multipremiado ensayista, Bojórquez  en:

"Como aquél que sabe que ni la muerte redimirá sus

huesos

Que nada, ni el desolado acto de despedirse para

 siempre del mundo

Habrá de ser al menos un reposo innoble para su

 salvación

Sube ya las escaleras de tu ánimo con resinado paso

Cada peldaño recuerda lo que ilusión llenó de esfuerzo y

 acechanza

Sube tú como sabiendo que al final de tus pasos

 encontrarás

Un aire verdecido para esa cruel atmósfera que rodea tu

 carne

Que ha podrido el aliento un aire nuevo que puedas

 respirar". (Pág. 67)

El hombre y sus imperfecciones conviven en el "ser y la nada". Entre sombras y deseos que van más allá de lo conocido. Lo sobrenatural sobrevuela lo cotidiano. Acosta, apuesta a lo desconocido para hacernos sentir la fuerza de su poesía:

"Ahora podemos apartar la oscuridad,

eso sospechoso que llamamos noche,

y mirar hasta donde la mirada deja de mirar

y empieza  suponer, a colocar límites,

a extraer cosas de lo hondo:

taladas cercanías, formas comprendidas,

dibujos alados.

Lo demás, al desconocerse,  no se ve;

el ojo lo disfraza para que no le temamos,

lo viste de árboles, de ruidos, de música sideral, de piedras que chocan bajo el agua.

Por tales razones no percibimos Su rostro,

Sus caballos surcando aquel vacío,

la pradera de Su desolación,

Su desamparo desuniendo las nubes.

Miramos todo pero solo algunas cosas vemos, estamos diseñados para no aprehender lo más terrible

aunque frente a nosotros vivan los ángeles". (Pág. 16)

Y qué puede ser más tenebroso, escabroso  para la mente humana, que te llamen sombra, porque habitas la luz del lado opuesto a lo normal. Don Mario apuesta al contraluz, para mostrar el rostro oscuro de sus versos:

"Me llaman Sombra

En el tendido hueco del árbol que me acoge

Me dicen ese nombre porque nadie se atreve

A ver en mi costado la marca de los días

El costillar desnudo de lo que ya se fue

Y no vuelve


Yo asiento con un gesto

Me acomoda saber que no soy nadie

Que no importan mis penas ni el pasado

Que para siempre fue a mi cuello una carga


Esa sombra se mueve sin un cuerpo

Pensarán

Y hay algo de razón en su sentencia

Qué sino Sombra habrá de ser aquél

Que ha quemado sus naves en la costa Serena de la vida


Yo Me cubro las piernas con las ramas

Sombra del árbol

Voy con él o me quedo

Para siempre plantado en el camino". (Pág. 34)

Y lo logra, desintegra uno a uno los átomos de la materia y la transforma. Trasmuta lo visual a lo invisible y viceversa. Bojórquez, explora lo recóndito y para él, eso es, indudablemente, un placer:

"El tumulto de voces que en tu cabeza ensanchan

los torrentes de sangre

el ímpetu sombrío que hace un pulso de ti

ya extenuado por su sórdida angustia envejecida


Nada que no haya sido dicho

ni una palabra un golpe

de voz que no ametralle su despoblado azufre nada

que no contenga la esencia musical de muchas voces

en el tumulto ensanchado de tu sangre


Has puesto, has convocado aquí

el rayo de alegría atravesando pechos con su estruendo de siglos

en viva carne expuesto al dolor macerado que arranca locas risas

y el corazón apretado en un puño más allá de las venas


Has llamado

en un grito sordo, un aletazo

has convocado así, en una multitud de innúmeras sustancias,

un universo atroz, una manada insomne de fuerzas coloridas

un ejército ansioso de destruir en sí toda esperanza para la risa

el estertor alegre de sincopado placer

en la estúpida alegría sin más

su loca risa atravesando órganos

estrujando moviendo desplazando leves órganos

henchidos de esencia musical

orbes ensombrecidos por su fatal mecánica


Has convocado un trueno múltiple

las añosas voces de todos los poetas

la hermosa diversidad de todas las palabras, de todos los idiomas

el íntimo repiquetear de mil campanas sordas para un

solo sonido

el álgido sonido de este mundo real


¡Ay múltiples trompetas enfebrecidas!

¡ay río extravagante en tu cabeza!

Cruzando entre los valles de la imaginación como un golpe de dados que destroza

su paso sin riberas hacer juego insustancial

el arduo orden crepuscular de los sentidos derrotados

las viejas formas de sentir


Nada que no haya sido dicho

mil veces hasta la saciedad

hasta sangrar las bocas trémulas de mil mendigos en

perpetua oración

hasta los huesos deshojados de mil mandíbulas en expiación

mortal

nada, menos que nada

para una alegría corporal, humana

una alegría desbordada en miles de fluidos

en insospechados corazones latiendo

en almas purificadas por el ajetreo muscular de la risa de

la risa de la risa

nada, ni una sola palabra

un estremecimiento de las cuerdas vocales

un tósigo sin aire

una exhalación que no haya emitido alguna boca nada

que no sea un ladrillo para la edificación de una larga

sonrisa

que parta al mundo con su contagiosa tolerancia

nada que no sirva para la fastuosa edificación de la alegría

humana" (.Pág. 55)

Por su parte, José Acosta desespera, su “yo” poético  se hace impaciente ante la vida, que quizás hace mucho dejó  de serlo y suplica a las Moiras (diosas del destino)o al poema mismo que deshagan los hilos que lo anudan a este mundo sin sentido:

"Átropos, toma la tijera y no tiembles, corta

ya

el hilo de mi vida. Córtalo en este instante en que renuncio,

en que me levanto de mi asiento,

de mi cómoda asiento de hombre  y doy

mis pasos más sinceros.

El mundo es tan distinto y he perdido

mucho tiempo en el odio.

Bajo mi memoria yacen las palabras,

las santas palabras con las que mentí,

con las que muchas veces hallé el miedo. Átropos, anciana, es tan fácil enredar en tus dedos

el hilo de mi infancia,

la primera sonrisa, mi primera pedrada a las palomas,

mi primer mar y la claridad de la duda.

No temas destruirme

pues ya he visitado la noche en que se huye,

la Era de los hombres,

y la angustia de pertenecer a este Reino". (Pág. 33)

Las tinieblas habitan los espacios. Lo inexplicable mora en el aire como un viento que hiela. Se desbordan los temores y el deseo se mezcla con lo repulsivo de entregarse a la penumbra. En ese intrincado accionar de lo maligno  se dibujan las metáforas que Mario Bojórquez, plasma en la poesía:

"Sientes el miedo en las mandíbulas

Se te inflama en los ganglios y se anida en el pecho

Pero no sabes bien qué cosa es la que temes Agarras aire y la opresión de roca continúa Sabes que en tu lengua hay un sollozo que no logra salir

¿Has venido a llorar antiguas aflicciones?

¿Tú el más desenredado nudo de la tela?

Elevas el incienso puro de tu plegaria

Qué vana petición para un poder tan grande Pides que no te sea tan arduo  ese destino que ha marcado

tu piel

Clemencia -dices- y un vaso de agua antes que el tajo

refresque tu garganta". (Pág. 63)

Esas mismas tinieblas descienden lentamente al poema. Lo preñan de hipérboles en medio de lo catequético de las preguntas sin respuestas. Acosta,  como sujeto-autor, silencia las dudas y florecen las cuestiones que el mismo ha de responderse:

"A veces necesito que me expliquen qué es el bien,

qué es eso con nombre que flote en la oración, que llega hasta Dios en un transbordador

o sobre el lomo de una moneda arrojada.

Si es mi casa o el cadáver del enemigo,

una colina de tomates o el Madero que trae consigo

al sobreviviente. Quizás es un deseo eso del bien,

algo que existe más allá del humano

como la idea de la muerte.

Algo domado, llevado al hogar casi a empellones

y puesto en algún sitio cerca de un florero

para sentirnos orgullosos.

La verdad que no entiendo por qué eso tiene nombre,

como si no fuera normal el poseerlo,

como si lo lleváramos interiormente

y tuviéramos que visitar un museo

para poder decir sin temor a equivocarnos

que eso, detrás de la vidriera, es el Bien". (Pág. 36)

Pero vuelve a las preguntas, a las dudas, lo  shakesperiano de "ser o no ser":

"Lo que no comprendes parece que no existe. Allá arriba las estrellas son piedras de un río.

A veces no logras descifrar un simple movimiento de tus dedos.

Ser hombre ¿qué es, exactamente?

Pero al tratar de explicártelo te esfumas

como si hubieras dado con tu fin.

Por eso prefieres entrar al porvenir

como se entra al olvido: todo se renueva, adquiere magia, dimensiones,

y nada parece ser un regreso.

Si pudieras recordarlo descubrirías

que siempre has estado en la Tierra,

que jamás has muerto ni morirás,

que todo es una sucesión de luz y sombras, de recuerdos y olvidos,

que ya ha sido muchas veces el que eres,

que inexistir y existir es igual". (Pág.6)

Estas dos obras destacadas de la poesía dominicana y mexicana, de este siglo, nos dejan un aprendizaje claro: de lo más oscuro, y sí que lo son, se pueden alumbrar palabras iluminadas.

EN ESTA NOTA

Juan Carlos Báez Moreta

Poeta

El autor, Juan Carlos Báez Moreta, es un poeta dominicano, que ha publicado 13 libros de poesías. Es miembro de la Unión De Escritores Dominicanos (UED) y del Centro PEN de República Dominicana. Juancbaez25@gmail.com

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