Ayer se celebró el Día Internacional de la Mujer en diferentes países del mundo. Esta fiesta tiene una resonancia particular en cada contexto, por la incidencia de las prácticas culturales autóctonas; y por el momento histórico que vive cada región y cada grupo humano. El hecho que dio origen al Día Internacional de la Mujer se subraya poco. Parecería que corre el peligro de ser desvirtuado en las redes sociales; y, también, por expresiones cercanas a la superficialidad. Se necesita un replanteamiento del giro que se le está dando a esta conmemoración. Es importante, también, una revisión de la disposición que declara uno de los 365 días del año dedicado a la mujer. Parece un sinsentido, puesto que, en los 364 días restantes, la mujer permanece invisible.
Soy de las personas que piensan que todos los días son de las mujeres y de los hombres. Acentuar las maravillas que somos tiene que hacerse todos los días. Con esta postura, lo que interesa es subrayar que la mujer no se agota el 8 de marzo y que sus aportaciones se constatan en la vida cotidiana. Las condiciones en las que viven las mujeres no siempre responden a los rasgos que se pintan el 8 de marzo de cada año. Por tal motivo, se ha de avanzar para que la vida diaria de las mujeres evidencie un trato justo, un trabajo digno, derechos reconocidos y respetados. De igual modo, se han de visualizar, en la cotidianidad, políticas públicas y sociales que les permitan a las mujeres y a los hombres vivir en condiciones más humanas y más dignas.
Insisto en que todos los días son de las mujeres y de los hombres, por los riesgos que suponen la afirmación y la separación de las mujeres por un lado y los hombres por otro. Por el contrario, se ha subrayar todo aquello que compromete a las mujeres y a los hombres a caminar juntos, a trabajar en una misma dirección para que sus derechos pasen de las nubes a la realidad y para que no se multipliquen las injusticias del 8 de marzo de 1908. Estas injusticias hoy se repiten de mil formas, pero se quieren invisibilizar con elogios y consignas que no provocan leyes y políticas que transformen, sustantivamente, la situación de inequidad que afecta a las mujeres.
Todos los días son de las mujeres y de los hombres para luchar juntos por el cambio de realidades que minimizan a la mujer como ser humano y como actor social importante. Si esta lucha se mantiene en el tiempo, los logros serán visibles; y, tanto las mujeres como los hombres, se asumirán como constructores de espacios y de oportunidades que se convierten en baluartes de inclusión, justicia e igualdad. No se pueden negar las conquistas, los avances que han experimentados las mujeres. No se puede negar, tampoco, el atraso que arrastra, todavía, por la vigencia de sistemas y políticas que la tratan como menor de edad en la sociedad, que la reducen a un objeto, a un ser humano dependiente de los hombres, especialmente en las iglesias, en los partidos políticos y en el campo laboral.
Esta realidad ha de fortalecer la organización y el trabajo conjunto de mujeres y hombres para que haya un cambio radical en la actuación de los gobiernos y de las instituciones. La cuestión no es aumentar las quejas por la carencia de derechos que les son propios. Lo que se ha de esperar, cada 8 de marzo, es la puesta en evidencia de los pasos de avance en la transformación de situaciones enajenantes y discriminatorias de mujeres y hombres en la sociedad. Lo que se ha de celebrar y alentar es la unión entre las mujeres para hacer que se acepten y se respeten sus derechos. Pero, esto han de hacerlo, desde un trabajo articulado con los hombres. No es necesario distanciarse para responder a una causa que afecta a todos. El 8 de marzo no se puede banalizar; tampoco se puede llenar de loores a la mujer, mientras en la cotidianidad está en la cola de los salarios, de la participación política, de la participación eclesial y del campo de las ciencias.
Mujeres y hombres han de trabajar juntos para que las condiciones estructurales que los afectan cambien en la práctica y les ofrezcan un presente-futuro más justo y promisorio.
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