Con la visita al país de Irene Vallejo (El infinito en un junco, 2019) colectivamente hemos vuelto los ojos hacia la lectura.  No sé cómo me pasó, pero celebré 57 años de vida y no había leído a ese clásico que es Benito Pérez Galdós.  En el bachillerato nos pusieron a leer “sobre él”, pero no nos obligaron a leerlo directamente. Extractos o versiones escolares del Cid, del Quijote y de “La vida es sueño” sí, pero ya para obras del siglo XIX nos dejaban elegir una pieza latinoamericana y yo elegí “María”, de Jorge Isaacs. Una pena. Este hubiera resultado preferible.

Por alguna razón aquí ese autor no es muy popular y eso que Joaquín Balaguer, un hombre que influyó tanto en la lectura de los dominicanos, era tan admirador de él que, el título de su autobiografía es una referencia a una de las novelas de Galdós (“Memoria de un cortesano de 1815”).

Portada del libro Memorias de un cortesano de 1815

El asunto es que, por primera vez en la vida, gracias a mi grupo de lectura, empecé a leerlo y quedé encantada.  Eso sí, para llegar a cubrir a tiempo el libro “Jacinta y Fortunata”, tuve que emplear tres medios (libro físico, audiolibro y miniserie). Reconozco que en cada uno de los tres formatos fue muy buena. Con otro libro famoso, la “Divina Comedia”, también había leído y escuchado a la vez, pero este fue mucho más uniforme.  Las traducciones de la Divina Comedia son muy disímiles y solo fue cuando íbamos por el paraíso que tuve acceso a una buena traducción y la diferencia fue tan notable que me dio pena por todo lo que había consumido anteriormente.

Recurrí al audiolibro para hacer uso eficaz de los embotellamientos. Encontré a un muy buen lector. Los cubanos también hicieron una radionovela, pero esa no la conozco. Me impactó que la Cuba comunista abordara un clásico de la literatura española. Ya sé, el tema tiene mucho del rescate de la dignidad de los pobres y denuncia de los males derivados de las diferencias de clases, pero fue significativo ver cómo ellos se apropian y toman en serio un material relativamente lejano en el tiempo y en el espacio.

A la miniserie española que se hizo en el año 1980 solo le critico el tono verdoso en casi todas las tomas. ¡Dios mío! ¡Qué obsesión! Quizás es así como el director, Mario Camus, imagina el pasado. A mí me parecía irreal. Tampoco estoy segurísima de la verosimilitud del vestuario (que según leí es apropiada) y abundan los planos cerrados para abaratar costos de producción (hoy, con inteligencia artificial, se podrían lograr unas panorámicas para diversificar las tomas), pero los diálogos son sumamente fieles a lo que escuché en el audiolibro. Eso sí, son incompletos, porque el audiolibro toma 40 horas escucharlo y la miniserie, que es fiel, se salta todas las descripciones y llega solo a diez.   Ambas tienen mucho cuido en las formas, porque audiolibro y miniserie utilizaron una misma excelente banda sonora de la miniserie. Los actores son excelentes. Sobre todo, los que interpretan a Maximiliano Rubín y a su tía.  Algo bueno de verlo en versión miniserie fue que entendí de dónde viene el talento de Delia Fiallo y todos los demás guionistas de las telenovelas que se han producido en esta parte del mundo.  Por cierto, ahí les dejo a un profesor de idiomas ruso que vive en Colombia y que hace un análisis muy pertinente sobre el lenguaje de este continente.

Una vez me pasó algo como lo que él dice en el corto. Acompañé a una tía decoradora a analizar un comedor cuya dueña, una peruana que tenía familia japonesa, quería remodelarlo y estaba pidiendo asesoría. Yo vi en ese espacio cómo convivían varias influencias culturales: un aparador del siglo XVI que parecía sacado de algún pueblo de España. En ese mueble había colocados adornos orientales y en las paredes había un cuadro de un flamboyán dominicano, que para eso ella estaba aquí.  Como se ve por la variedad temática, con razón le tenía que pedir a terceras personas que la ayudaran a armonizar todos esos elementos.

Volviendo al libro, me sorprendí de haber reconocido tantos usos de nuestro hablar que yo tomaba como dominicanismos y que resulta que son más universales. Justo es reconocer que el hombre vivió los primeros dieciocho años de su vida en las Islas Canarias, así que tal vez por eso me suena tan familiar.  Los dominicanos no conocemos mucho de él, pero por lo visto, sí que tenemos mucho en común con él.

Jeanne Marion Landais

psicóloga y escritora

Jeanne Marion-Landais cuenta con una experiencia profesional importante en el mundo financiero y diplomático. Ha vivido en Estados Unidos, Francia y República Dominicana y su mirada al mundo está permeada por sus vivencias en estos países. A título voluntario colabora desde el 2014 con El Arca, asociación en torno a la discapacidad intelectual. Es madre de dos hijos.

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