La vida cotidiana de los palestinos en Gaza se reduce, más que nunca, a una sola palabra: sobrevivir. En un campamento precario junto al mar, Oum Ahed, de unos cincuenta años, llegó desde el norte del enclave y espera una sola cosa: casas prefabricadas.
"Estas carpas pequeñas que nos dan se las llevó el viento estos últimos días", cuenta. "Por la noche, la gente grita porque el agua sube y se lleva todo, las carpas, los muebles. Necesitamos refugios más sólidos, porque todavía nos queda mucho tiempo acá: dos años, cinco o quizás hasta diez".
Hamdi Ali, en cambio, no espera nada de las negociaciones en curso. Su única preocupación es dar de sustento a su familia de ocho personas. "No sabemos qué nos espera. Tenemos miedo de que todo sea todavía peor. Ya no confiamos en nadie, solo en Dios. A los países extranjeros no les importamos", lamenta.
Desafíos técnicos, logísticos y económicos
Incluso después de la visita del primer ministro israelí a la Casa Blanca este lunes 29 de diciembre, el futuro de Gaza sigue siendo incierto, estima el politólogo y economista Mohamed Abou Jiab: "Estados Unidos mantiene su voluntad de avanzar con proyectos estratégicos y económicos en la región. Eso es lo que, en teoría, debería facilitar el mantenimiento del alto el fuego y luego la reconstrucción de Gaza. Pero todo esto choca con enormes desafíos técnicos y logísticos".
"Las cuestiones financieras siguen sin resolverse y, además, habrá que atender a toda la población que sigue viviendo aquí", agrega Jiab.
Desde octubre rige en Gaza un alto el fuego precario, tras una guerra particularmente mortífera entre el ejército israelí y Hamás. Sin embargo, la amenaza de una crisis humanitaria persiste sobre sus 2,2 millones de habitantes, atrapados entre la tregua y la ruina.
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