En el mundo de las comunicaciones por radio, pocas discusiones generan tanta pasión como la que enfrenta a los operadores de la Banda Ciudadana —conocidos popularmente como “oncemetristas”— con los radioaficionados tradicionales.
¿Puede alguien que opera en los 27 MHz sin licencia ni examen técnico ser considerado parte del mundo del radioaficionado? La respuesta, como suele ocurrir, no es tan simple.
Desde el punto de vista legal, la diferencia es clara: la Banda Ciudadana (CB) no está regulada, sin acreditación de requerimientos técnicos ni licencias en la mayoría de los países. En cambio, la radioafición exige un proceso de certificación, conocimiento técnico, y el acceso a bandas y modos avanzados. Esa distinción formal basta para muchos: si no tienes indicativo oficial, no eres radioaficionado.
Según el Reglamento de Radiocomunicaciones de la República Dominicana, aprobado mediante Resolución No. 129-23 del Instituto Dominicano de las Telecomunicaciones (INDOTEL), el Radioaficionado está definido como la “persona debidamente autorizada por el Instituto Dominicano de las Telecomunicaciones (INDOTEL), que se interese en la radiotécnica con carácter exclusivamente personal, sin fines de lucro y que realiza con su estación actividades de instrucción, de intercomunicación y estudios técnicos.”
Esta definición subraya 3 elementos que la tipifican: autorización, interés técnico y propósito no comercial. De ahí que, jurídicamente y en una interpretación taxativa del texto, un operador de CB sin licencia no puede ser considerado radioaficionado bajo esta normativa.
Pero hay otra perspectiva, menos rígida y quizás más humana. En la práctica, muchos operadores de CB experimentan con antenas, entienden la propagación de ondas, aportan en emergencias y viven con pasión el arte de comunicar por radio. Algunos incluso dominan la banda de 11 metros con más conocimiento práctico que otros con licencia en mano.
La experiencia demuestra que no es raro encontrar radioaficionados que comenzaron su camino en la Banda Ciudadana. Esta experiencia inicial, desprovista de burocracia, les permitió descubrir la magia de las ondas y, con el tiempo, formalizar su entrada al mundo del radioaficionado. La CB, lejos de ser un terreno marginal, ha sido una verdadera escuela para miles.
La respuesta tal vez no esté en la definición legal, sino en la actitud. Ser radioaficionado es, ante todo, una forma de acercarse al conocimiento, de experimentar con ética, de comunicarse con propósito. Bajo esa luz, muchos “oncemetristas” son, sin duda, colegas del mismo espíritu, aunque aún no lo sean por reglamento.
El reto para la comunidad de radioaficionados no debería ser trazar líneas divisorias, sino construir puentes. Fomentar que los operadores de CB se formen, se licencien y se integren plenamente al mundo del radioaficionado es una misión más constructiva que la exclusión.
Porque al final, lo que importa no es en qué banda hablas, sino cómo la usas y qué estás dispuesto a aprender con ella.
Y ustedes, queridos lectores, ¿tienen una postura particular sobre este debate?
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