
En estas páginas, testigo de la historia dominicana, hemos abordado innumerables desafíos que marcan el pulso de nuestra nación. Hoy, sin embargo, nuestra pluma se detiene en un tema que, más allá de la política o la economía, toca la fibra más sensible de nuestra existencia: la salud. Específicamente, la precaria situación de nuestro Servicio Primario de Salud, un pilar que, lejos de sostener, parece resquebrajarse bajo el peso de la indiferencia y la ineficiencia.
Imaginen por un momento un árbol frondoso, cuyas raíces son la atención primaria. Si esas raíces no reciben los nutrientes necesarios, si el suelo es árido y la luz escasa, ¿qué destino le espera al follaje? Nuestro sistema de salud, en su nivel más básico, se asemeja a este árbol. Es la primera línea de defensa, el punto de encuentro inicial entre el ciudadano y el cuidado de su bienestar. Su buen funcionamiento no es un lujo, sino una necesidad imperante para cada dominicano, una garantía de una vida digna y productiva.
Las deficiencias son palpables, casi dolorosas. La escasez de insumos es una constante que humilla al paciente y al profesional de la salud. ¿Cómo se puede ofrecer una atención de calidad sin medicamentos esenciales, sin equipos médicos funcionales o sin los suministros básicos? Es como pedirle a un sastre que confeccione un traje elegante sin aguja ni hilo; una tarea imposible y frustrante que pone en riesgo la salud y, a menudo, la vida de quienes acuden en busca de auxilio.
Nuestras infraestructuras de salud primaria, en muchos casos, evocan una postal de abandono. Edificios con grietas, filtraciones, equipos obsoletos o dañados que languidecen en un rincón por la falta de mantenimiento y reparación. Es una paradoja cruel: contamos con el personal, con la vocación, pero carecemos de los espacios adecuados y las herramientas básicas para que puedan ejercer su noble labor.
Y precisamente, hablemos de ese personal, de esos héroes anónimos que, a pesar de las adversidades, siguen en pie. La escasez de profesionales sanitarios capacitados es alarmante. Médicos, enfermeras, técnicos, sobrecargados, desmotivados y, en ocasiones, mal remunerados. Es una fuga constante de talento que empobrece aún más nuestro sistema. ¿Cómo podemos exigir excelencia si no invertimos en quienes la brindan?
Detrás de estas carencias, subyace una realidad aún más amarga: la deficiente financiación y la ineficiencia en la gestión de los recursos existentes. Si la salud es un derecho fundamental, ¿por qué nuestro presupuesto no lo refleja? Mientras la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que los países destinen al menos un 6% de su Producto Interno Bruto (PIB) a la salud, República Dominicana invierte, en promedio, apenas un magro 2.7%. Comparemos esto con nuestros vecinos de Centroamérica y el Caribe, economías de similar envergadura y desafíos: países como Costa Rica o Cuba, por ejemplo, superan consistentemente nuestras cifras de inversión en salud, lo que se traduce en una mayor cobertura y calidad de sus servicios primarios. Es como intentar construir una casa con la mitad del cemento necesario; el resultado será una estructura débil y propensa a colapsar. Nosotros demandamos que se eleve esta inversión a, por lo menos, un 5% del PIB, como un primer paso vital hacia la recuperación.
Esta inversión insuficiente y su deficiente gestión tienen un impacto devastador: equipos dañados que no se reparan, falta de insumos que obliga a los pacientes a comprar lo básico, personal sobrecargado que apenas puede dar abasto y una infraestructura decadente que ahuyenta a quienes más la necesitan. El resultado para la población es una atención tardía, diagnósticos equivocados, un trato que a menudo carece de la empatía necesaria y, peor aún, una desinformación que perpetúa el ciclo de la enfermedad.
La raíz de esta ineficiencia yace también en la sombra de la corrupción y la falta de transparencia. Cada peso desviado, cada compra irregular, cada contrato amañado, es un medicamento menos, un equipo que no llega, una vida en riesgo. Es un cáncer que corroe la confianza de la ciudadanía y mina los esfuerzos por construir un sistema de salud robusto y equitativo.
La solución no es una quimera, pero requiere de una voluntad política inquebrantable y de la participación de todos. Necesitamos una inversión real y sostenida en la infraestructura y los recursos humanos de nuestros centros de salud primaria. Es imperativo mejorar la gestión de los recursos, implementando auditorías rigurosas y promoviendo una transparencia total en cada nivel del sistema. La corrupción no puede seguir siendo un freno para el bienestar de nuestra gente.
Asimismo, debemos enfocarnos en programas de capacitación y retención de personal sanitario. Atraer a los mejores talentos y brindarles las condiciones necesarias para que desarrollen su carrera en el país es fundamental. Fortalecer la coordinación entre los diferentes niveles de atención médica, desde los centros primarios hasta los hospitales especializados, y los servicios de salud pública, garantizará una atención integral y continua.
Es el momento de actuar. Abordar estos desafíos no es una opción, es una obligación moral y social. Solo así podremos garantizar que los servicios de salud primaria en la República Dominicana sean verdaderamente accesibles, de alta calidad y estén al servicio de toda la población, sin distingos de clase o ubicación geográfica. Nuestro futuro como nación sana y próspera depende de ello. La pluma de la historia nos juzgará.
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