La idea de honrar a los difuntos no es exclusiva de la cultura mexicana. Lo que sí es único es su manera de celebrarlo. Por eso, fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO en 2003 como una de las expresiones culturales más antiguas y de mayor fuerza entre los grupos indígenas del país. Quienes han visto la película “Coco” saben cómo se celebra el Día de Muertos en México, ya que se inspira en las festividades reales en Oaxaca y Michoacán. Es una de las tres celebraciones más importantes del país, junto con el Día de la Independencia y el Día de la Virgen de Guadalupe.
En México, el Día de Muertos afianza la identidad y sentido de pertenencia a sus habitantes; recuerda la fragilidad de la vida; enseña que la muerte es parte del ciclo de la vida y que se debe festejar. Esta festividad no se enfoca en el duelo y en el luto, sino en la alegría del reencuentro temporal de los vivos con las almas de sus seres queridos. Se basa en la creencia de que, durante estas fechas, las almas regresan para compartir con sus familiares.
Otros países en América Latina que cuentan con gran presencia de pueblos originarios, como Guatemala, Ecuador, Perú y Bolivia, también celebran importantes festividades para honrar a los muertos, pero ninguna es tan deslumbrante como la mexicana.
En México, el concepto de la muerte es muy distinto al de otras latitudes. Bien lo expresó el premio Nobel mexicano, Octavio Paz: “Para el habitante de Nueva York, París o Londres, la muerte es palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios. El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja; es un juguete favorito y su amor más fiel.”
La muerte no es el final, sino una etapa más del ciclo eterno de la vida
Estudios realizados por Gonzalez-Rivera y Diaz-Loving, sobre la “Concepción cultural de la muerte en mexicanos”, publicados por la UNAM en 2024, concluyen que “las reacciones ante la muerte corresponden más a rechazo y dolor, y la celebración es más bien un rasgo cultural que sirve para conmemorar y honrar a los muertos”.
La celebración actual del Día de Muertos es resultado de las herencias culturales de los pueblos originarios combinados con los aportes cristianos de los españoles. Los pueblos prehispánicos, como los aztecas y mixtecas, rendían culto a la muerte y la consideraban no como el final, sino como una transición, como una fase más del ciclo de la vida. Creían que las almas regresaban temporalmente a visitar sus familias, pero la costumbre de poner altares de muertos como se conoce actualmente no existía en el México prehispánico; sino que más bien eran ofrendas dedicadas a sus dioses, tales como Tláloc, Huitzilopochtli, Mictlantecuhtli, Mictlan o Tezcatlipoca.
Diana Martínez Yrizar, del Instituto de Investigaciones Antropológicas (IIA) de la UNAM, opina que “la idea de ofrendar a los muertos en las culturas indígenas se asocia con la época agrícola para que ayuden a los hombres a tener buenas cosechas; eran ciclos que comenzaban con la siembra, luego la cosecha, la recolección y la época de secas; era como un ciclo de vida y muerte a lo largo del año”. Por otro lado, Ana Bella Pérez Castro, directora del IIA, sostiene que “ofrendar en los días de los fieles difuntos (Día de Todos los Santos, 1ro de noviembre y el Día de los Fieles Difuntos, 2 de noviembre) viene de la tradición española y se introduce a México con la religión católica…”. En España les rezaban porque se creía que sus almas pedían permiso para venir en días especiales, entre los meses de septiembre y noviembre, para luego irse de nuevo”. Añade que “para recibir a los fieles difuntos, los españoles colocaban pequeños altares con pan de trigo, veladoras y lámparas de aceite para iluminar su camino, así como sal y agua para quitarles la sed durante su trayecto a casa. La idea de que los muertos están presentes en la vida de los vivos fue algo en lo que ambas culturas, indígenas y españoles, coincidieron.”
Este proceso de sincretismo cultural reinventó la celebración. Los evangelizadores aprovecharon la coincidencia de fechas para fusionar la creencia en el inframundo prehispánico con la doctrina cristiana de la vida después de la muerte. De esta manera, la fiesta se transformó en lo que conocemos hoy: un ritual donde se honra a los muertos a través de altares, con marcada influencia de los españoles. No se sabe con exactitud cuándo las familias mexicanas colocaron las ofrendas dentro de sus hogares, poniendo imágenes de santos en un primer nivel, en el segundo las fotos de sus familiares fallecidos y en un tercero, alimentos que les gustaban en vida. Además de los altares, se visitan los cementerios (panteones), donde no es raro encontrar un espectáculo musical. Se llevan flores (cempasúchil), y las comidas y bebidas preferidas como ofrendas a los difuntos.
Aunque el 1 y 2 de noviembre son las fechas principales, la tradición dicta que las almas comienzan a llegar mucho antes. Las fechas de la celebración se distribuyen de la siguiente manera. 28 de octubre: Se cree que en esta fecha llegan las almas de quienes fallecieron de forma trágica o violenta. 29 de octubre: Es el día en que visitan los altares aquellos que murieron por ahogamiento. 30 y 31 de octubre: En estos días, regresan los espíritus de los niños que murieron sin ser bautizados y los “angelitos” que no lograron crecer. 1 de noviembre: Conocido como el Día de Todos los Santos, está dedicado a los niños que fallecieron. 2 de noviembre: Este es el Día de los Fieles Difuntos, cuando nos visitan las almas de los adultos.
El altar de muertos, u ofrenda, es el corazón de la celebración. Es una muestra de amor y respeto hacia los difuntos. Son diez los elementos que componen el altar y cada uno tiene un significado especial y una función específica para el alma que regresa. El primero es el mantel blanco que simboliza la pureza del alma y la alegría para recibir a los difuntos. En segundo lugar, se colocan las fotografías de los difuntos que deseamos que regresen espiritualmente para compartir el momento. Tercero, el copal, sustituido por el incienso con la llegada de los españoles, se usa para limpiar el ambiente de malos espíritus y como guía olfativa para que las almas encuentren el camino a casa. El cuarto elemento es el papel picado —las tiras multicolores de papel que se cuelgan— con figuras de calaveras y flores, especialmente en naranja, morado y negro, que representan el aire y la fragilidad de la vida. El agua, símbolo de la pureza, es el quinto elemento y se ofrece para calmar la sed de los difuntos. Las velas y veladoras son el sexto elemento y sirven para guiar a las almas en su camino al regreso. La flor de cempasúchil, de un color naranja intenso y aroma particular, constituye el séptimo elemento que sirve de guía visual. El octavo componente son las comidas y bebidas favoritas del difunto. No pueden faltar las calaveras —hoy hechas de azúcar—, antes cráneos reales. Representan al difunto y la dulce aceptación de la muerte. Por último, se coloca “pan de muerto” con sus formas de “huesitos” y “llorones” que simbolizan el esqueleto de los difuntos.
El altar de muertos es una muestra de amor y respeto hacia quienes ya no están físicamente presentes
La esencia del Día de Muertos es la misma en todo el país, pero cada región tiene sus propias variaciones y rituales que enriquecen la celebración. Una de las más famosas es la que se celebra en la isla de Janitzio en el lago de Pátzcuaro en Michoacán. Sus habitantes, de origen purépecha, realizan una procesión de canoas adornadas con velas y flores de cempasúchil, creando una atmósfera mágica. Velan toda la noche en el cementerio. Esa es una de las escenas de la película “Coco”.
“La Catrina” (una figura de un esqueleto) es uno de los símbolos icónicos de esta celebración y el más representativo de México a nivel mundial. Fue creada por el grabador mexicano José Guadalupe Posada a principios del siglo XX como una crítica a la alta sociedad que despreciaba sus raíces indígenas para imitar la cultura europea. Simboliza que la muerte nos iguala a todos, independientemente del estatus social. Fue Diego Rivera, el inmortal muralista, quien la bautizó como “La Catrina” y la incluyó en su mural “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”, consolidando así su presencia en la cultura mexicana y su asociación con el Día de Muertos. Desde hace años son famosos los desfiles de Las Catrinas a través de toda la geografía nacional.
El Día de Muertos honra la memoria, la vida y los inquebrantables lazos generacionales, convirtiéndose en una poderosa manifestación de la cultura mexicana. Va más allá de los altares coloridos y las calaveritas de azúcar. Lleva a reflexionar sobre la muerte no como un final, sino como una etapa de un ciclo eterno, recordándonos que, mientras nuestros seres queridos vivan en nuestras memorias y corazones, nunca se habrán ido del todo. Es un puente entre el pasado y el presente, una fiesta que nos enseña a celebrar la vida a través de quienes ya no están físicamente con nosotros.
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