TEL AVIV – El gobierno de Israel decidió la semana pasada ampliar su ofensiva militar contra Hamas -un esfuerzo que, según señala, puede incluir la “toma” de Gaza-. Es un plan brutal, concebido con plena conciencia de sus resultados seguros, incluida la pérdida de los rehenes israelíes que permanecen en los túneles de Hamas, la profundización de la catástrofe humanitaria a la que se enfrentan dos millones de civiles palestinos indefensos y la eliminación -en lugar de la resolución- del conflicto palestino-israelí. Pero hay algo que el primer ministro Benjamin Netanyahu no anticipó: la fractura de su relación con el presidente estadounidense, Donald Trump.
Con su decisión de arrastrar a un pueblo y a un ejército israelíes exhaustos a la ocupación indefinida de Gaza, Netanyahu está sacrificando intereses estratégicos israelíes que son vitales, entre ellos la normalización entre Israel y Arabia Saudita que parecía muy probable hace tan solo unos años, como parte de una gran estrategia estadounidense para Oriente Medio. Eso le parece bien a Netanyahu, a quien en última instancia solo le importa una cosa: garantizar la supervivencia de su gobierno.
Durante mucho tiempo, Netanyahu consideró a Trump como el presidente estadounidense de sus sueños, que eliminaría cualquier distanciamiento entre Israel y Estados Unidos, fortaleciendo su control del poder. Pero a pesar de su imprevisibilidad, Trump se ha mantenido firme en su propósito de poner fin a la era de los enredos militares estadounidenses en Oriente Medio. Y nadie -ni siquiera un aliado cercano- puede obligar a Trump a hacer algo que no quiere hacer.
Trump no hará nada para impedir que Israel prosiga su guerra eterna en Gaza, siempre que no comprometa los intereses estadounidenses. (Como fiel amigo de Israel, el expresidente Joe Biden podría haber intentado salvar al país de sí mismo). Pero Trump tampoco permitirá que Estados Unidos se vea arrastrado a esta estrategia.
Trump también se ha alejado de Netanyahu con respecto a Irán. Netanyahu persuadió a Trump para que se retirara en 2018 del Plan de Acción Integral Conjunto, el acuerdo nuclear que Irán, Estados Unidos y otras potencias mundiales habían concluido tres años antes. Pero tan pronto como Trump abandonó el PAIC, la carrera de Irán hacia la bomba atómica se reanudó y, al regresar a la Casa Blanca, se enfrentó a un adversario estadounidense que se acerca rápidamente al estatus de potencia nuclear. Netanyahu esperaba la luz verde, que creía inminente, de Estados Unidos para atacar las instalaciones nucleares de Irán. En lugar de ello, Trump inició negociaciones con la República Islámica.
Para Trump, lograr un acuerdo rápido que pueda pregonar como una gran victoria siempre importa más que la sustancia del acuerdo. Pero seguramente se siente presionado para conseguir mejores condiciones de las que consiguió su rival político, el expresidente Barack Obama, en 2015. Con ese fin, Trump está dispuesto a utilizar la amenaza militar israelí como palanca en las conversaciones -la perspectiva de una ofensiva militar estadounidense contra Irán es menos creíble-, pero no atará su destino político a la visión del mundo de Netanyahu y sus aliados teócratas fascistas.
Y luego está la gestión de Trump de los hutíes, la representación de Irán en Yemen. A pesar del éxito de Israel a la hora de erosionar el círculo de representantes iraníes que lo rodea, los hutíes han demostrado ser indomables, lanzando repetidamente misiles balísticos contra Israel. A principios de este mes, uno de estos misiles, suministrado por Irán, impactó en el principal aeropuerto de Israel, lo que provocó la suspensión de vuelos de la mayoría de las aerolíneas internacionales.
Estados Unidos estaba firmemente del lado de Israel en la confrontación con los hutíes, e incluso llevó a cabo sus propios ataques aéreos contra posiciones vinculadas a ellos en Yemen en respuesta a los intentos del grupo de interrumpir el tráfico en el Mar Rojo. Entonces, la administración Trump anunció abruptamente un acuerdo de alto el fuego: los hutíes dejarían de atacar buques en el Mar Rojo a cambio del cese de los ataques estadounidenses. Las autoridades israelíes quedaron “completamente conmocionadas”.
La semana pasada, Trump emprendió una gran gira por Oriente Medio, pero Israel no estaba en su itinerario. Este viaje se centró en el comercio y la inversión -y, como de costumbre, en oportunidades de hacer dinero para él, su familia y sus amigos-. Se firmaron acuerdos que garantizan lo que, según la Casa Blanca, son “más de dos billones” de dólares de inversión saudita, qatarí y emiratí en Estados Unidos y compras de armamento avanzado norteamericano. Asimismo, es posible que Estados Unidos acepte ayudar a Arabia Saudita a desarrollar el programa comercial de energía nuclear que codicia desde hace tiempo (y que podría servir como primer paso hacia el desarrollo de armas nucleares).
Hasta ahora, el entendimiento duradero de Israel con las anteriores administraciones estadounidenses “no ha supuesto ninguna sorpresa” en materia de seguridad nacional, y representa un compromiso férreo por parte de Estados Unidos de garantizar la superioridad militar de Israel en la región. Las acciones de Trump en Irán y sus acuerdos armamentísticos con los estados del Golfo marcan una ruptura drástica con este statu quo. Israel no fue consultado, y es inconcebible que su ventaja militar pueda mantenerse si se materializan esos acuerdos armamentísticos masivos. Israel ha sido durante mucho tiempo el pilar central de la política exterior estadounidense en Oriente Medio. Ahora lo es el príncipe heredero saudita, Mohammed bin Salman. Todo el “mérito” de este cambio histórico es de Netanyahu.
Bajo la administración Biden, se suponía que dichos acuerdos estarían vinculados a un gran plan estratégico que incluía la normalización de las relaciones entre Arabia Saudita e Israel y el establecimiento de una alianza similar a la OTAN en Oriente Medio, centrada en un Israel comprometido con algún tipo de estado palestino. Un acuerdo de esas características podría obtener un amplio apoyo en el Congreso estadounidense y allanar el camino para un tratado de defensa con Arabia Saudita.
Sin embargo, es casi seguro que un acuerdo semejante le costaría a Netanyahu el apoyo de los elementos más extremistas de su coalición. Como esa no es una opción para Netanyahu, Trump sigue adelante sin él. Hay demasiado dinero en el Golfo para que Trump se preocupe por la política interna de Israel.
Ni Trump ni los monarcas y emires del Golfo quieren guerras, ni siquiera con Irán. Los líderes de Oriente Medio, incluido el excomandante de Al Qaeda y presidente de Siria, Ahmed al-Sharaa, con quien Trump se reunió en este viaje, quieren desarrollo económico, no conflictos. Ellos tampoco tienen paciencia con un primer ministro israelí que solo ve amenazas donde ellos ven oportunidades.
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