José Augusto Vega lmbert fue canciller de la República Dominicana durante el gobierno de Salvador Jorge Blanco, de 1982 a 1986, pero ese no fue el primer cargo que le ofrecieron. Antes que eso, Jorge Blanco le ofreció la Corporación de Fomento Industrial y él lo rechazó. "Era totalmente ilógico", comenta a ACENTO. La cancillería fue el segundo y lo aceptó sin pensarlo.
"Le dije que sí inmediatamente porque era un cargo de evidente importancia. Recuerdo que me dijo que su grupo del PRD tenía muchas tendencias y que necesitaba alguien de su plena confianza ahí. Le pregunté si había hablado con Peña Gómez, que era la persona con más vuelo internacional dentro del PRD, y me dijo que sí, que estaba muy contento y lo apoyaba plenamente".
Cuando Jorge Blanco le ofreció el cargo aún faltaban semanas para la juramentación del nuevo gobierno que encabezaba. Aún así, pidió de urgencia a Vega lmbert que viajara a Nueva York para reunirse con el embajador dominicano del gobierno de Antonio Guzmán ante la ONU, el ingeniero Enriquillo del Rosario. Allá fue Vega Imbert, y cuenta lo siguiente:
“Me recibió el embajador y me llevó a su casa. Él había enviudado, se había encontrado una viuda súper millonaria en Estados Unidos que tenía un apartamento de película con pinturas originales de grandes pintores impresionistas, Renoir entre otros.
Me dijo que al otro día tenía un almuerzo y que había invitado a unos cuatro o cinco embajadores de Suramérica y a la embajadora de Estados Unidos, que era una persona con mucha fuerza política ante las Naciones Unidas. Se llamaba Jeane Kirkpatrick. Ella era demócrata, pero íntima amiga de Ronald Reagan, quien le pidió que le aceptara el cargo de embajadora en la ONU.
Llegó la hora del almuerzo. El embajador sentó a la señora Kirkpatrick al lado mío, conversamos mucho y cuando se terminó el almuerzo los otros invitados se dieron cuenta de la verdadera motivación del encuentro: ese almuerzo era para que yo, futuro canciller, pudiera conversar con la señora. Entonces se fueron. Nos quedamos el embajador anfitrión, la embajadora norteamericana y yo.
A la hora del café fue que me tiraron el cartuchazo. República Dominicana tenía dos años aspirando a ser miembro del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas; había aspirado en el gobierno de Antonio Guzmán y, en esa ocasión, varios países de Latinoamérica le pidieron a nuestro país que se retirara bajo condición de que en 1982 volviera a candidatearse con apoyo unánime.
En 1982 estaba en pleno apogeo la Guerra Fría y acababan de ganar el poder los sandinistas en Nicaragua. Los sandinistas estaban respaldados con gran popularidad en el tercer mundo y le habían pedido a la República Dominicana que volviera a ceder su turno, entonces los Estados Unidos lo que pedía era que lo mantuviéramos.
“Mire, embajadora, los informes que yo tengo dejan establecido que todo el tercer mundo, además de la Unión Soviética y China, apoyarían a los sandinistas”. Ella me dijo que no, que Estados Unidos tenía mucha influencia también y que ellos querían evitar que los sandinistas fueran al Consejo de Seguridad, y que la única forma era si la República Dominicana mantuviera su posición y que Nicaragua presentara su candidatura y en la Asamblea se votaba por uno de los dos.
¿Qué era lo que ellos buscaban? Cuando hay dos candidatos a ser miembros del Consejo, quien los elige es la Asamblea General. Pero eso no se elige por mayoría simple, sino por mayoría calificada. O sea, tiene que ser un número de votos muy alto. Entonces la táctica del gobierno estadounidense era que si la República Dominicana hubiese mantenido su candidatura, había que llevar el tema a la votación de la Asamblea, y aunque Nicaragua sacara muchos más votos que nosotros por los países del tercer mundo de África y de Asia, podía darse el caso de que quedara muy arriba de nosotros, pero no alcanzara la mayoría calificada. En ese caso tendría que negociarse o hacer una mediación, o buscar un tercer país que pudiera alcanzar esa mayoría calificada.
Es decir, República Dominicana ya estaba inscrita. Lo que algunos países querían era que se retirara para que no hubiera competencia, que solo se presentara un país, Nicaragua, por América Latina.
Yo le expliqué que el gobierno de Jorge Blanco tomaba posesión en agosto, que le iba a transmitir la información, la íbamos a evaluar y le contestaríamos.
En el año 1982 comienza una situación tensa entre Estados Unidos y Nicaragua, y Nicaragua le pide a República Dominicana, junto a otros países de América Latina, que salga al igual que en el año anterior. Eso es lo que mueve a la embajadora a pedirle al embajador dominicano que el país se mantenga como candidato.
A todo esto, todavía el presidente electo no entiende bien el problema. El embajador nuestro, Enriquillo del Rosario, dice que si nosotros mantenemos la candidatura lo más probable es que Nicaragua gane de manera apabullante.
Con esa papa caliente, regresé al país y hablé con el presidente. Se llegó a lo siguiente: Peña Gómez no estuvo de acuerdo, aunque no radicalmente, pero consideró que debíamos darle el espacio a Nicaragua. Sin embargo, el presidente y yo pensamos de la siguiente manera: Primero, ya la República Dominicana el año anterior había cedido a una petición y hacerlo por segunda vez hubiese sido inapropiado. O sea, no era que nosotros íbamos a entrar para torpedear a Nicaragua, sino simplemente que estábamos ya como candidatos. Era una situación muy distinta a que la candidatura de Dominicana se improvisara porque Nicaragua quería entrar. No, éramos nosotros los que estábamos ahí con una promesa de todo el grupo latinoamericano. Entonces, estuvimos de acuerdo en que, si manteníamos nuestra candidatura, Nicaragua tenía todas las posibilidades de ganar, pero abríamos una puerta con una embajadora que tenía mucho peso en Washington, tenía relación directa con el presidente Reagan, y eso lo podíamos aprovechar para conseguir apoyo en otras circunstancias, como real y efectivamente sucedió.
Yo le dije al presidente Jorge Blanco que quedarnos inactivos, pura y simplemente, no era conveniente, que debíamos hacer un esfuerzo muy intenso desde la apertura de la asamblea a principios de septiembre con una lista de países que no estaban definidos. ¿Que Nicaragua ganara? Si ganó, ganó; pero que se viera que la República Dominicana primero alegara que ya estaba inscrita, que había cedido el año anterior y que seguíamos en esa posición; pero que no siguiéramos con los brazos cruzados porque había una lista de países cuyo voto podía cambiar.
La decisión del presidente fue crear un equipo, tanto de la cancillería como de embajadores, y estuvimos 15 días haciendo una vigorosa campaña. Al terminar todo, Nicaragua ganó como se esperaba.
La táctica de Estados Unidos era que Nicaragua no obtuviera la mayoría calificada, entonces se hubiese tenido que abrir un proceso de negociaciones. Luego nos enteramos de que eso mismo había sucedido décadas anteriores con Cuba, que en dos ocasiones Cuba aspiró ir al Consejo de Seguridad y no obtuvo la mayoría calificada. Entonces, en negociaciones hubo que buscar otro país.
Al Nicaragua ganar, yo pedí la palabra e hice una felicitación muy cálida que cayó muy bien, fue un gesto bien apreciado. En todo ese asunto, hice una bonita amistad con el canciller nicaragüense, que era un sacerdote: Miguel d’Escoto. Desayunamos juntos varias veces y yo llegué incluso a prometerle que, si para Nicaragua conseguir la mayoría calificada faltaban muy pocos votos, nosotros nos íbamos a retirar.
Después de que pasó la votación, al día siguiente recibí una invitación de la embajadora Kirkpatrick, que quería tener una reunión conmigo. Fui a tomar un café a eso de las 10 u 11 de la mañana. Me dijo: “Quiero felicitarlo porque nosotros observamos todo el esfuerzo que usted hizo. Cualquier asunto que a usted se le presente en el ejercicio de sus funciones, que usted necesite algún apoyo en Washington, venga primero donde mí”. Y así sucedió. En dos ocasiones hubo asuntos en los cuales el embajador nuestro en Washington no podía hacer nada y yo le dije al presidente que me dejara ir a Nueva York a hablar con la embajadora Kirkpatrick.
Yo le dije al presidente que eso que hicimos en Nueva York nos iba a dar fuerzas para negarnos a otras cosas. Y así mismo fue.
Poco tiempo después, cuando se recrudeció la situación en Centroamérica, recibí en la cancillería dos notas diplomáticas: una de Venezuela y otra de México, diciendo que consideraban que la guerra en Centroamérica tenía necesariamente que ser resuelta mediante negociaciones, o sea, que no hubiera solución militar. Eso vino cuando ya Estados Unidos tenía una tropa preparada, que se llamaba Los Contras, para entrar en acción en Nicaragua.
Cuando recibí esas dos notas hablé con el presidente y a las cuatro o cinco de la tarde hice una rueda de prensa en la cancillería, invité al embajador de Venezuela y al de México, y en esa rueda de prensa dije que la República Dominicana estaba totalmente de acuerdo con que en Centroamérica había que conseguir una paz negociada y que estaba abierta a cualquier tipo de colaboración. Eso nos permitió jugar un papel de neutralidad porque había cierta voracidad de que nosotros, de alguna forma, nos inclináramos de acuerdo con los intereses particulares de de una de las partes beligerantes”.
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