Tecnología revolucionaria para unos, amenaza para la democracia o cáscara vacía para otros, la IA genera cientos de miles de millones de dólares en inversiones. Solo OpenAI, la start-up más destacada del sector, se ha comprometido en 2024 a gastar más de 1 billón de dólares en los próximos años para financiar su desarrollo. Una suma sin comparación, en este momento, con los ingresos reales generados por la IA.
Texto de Nathanaël Vittrant
Frente a los tecnoptimistas convencidos de que nos encontramos en los albores de una nueva revolución industrial, otras voces señalan el riesgo de un entusiasmo generalizado por una tecnología que aún tiene que demostrar su eficacia. Estos últimos destacan la diferencia de magnitud entre los gastos y los ingresos de la inteligencia artificial.
Si bien no pasa una semana sin que se anuncien inversiones de decenas o cientos de miles de millones de dólares por parte de tal o cual actor para asegurar su suministro de microprocesadores, construir centros de datos o incluso, como anunció Google hace algunos meses centrales nucleares para suministrarles energía, los ingresos no logran seguir el ritmo.
OpenAI, la más conocida de las empresas especializadas en IA, la que, con el robot conversacional ChatGPT, está en el origen de esta carrera desenfrenada, ha generado 13.000 millones de dólares de ingresos en los últimos doce meses. Una cifra importante y que crece considerablemente de un año a otro, pero microscópica en comparación con los gastos incurridos por la empresa. El Financial Times ha calculado que los diferentes acuerdos firmados por OpenAI con los gigantes tecnológicos para saciar su voraz apetito de potencia de cálculo ascenderán a más de 1 billón de dólares en los próximos años.
“Los inversores están tan entusiasmados que les cuesta distinguir entre las buenas y las malas ideas”
Es cierto que OpenAI está gastando cantidades astronómicas. Pero al mismo tiempo, y según sus propias declaraciones, la empresa sigue perdiendo dinero y no prevé generar ingresos hasta 2029. Incluso los más entusiastas y optimistas sobre los beneficios de la IA, como Jeff Bezos, reconocen que las inversiones están desconectadas de la realidad. “Cuando los inversores se obsesionan con un tema, como ocurre hoy en día con la IA, todos los experimentos y todas las empresas encuentran financiación. Las buenas ideas y las malas ideas. Los inversores están tan entusiasmados que les cuesta distinguir entre unas y otras”, explicaba el director de Amazon a principios de octubre, durante la Tech Week en Italia.
Un fenómeno que recuerda a la burbuja puntocom, en los inicios de Internet. En aquella época, se pensaba, con razón, que la web iba a revolucionar el mundo empresarial y los negocios. Pero los financieros empezaron a tirar el dinero a cualquiera que hubiera creado una página web en su garaje, sin preguntarse si realmente había un modelo de negocio detrás. La burbuja acabó estallando y todo el mundo salió perdiendo.
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Nvidia se ha convertido en la empresa más valorada del mundo
Por muy vagas que sean las promesas de la IA, las inversiones que genera alimentan una industria tecnológica que, por su parte, es muy concreta. Empresas como Nvidia o AMD, que fabrican semiconductores, los chips electrónicos de última generación que proporcionan a la IA su potencia de cálculo, ganan enormes cantidades de dinero. En junio de 2025, Nvidia se convirtió incluso en la empresa más valorada del mundo, con más de 3 billones de dólares, por delante de Apple y Microsoft.
Los inversores apuestan por una demanda en constante renovación para alimentar una potencia de cálculo cada vez mayor. Pero esta profecía parece, al menos en parte, autocumplida. Así, a finales de septiembre, Nvidia invirtió 100.000 millones de dólares en OpenAI para que OpenAI comprara sus chips electrónicos. La misma empresa OpenAI que también adquirió una participación del 10 % en AMD, al tiempo que se comprometía a comprar millones de chips al principal competidor de Nvidia. En todo el ámbito de la IA se encuentran este tipo de inversiones en circuito cerrado. Pero si la IA no cumple rápidamente sus promesas, la industria corre el riesgo de derrumbarse como un castillo de naipes.
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