Dos semanas después de la tragedia ocasionada por el desplome del techo de la discoteca Jet Set, cobrando la vida de 232 personas y dejado con lesiones a más de 150, el lugar que fue escenario de fiestas y alegrías hoy apenas recibe visitantes que acuden a recordar a sus seres queridos fallecidos.
Entre los restos de escombros la gente ha dejado las flores, que ya están marchitas, velones, letreros con mensajes, una que otra Biblia, más las fotografías de los fallecidos. El tiempo y la intemperie son implacables: el deterioro es notorio.
Y en esta ocasión no es lo que se ve, sino lo que no se ve.
Este martes, esperábamos encontrarnos con los autobuses que han estado transportando a los deudos en su triste peregrinar, rindiendo tributo a sus parientes. En los primeros días fueron multitudes, entre familiares, amigos o simples curiosos. Con el paso de los días el lugar ha quedado desierto.
Solo un par de agentes policiales custodiaban el área y uno que otro periodista se encontraba en la zona cero haciendo su labor, mientras el ruido de la ciudad, caracterizado por el ir y venir de vehículos, los bocinazos y pregones, como si la vida continuara indiferente a unos metros de distancia de lo que fue la emblemática discoteca de la capital dominicana.
Y pensar que esto, hace apenas unos días, era distinto. Desde aquel fatídico martes 8 de abril, centenares se reunían alrededor de los escombros. Velas, lágrimas, oraciones.
Una semana después, aún había peregrinaciones espontáneas, como si el dolor todavía buscara espacio para expresarse, entre los familiares y amigos de los fallecidos.
Hoy, en cambio, todo parecía detenido… menos la ciudad
Los vehículos se dirigían a su destino, y los transeúntes seguían su camino frente a la discoteca, hablando entre ellos o por teléfono, viviendo el día a día.
Lo que alguna vez fue un centro diversión, luego punto de reunión para el dolor colectivo, ahora parece haberse convertido en un santuario solitario.
Gustavo Adolfo Bécquer no se equivocaba cuando escribió: “¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!”
Porque sí: el bullicio se ha ido, los cánticos cesaron y el paso de la gente ya no retumba.
¿Se trata de un duelo que se vive en privado? ¿Un olvido prematuro? ¿O es que el impacto, tan profundo, ha dejado a muchos sin fuerzas para volver?
El memorial improvisado sigue ahí. Y aunque no hay voces, las flores, las velas y las imágenes continúan hablando por quienes ya no están… y por quienes no pueden hablar.
¿Cómo se recuerda a los que se van cuando la vida y responsabilidades nos fuerzan a seguir andando como si nada?
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