La adhesión de Martin Heidegger al nazismo tiene raíces anteriores a la llegada al poder de Hitler y por tanto el nuevo gobierno nacionalsocialista en 1933 lo designó rector de la Universidad de Friburgo. Es exagerado señalar de que el autor de Ser y Tiempo se movía en un círculo nacionalsocialista exclusivamente, basta señalar su cercanía con Husserl, Stein o Arendt, entre otros intelectuales judíos, que claramente estaban distantes de esa ideología de extrema derecha. No obstante, la influencia de Conrad Gröber, que fue claramente un cuadro nazi en el seno de los obispos alemanes, al menos durante los primeros años, es muy intensa en Heidegger.
Es innegable que Martín Heidegger fue nazi y posiblemente lo fuera hasta el 1945, de hecho, fue sometido a evaluación en la postguerra y apartado de la docencia por varios años precisamente por considerarse que era una mala influencia para la juventud alemana. Lo que está en duda es si su filosofía era nazi o contribuía a fortalecer ese régimen. En ese punto el debate está servido.
Para orientar el lector sugiero tres textos interesante para ahondar en ese tema: Alain Baidou y Bárbara Cassin publicaron la obra Heidegger: el nazismo, las mujeres y la filosofía; Emmanuel Faye con su texto Heidegger. La introducción del nazismo en la filosofía, que es un análisis de los seminarios impartidos por Heidegger entre el 1933 y el 1935; y Julio Quesada Martín que coordina una obra colectiva titulada Heidegger. La voz del nazismo y el final de la filosofía. Esta última obra recoge decenas de textos de autores de gran valía sobre el tema.
Reconozco que es en extremo complejo seccionar los compromisos políticos de una persona de sus horizontes teoréticos o simplemente ideológicos. Incluso podríamos llegar a niveles tan básicos como argumentar que en dicha afiliación tal o cual persona buscaba ventajas personales, seguir a su grupo más cercano o evitar un daño a sus seres queridos o a él mismo. En esos casos más que un convencimiento teórico nos topamos con formas diversas de adaptación y sobrevivencia, y falta de integridad personal.
Podemos también plantear el hecho de que una persona, con cierto grado de discernimiento intelectual, considere que cualquier reserva pretérita a una postura política que tuviera no estaba bien fundamentada y que la experiencia, la influencia de otros o su propia reflexión lo llevara a asumir una nueva postura. Las biografías de muchos hombres y mujeres que vivieron esos procesos son interesantes de auscultar en ese aspecto.
Con Heidegger nos enfrentamos a un caso de gran envergadura, es más que un simple ciudadano, mucho más que una persona medianamente educada, estamos hablando del filósofo más importante del siglo XX (reconocido en ese rango por muchos otros filósofos, incluso en las antípodas del nazismo) que se enrola rápidamente al tren gubernamental una vez Hitler toma el poder y toma distancia radical con el círculo de colegas que eran judíos o contrarios al nazismo. Por eso hay un esfuerzo de ver reflejado en su obra filosófica las justificaciones del nazismo o descubrir rasgos de oportunismo en su adhesión al nacionalsocialismo.
Existe un autor latinoamericano, que vivió y desarrolló su vida profesional en Canadá, llamado Mario Bunge, que hunde profundamente el cuchillo intelectual de su postura materialista y defensor del realismo científico en las ciencias sociales y la filosofía. Heidegger será uno de sus blancos preferidos a la hora de devastar toda la filosofía que no se ajusta a sus posiciones. De él emitirá juicios tan duros como este: “…ese delincuente cultural (…) no fue un filósofo propiamente dicho sino un escribidor, para emplear el término acuñado por Vargas Llosa”. La filiación de Bunge y Vargas Llosa en temas políticos es digna de analizarse, pero aquí lo importante es que para Bunge el filósofo alemán ni siquiera cae en la categoría de pensador de última categoría… ¡Es un delincuente cultural!
El centro de su crítica a Heidegger y el resto de la filosofía continental se resumen en: “La claridad es condición necesaria de la filosofía auténtica, porque sin claridad no se sabe de qué se está hablando ni qué razones hay para afirmar o rechazar una tesis. Ahora bien, la característica más obvia del existencialismo es su falta de claridad”. Y no se refiere a la densidad del lenguaje alemán que utilizan autores como Kant, Hegel y Heidegger, sino lo que Bunge entiende como falta de claridad conceptual, que en su caso únicamente lo suministra la ciencia.
Lo curioso es que al denostar a Heidegger lo salva de la acusación de nazi. “…suele creerse que Heidegger fue un filósofo nazi. Esta creencia es falsa. (…) porque el existencialismo no servía a la causa nazi, ya que no era heroico sino quejumbroso y necrófilo”.
Bunge sí señala que Heidegger y los nazis compartían una gran admiración por Nietzsche: “Los fascistas de todos los colores pretendían amaestrar a héroes, a superhombres gratos a Nietzsche, no a quejosos paralizados por el miedo a la muerte. Y el existencialismo es una seudofilosofía para cobardes giles, no para héroes piolas. No en vano, el seudofilósofo favorito de Hitler (y de Heidegger) fue el protofascista Nietzsche, quien exaltó la vida peligrosa, el heroísmo, la violencia y en particular la guerra”.
Para Bunge sí hay un detalle que vincula filosóficamente a Heidegger -y hasta Husserl- con el nazismo. “Es verdad que el existencialismo y su progenitora, la fenomenología, sirve al fascismo en que, al preconizar la superioridad de la intuición sobre la razón, y al rechazar la ciencia, desarman la independencia de juicio y con ello contribuyen a formar súbditos crédulos, ignorantes y dóciles”. En síntesis, ni la filosofía heideggeriana es tan nazi como muchos suponen, pero tampoco es tan inocua al abrazar la intuición y rechazar la ciencia. ¿No es lo que está ocurriendo ahora con los propagandistas de la extrema derecha?
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