
Cuando aún quedaban brillando algunas estrellas por haberse desvelado la noche anterior, sin ser época de carnaval, la Banda Municipal de Música, con su tradicional serenata levantaba a la mañana con el regocijo de todos los veganos, al mismo tiempo que abría los ojos llenos de asombro un niño con sonrisa de inocencia, bautizado luego como César Arturo Abreu Fernández, un 8 de enero de 1940.
Creció mirando a Felipe Abreu, artista y artesano, creando máscaras de carnaval en el barrio de La Cigua y contemplando, extasiado, las de Winston de Oleo, Bule y Cayayo, en un carnaval fascinante que se tornó su pasión, aunque era aficionado de diversos deportes y en secreto admiraba la vida bohemia de Enriquillo Sánchez, al tiempo que contemplaba reverente la sapiencia y la personalidad imponente de Don Emilio García-Godoy, recordaba con nostalgia a las sociedades culturales como La Progresista, comenzando entonces a comprender porque bautizaron a La Vega como la “ciudad culta, olímpica y carnavalera”.
A pesar de hacer alarde de “tenerger”, de galán de película que rompía corazones, bailarín con estilo propio y miembro de la nueva ola, aún con militancia religiosa católica, la escuela lo transformó y agudizó su conciencia política. Se contagió y surgió en él una dimensión antitrujillista, que terminó siendo miembro militante del movimiento revolucionario clandestino del 14 de junio en plena dictadura.
Un día, sin saludarlo ni preguntarle nada, tres calieses de la dictadura lo metieron en un tenebroso “Volkswagen” y lo llevaron a la tétrica ergástula de la 40. Allí fue torturado inmisericordemente, con choques eléctrico y golpizas de todas clases, donde llegaron momentos de desesperación cuando le asaltaba la sensación de que no saldría vivo de ese infierno. Uno de sus momentos más trágico y dolorosos en la 40 fue cuando unos ángeles todavía con inocencia, niños-mártires le aseguraron que Trujillo había decido darle su libertad y horas después, lleno de rabia y de indignación vio desde su cerda como estos deshumanizados torturadores asesinaban a los Panfleteros de Santiago, los cuales ofrendaron sus vidas por la Patria.
Ensangrentado, molido a golpes, ultrajado y humillado, pero con alientos de vida, aún con esperanzas, vio varias veces llegar el amanecer por el resplandor de una ventana enanita de una cerda sin aire, cómplice, tétrica, sucia e impune y observar durante las torturas a sus verdugos gozando sádicamente, sin remordimientos y sin compasión, burlándose de seres humanos indefensos, apresados por un ideal y por amor a la Patria.
Después de la liquidación de la dictadura trujillista, César se encontró varias veces con algunos de ellos que lo reconocían asustados, con la sensación de los cobardes, pensando en represalias cuando ya solo eran basuras del pasado, pero César había crecido tanto que les tenía lástima, porque no albergaba odio ni venganza en su corazón.
En el verano de 1966, se graduó de Ingeniero Civil en la Universidad de Columbia, en New York, E.E.U.U., profundizando sus estudios con cursos especializados en ingeniería estructural, logrando así un alto nivel de profesionalización. Recibió ofertas para quedarse en New York, pero sus raíces, sus ancestros, sus nostalgias de los framboyanes encendidos de rojo, sus recuerdos sobre La Vega Vieja, las añoranzas de intimidades de su catedral, su parque con las idealizaciones de Martí, los roqueticos y la caminata a su Santo Cerro para hablar con las Mercedes, sus paisajes verdes-rojos y la generosidad de la gente del pueblo, se lo impedían. Regresó a La Vega e instaló una oficina exitosa de construcción.
Pero César Arturo creció no solamente como ser humano, sino intelectualmente con una vocación de servirle a su comunidad y en la medida que esto ocurría, fue acrecentando su pasión por La Vega, con la preocupación de que el país y el mundo supieran de su grandeza, de su dimensión histórica, de sus aportes al país, de su riqueza espiritual, de su cultura y de sus patrimonios.
Fascinado por los deportes, se entregó a su desarrollo y difusión. Entre otros aportes, fue presidente de la Unión Deportiva Vegana, presidente del Comité Permanente del Pabellón de la Fama del Deporte Vegano, presidente del Comité Organizador de los Juegos Nacionales celebrados en La Vega, presidente de Honor del Pabellón de la Fama del Deporte Dominicano.
Fue Diputado al Congreso Nacional, presidente del Instituto Duartiano, miembro y protector de los Bomberos, fundador Regional del CODIA, miembro de los Broncos, disfrazándose y dando vejigazos purificadores, es ideólogo y símbolo del Museo del Carnaval Vegano.
Es un excelente y fino escritor, investigador incansable, intelectual profundo, historiador descolonizado, ha producido numerosos libros, ensayos y novelas, entre los cuales esta: La Concepción de la Vega. Raíces de nuestro Espíritu, Interrogantes del Carnaval Vegano (con Hugo Estrella y Dagoberto Tejeda), El Águila y los Ruiseñores, Destellos de Gloria, Aventuras y Desventuras de un Joven en la Era de Trujillo, Barbarie y Resistencia en el Paraíso, Destellos de Gloria. Además, docenas de artículos en periódicos y revistas, charlas, conferencias, cursos y conversatorios a nivel nacional e internacional.
Para honra de la Academia de Ciencias de la República Dominicana, César Arturo acaba de ser investido como miembro de número de esta prestigiosa institución, cima del conocimiento científico del país. Su discurso de entrada fue sobre los “Aportes de la Concepción de la Vega a la República Dominicana desde sus albores hasta el 1900”. Siguiendo su trayectoria de vida y ver la vehemencia y el orgullo de su exposición, quedé convencido de que César Arturo, es el más apasionado vegano que existe, orgulloso de su terruño, amante de su cultura, de su historia, de sus patrimonios históricos-culturales, de su carnaval, de su gente y de sus aportes al país.
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