Por oposición de los comunitarios, el Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo (ahora Hacienda y Economía) y la alcaldía del municipio cabecera Pedernales desistieron del propósito de intervenir la simbólica calle Juan López del municipio cabecera Pedernales para convertirla en “un espacio de paz”, que, según su criterio, sería lugar ideal de encuentro para adultos y jóvenes con quioscos y áreas de juegos.
El arquitecto Eric Dorrejo, titular de la Dirección de Políticas de Desarrollo de la Región Fronteriza de la institución, llamó para informar que una consulta sometida a los residentes había determinado el rechazo unánime a la iniciativa y, por tanto, las autoridades acataban esa voluntad, aunque les hubiese gustado una propuesta alternativa. Ocurrió hace un año.
Fue lo mejor que pudo pasar. El riesgo de anarquización era muy alto, si se miran los antecedentes.
La pretensión sobre el aprovechamiento de la anchura de la vía que lleva el nombre de la sabana donde se creó el pueblo en 1927 (cinco autos paralelos en sus 700 metros), partía de un levantamiento hecho para la tesis por estudiantes estadounidenses de la Universidad de Pensilvania, Filadelfia, en el marco del Programa Interuniversitario para el Desarrollo Urbano de la Frontera. Y encajaba en el afán de construir atractivos en el marco del proyecto de desarrollo turístico.
Pese a que el desenlace no tuvo trascendencia mediática (carecía de morbo y otros ingredientes de sensacionalismo), representa una emulable muestra de referencia nacional que entraña la necesidad ineludible del diagnóstico real como punto de partida para la realización de cualquier proyecto social.
Pero también como ejemplo de escucha del reclamo comunitario por parte del ministerio dueño de la idea, en tanto es una práctica muy inusual en muchos funcionarios con pieles ultrasensibles ante las críticas periodísticas aun constructivas, dada la borrachera que da el poder y su predilección por las loas pagadas.
Por el camino que vamos con el uso del suelo, terminaremos en el despeñadero, y sin reversa, salvo que queramos cohabitar con el caos.
En estos tiempos, irse a contracorriente de los intereses de las comunidades por satisfacer objetivos políticos, empresariales y gubernamentales resulta, a la corta o a la larga, un pasaporte al fracaso, por más poder que se ostente.
Mucho más en una provincia objeto de un proyecto de construcción de destino de turismo sostenible en que la voz y la participación comunitaria —conforme a todas las teorías— son fundamentales.
Lo más fácil para un funcionario cuando las comunidades demandan respeto a los derechos fundamentales es exhibir, con el pecho abierto, su arrogancia e imponerse a golpe de su poder efímero y peroratas mediáticas de áulicos. Es una maña vieja.
Este país, con ínfulas de democrático, está plagado de sujetos idealizados como reyes o caciques con licencia para todo, en lo público y en lo privado, sin importar tipos penales ni auditoría visual que desenmascare sus tropelías.
En cuanto al proyecto en cuestión, en el mismo Mepyd hicimos las observaciones pertinentes de buena fe el día que los arquitectos presentaron a representantes de la Asociación de Pedernalenses Ausentes (Aspa) y otros actores locales invitados para ver las láminas y escuchar los argumentos respecto de las perspectivas de la vía, si era intervenida. Sugerimos consultar a los comunitarios porque serían los destinatarios del proyecto.
Al enterarse, los pueblerinos que residen en las dos hileras de casas y conocen la historia local se llenaron de espanto y advirtieron sobre altos riesgos de anarquización, como ha ocurrido en la zona céntrica y el área del maleconcito. Consultados luego, rechazaron de plano el proyecto.
La calle Juan López sigue siendo un relativo oasis que evoca la paz de los viejos tiempos. Y si el Gobierno quiere ponerla en valor, lo primero que debería hacer es diseñar un proyecto cuya primera actividad sea demoler, antes que suceda una tragedia, las casas edificadas por el gobierno de Trujillo y entregadas a fundadores en la inauguración de la provincia, el 1 de abril de 1958, y en los solares construir otras nuevas. De paso, hacer lo propio con el edificio de oficinas públicas (Braulio Méndez con Juan López), que se cae a pedazos y es una afrenta.
Al menos en esta ocasión, la vía icónica se salvó. Pero eso no significa que ese y otros espacios públicos (y hasta privados) hayan quedado libres de otros intentos a futuro para lograr “readecuaciones” que las autoridades entiendan que sintonicen con la coyuntura turística, aunque choquen con la vida comunitaria.
Y ante esa posibilidad, el liderazgo social debe prepararse.
Frente al potencial boom turístico, los dos municipios (Pedernales y Oviedo) deberían articular urgente un plan maestro (master plan, si se siente avergonzado del español y quiere amanerarse para aparentar científico) que sirva de matriz a cada intervención en el territorio.
Necesitamos diagnosticar con rigor la realidad de la provincia. Saber de dónde. Venimos, qué somos y qué pretendemos ser. Plasmar qué haremos con el territorio, qué hacer en cada lugar y establecer claramente las prioridades del colectivo, con el ser humano y la preservación celosa de nuestros recursos naturales.
Hay que sentarse para pensar y crear los documentos necesarios que sirvan de guía a nuestro accionar y para evaluar a posteriori su cumplimiento. No tenemos derecho a edificar un callejón sin salida a las actuales y siguientes generaciones.
El destino Cabo Rojo se construye con base en un “master plan” diseñado por la anterior gestión de gobierno y actualizado por la presente. En el municipio Pedernales, Turismo coordinó y realizó con la alcaldía un plan de ordenamiento turístico territorial municipal (POTT-Zona urbana). Pero no basta.
Por el camino que vamos con el uso del suelo, terminaremos en el despeñadero, y sin reversa, salvo que queramos cohabitar con el caos.
Nada simpático cae plantearlo en un momento como el presente, signado por emociones exacerbadas, fanatismo rampante e ignorancia en muchas personas azuzadas por funcionarios y otros políticos engreídos, que, en labor eterna de propaganda de la vieja, cantaletean sin cesar, por todos los medios, que a los pedernalenses, por fin, nos han sacado de la aldea con taparrabos a vestir en lana, tweed, seda, lino y denim.
Contradecir esa falacia macabra en la actual circunstancia es una herejía para la masa anestesiada. Mañana, tal vez, no. Será tarde.
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