“Alguna vez intentaste. Alguna vez fallaste. No importa. Intenta de nuevo. Falla de nuevo. Falla mejor”. (Samuel Beckett, Worstward Ho)
Una batalla tras otra (2025), dirigida y escrita por el cineasta estadounidense Paul Thomas Anderson (n. 1970) e inspirada en la novela Vineland (1990) del escritor Thomas Pynchon, es un filme que se ha destacado mucho al ser estrenada recientemente, no solo por su calidad y originalidad como tal, sino, sobre todo, por la relevancia de sus temáticas para los tiempos actuales que corren en los Estados Unidos. Mientras que la novela de Pynchon toma lugar en el 1984 —año de la reelección del expresidente estadounidense Ronald Reagan— y, por medio de abundantes flashbacks, muestra la transformación cultural y sociopolítica de los Estados Unidos entre las décadas de los sesenta hasta los ochenta; la película de Anderson transporta la trama y los personajes a nuestra época contemporánea, actualizándola y cargándola de una urgente significancia política.
El filme abre con una secuencia en la cual un grupo de revolucionarios de extrema izquierda —autodenominados los French 75— atacan centros de detención, bancos y redes eléctricas, en el transcurso de lo cual dos de éstos, Pat Calhoun y Perfidia Beverly Hills, inician una relación amorosa. Sin embargo, el oficial Steven J. Lockjaw captura a Perfidia y la obliga a realizarle favores sexuales a cambio de su libertad. Un tiempo después, Perfidia abandona a Pat y su hija recién nacida, Charlene, para proseguir sus actividades revolucionarias. Sin embargo, al ser capturada de nuevo, Perfidia elige traicionar a sus camaradas, revelando su paradero a Lockjaw a cambio de entrar en el programa de protección de testigos.
Dieciséis años después, Pat y Charlene viven bajo las identidades falsas de Bob y Willa Ferguson, escondidos en Baktan Cross, California. Bob es ahora un paranoico adicto a la marihuana y el alcohol, mientras Willa rechaza su estilo de vida. Lockjaw es también ahora un distinguido coronel que dirige redadas antiinmigración, y es reclutado por una sociedad secreta de supremacistas blancos bien poderosos y adinerados. Sin embargo, con el fin de ocultar del grupo su relación interracial con Perfidia, éste inicia una cacería para encontrar y eliminar a Willa. Así, el desarrollo posterior de la película transcurre —con el habitual estilo chiflado pynchoniano— entre los intentos de Bob por rescatar a su hija y, paralelamente, los de Lockjaw por deshacerse de ella, así como la misión de uno de los supremacistas blancos que es enviado para eliminar a Lockjaw, una vez que sale la verdad de su relación.
Mientras que la película suscitó mucha controversia entre los sectores conservadores de la sociedad estadounidense por su retrato simpático de los revolucionarios, a su vez, ha resultado un éxito, tanto a nivel taquillero como de la crítica. Esto se debe a que la historia es altamente relevante en un Estados Unidos dominado por el trumpismo y sus medidas fascistoides contra inmigrantes, personas LGBTQIA+ y afrodescendientes. Situándose en una larga tradición de sátiras políticas, que abarca desde Network (1976) hasta Vice (2018), Una batalla tras otra se distingue precisamente por su lucidez temática y, sobre todo, por mostrar a un grupo revolucionario, no solo como objeto de burla, sino también como personajes con profundidad psicológica y con quienes las audiencias pueden identificarse.
Y es este último elemento el que representa el sutil potencial subversivo, no solo de la película de Anderson, sino de toda la obra pynchoniana, que a menudo construye personajes en situaciones surrealistas enfrentados a fuerzas políticas más allá de su control. En este sentido, el éxito de Una batalla tras otra en el corazón mismo del emergente totalitarismo fascista estadounidense debe leerse no solo como un logro cinematográfico, sino también como un síntoma cultural de un subrepticio cambio de perspectiva en algunos sectores del pueblo estadounidense, que despiertan ante los horrores que todas y todos vemos cada día en los noticieros que provienen de la gran potencia norteamericana.
El peligro de películas como Una batalla tras otra y de novelas como las de Thomas Pynchon reside en su capacidad de despertar, transformar y movilizar conciencias. Y este es precisamente el peligro de toda obra de arte que aspira a perdurar en las arenas del tiempo: su potencial para capturar y representar el espíritu de su época, dejando una huella permanente en la cultura que da testimonio de los horrores y las promesas ocultas de su tiempo. El hecho mismo de que una película inspirada en una novela del año 1990, escrita por un autor que siempre preconizó lo que estaba por venir en su país natal, al ser estrenada en este momento histórico, pueda sacudir a tantas personas y provocar tanto furor mediático en una era de sobresaturación informativa es evidencia suficiente de que la lucha por la libertad no ha sido totalmente extinguida en un pueblo como el estadounidense, al cual habitualmente se le critica por estar signado por la superficialidad y la banalidad.
En los últimos años hemos visto a decenas de miles de estudiantes, académicos, trabajadores y trabajadoras movilizarse —primero, durante el final de la presidencia de Joe Biden (n. 1942) y, luego, en el primer año de Donald Trump (n. 1946)— contra el genocidio perpetrado por el Estado ilegítimo, criminal y terrorista de Israel contra el valiente pueblo palestino, del cual Estados Unidos es el principal cómplice; así como, ahora, contra las nefastas medidas adoptadas por el gobierno federal contra inmigrantes y demás minorías raciales, de género y sexuales, como también contra la dignidad de personas oprimidas, explotadas y marginadas en general. Para quienes conocemos un poco de historia, todas estas conmociones sociales y políticas evocan los tiempos que escritores como Pynchon han dedicado precisamente su vida a narrar: la efervescencia colectiva de los años sesenta, la última vez que los pueblos del mundo estuvieron a punto de alcanzar esa masa crítica necesaria para las transformaciones profundas que nuestras sociedades capitalistas occidentales tanto requieren.
La importancia de obras como las de Pynchon consiste en esa crónica de la memoria histórica de luchas populares contra el poder establecido, contada y revestida de un ácido humor negro que supera con creces lo que cualquier libro de historia oficial podría intentar adoctrinar a las juventudes. Así como, en el transcurso de los dieciséis años que dividen el inicio de Una batalla tras otra del resto de la trama, el mundo ficticio de la película, que es, en realidad, el nuestro propio, no ha cambiado mucho en todas sus miserias e injusticias; el éxito mismo del filme de Anderson demuestra que, a pesar del triunfo momentáneo del fascismo de corte trumpista, la historia es un proceso largo cuyo devenir y desenlace no está escrito de antemano. En este sentido, el conmovedor final de la película, cuando Willa recibe una carta de su madre inspirándola a seguir luchando por un mundo mejor y se decide a acudir a una protesta con el apoyo moral de su padre, sirve para recordarnos que la vida es, de hecho, una revuelta que nunca termina.
Compartir esta nota