El despacho ubicado en el piso 12 del Banco Central, al sureste de los elevadores (vista directa al Palacio Nacional, al cielo franco, al mar y su tímido oleaje), tiene como doce metros por cada lado; y una alfombra gruesísima; y unos sillones como para quedarse toda la vida; y una paz que nunca es rota por ningún fantasma monetarista; y allí se habla en voz baja y se piensa en voz alta, y el café siempre está presto a la hora convenida, y no hay otra soledad que valga tanto… (La única desventaja, que a veces hace un poco pesado el salario, es que ya en ese despacho no cabe ningún sueño, por más que antes lo hayas soñado).
Soy periodista con licenciatura, maestría y doctorado en unos 17 periódicos de México y Santo Domingo, buen sonero e hijo adoptivo de Toña la Negra. He sido delivery de panadería y farmacia, panadero, vendedor de friquitaquis en el Quisqueya, peón de Obras Públicas, torturador especializado en recitar a Buesa, fabricante clandestino de crema envejeciente y vendedor de libros que nadie compró. Amo a las mujeres de Goya y Cezanne. Cuento granitos de arena sin acelerarme con los espejismos y guardo las vías de un ferrocarril imaginario que siempre está por partir. Soy un soñador incurable.