Frente a los restos del antiguo centro nocturno Jet Set, hoy clausurado, aún llegan personas que no han dejado de recordar.
Algunos encienden velas, otros se toman selfis en silencio, mirando los muros agrietados y vallas amarillas donde cuelgan aún las fotografías de decenas de víctimas.
Los carteles que exigían justicia permanecen pegados a medias, expuestos a los más de 100 días de lluvia y sol. Las flores de plástico y las reales – marchitas, testigos indiscutibles del paso del tiempo -, bordean la acera junto a la cera de velas fundidas en el concreto.
Los ciudadanos que pasan miran largo rato hacia el edificio mientras caminan, recordando lo que alguna vez fue un centro diversión. Días como hoy, el Jet Set es un punto de reunión para el dolor colectivo. Los demás, es un santuario solitario.
En ese mismo lugar, a las 8 de la mañana, la Iglesia Católica Apostólica Brasilera, junto al padre Rogelio Cruz y la fundación que lleva su nombre, celebró una eucaristía en honor a las víctimas al cumplirse tres meses de la tragedia.
La ceremonia, que se repetirá el día 8 de cada mes durante un año, busca mantener viva la memoria de los 236 fallecidos en el colapso.
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