Los grandes escándalos de corrupción y el cerco militar al Congreso intentando imponer una reforma constitucional, afectaron profundamente la imagen del gobierno del licenciado Danilo Medina, generando en mucha gente la sensación de que todo lo que hubo en ese período fue pecaminoso. Que todo se hizo mal, o creer que todo el que participó en su gobierno estuvo en búsqueda de beneficio personal, lo cual resulta injusto con una gran cantidad de ciudadanos que se esmeraron día tras día por hacer honorablemente su trabajo.
En contraste, el hecho de que en la gestión de Abinader se destaparan los casos de corrupción y se abordaran judicialmente, contribuyó a que el público viera todo como avance respecto a lo anterior, lo cual no es necesariamente cierto. Es más, es común escuchar voces que sostienen que hay tanta corrupción ahora como antes.
Aunque seguramente sigue habiendo mucha corrupción, no estoy convencido de que sea en igual magnitud y, en caso de serlo, confío en que llegará el momento en que sea castigada.
Ahora bien, quiero llamar la atención sobre varios aspectos en los cuales ha habido notorio retroceso y que a la larga habrá que reconocerle al gobierno de Danilo méritos que el actual no tiene. No voy a hablar de la estabilidad y el crecimiento económico, que es algo que viene desde hace mucho y ambos gobiernos han preservado, sino de aspectos tan humanos y de justicia social como el económico.
Primero, al haber rehuido la responsabilidad de hacer las reformas necesarias, la gestión de Abinader va a terminar con un deterioro de los servicios públicos. Dije desde el principio que sin reforma fiscal ninguna otra reforma sería exitosa.
En particular, cuando la gente compara el sistema de atención de emergencias 911, seguramente el aporte más notorio del anterior gobierno, ve que ahora no es lo mismo. Algo similar sucede con la salud pública o el sistema eléctrico; no solo los apagones han regresado por sus fueros, sino que ocurre a la vez que se multiplican las pérdidas de las empresas distribuidoras, arrastrando mayores subsidios presupuestarios, al revés de lo que se había pactado.
Segundo, pese a inaugurar su gobierno prometiendo villas y castilas, Abinader corre el riesgo de agotar ocho años sin completar ninguna obra pública de importancia, o con muy poco. Y decir de importancia es relativo, pues para algunas comunidades lo más importante puede ser un drenaje, pavimentar un camino o reparar un derrumbe, siempre considerando los grandes requerimientos de infraestructura de la Nación.
Tercero, los derechos humanos, en particular los de la mujer. El gobierno de Danilo al menos tuvo la entereza de enfrentar a un congreso que, permeado por la corrupción y las interferencias inhumanas, aprobara un código penal que obligaba a una mujer, por ejemplo, a parirle un hijo a un criminal que la haya violado, cual Estado teocrático que impone los dogmas religiosos como leyes al resto de la población, como ocurre en Irán o Arabia Saudita. Ahora, pese a la promesa de campaña de que se aprobaría el código incluyendo las tres causales que permiten la interrupción del embarazo, y de disfrutar de una mayoría congresual envidiable, la tendencia es su exclusión. Y para colmo, suavizar y dificultar el castigo a la corrupción.
Cuarto, cuando en el 2013 el gobierno de Danilo fue víctima del “palo asechao” que constituyó la Sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional, mediante la cual se convirtieron en apátridas a cientos de miles de dominicanos, el presidente no tuvo otra opción que gastar sus energías en defender la imagen internacional del país, seriamente averiada, y de intentar enmendar los efectos humanos mediante un proceso de regularización que, por lo demás, fue muy saboteado.
En esta gestión, sin embargo, no solo se ha incumplido, sino que además se han emprendido procesos de apresamiento y deportación utilizando las prácticas más degradantes y crueles que un Estado pueda cometer contra seres humanos. Todo ello, no solo traicionando el ancestral espíritu hospitalario y humano que caracteriza al dominicano, sino convenciones internacionales de las que el país es signatario.
Quinto, cuando la República Dominicana aparecía en el mapa mundial como uno de los pocos y ridículos países que reconocían a Taiwán como China, mientras la verdadera China se erguía como potencia económica, científica, cultural y tecnológica, el gobierno anterior se atrevió a establecer y cultivar relación con la misma, mientras bastó una simple conversación con Pompeo para que el presidente Abinader, en un ejercicio de vasallaje vergonzante, decidiera limitar al mínimo esa relación en temas de comunicación, tecnología e infraestructura, embarcando el país en una guerra ajena en la cual no tiene nada que ganar, y retrasando de paso el desarrollo tecnológico dominicano.
En definitiva, aunque pienso que después de Balaguer el proceso político, social y económico de la República Dominicana ha sido progresivo, no hay que ocultar que no siempre es lineal, y a veces, hay retrocesos.
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