Con Gaza y Beirut en el corazón
Se necesita silencio y sosiego. Mucha calma. Dejemos de dar pautas y simplemente acompañemos en el dolor. Los rituales nos calman en medio de la montaña rusa emocional que supone la pérdida. La gestión del trauma, tanto individual como colectivo, es compleja, confusa y dolorosa. No necesita teorías ni conceptos impuestos desde fuera, como si fuésemos los dueños del saber.
En los primeros momentos, cuando todo duele, la capa más externa de la “cebolla social” está lesionada y en esta fase de impacto la incomprensión se mezcla con la rabia. Son sentimientos intensos, impulsivos e irreflexivos. No comprender un hecho doloroso genera un sufrimiento psíquico que es de lo más desgarrador que podemos experimentar. Es devastador… y contagioso. El dolor y la rabia fácilmente se transforman en odio y este no beneficia a nadie.
La cultura mediática actual es una de las más tóxicas: se propaga a una velocidad vertiginosa, llevando consigo exageraciones, mentiras, crispación… los ingredientes perfectos para generar caos.
El malestar colectivo es fácilmente manipulable. En medio del dolor aparecen figuras disfrazadas de salvadores. Generan confianza y, una vez dentro, se instalan. No quieren salvar a nadie más que a sí mismos. Incluso del sufrimiento se hace negocio: el negocio del caos, el negocio del dolor.
Distinguir la verdad de la mentira ya era difícil antes; en estos momentos lo es mucho más. Vivimos días incendiarios. A veces parece imposible sostener una conversación serena. La necesidad de tener razón, la polarización extrema… todo nos ahoga en un mar de expertos improvisados, de supuestos especialistas en todo. Pero también, sembradores de caos y malestar.
El dolor colectivo es frágil. Necesita explicaciones sensatas, consuelo, acompañamiento. Sobre todo, necesita sosiego y calma para poder ser aceptado.
No dejemos que el caos se apodere de nuestras vidas. Necesitamos menos opinadores y más prudencia… y conocimiento. Menos bombardeo conceptual y más presencia empática. Cada dolor requiere intimidad para ser comprendido, procesado y, si es posible, sanado. El dolor ajeno no debe ser un espectáculo.
Calma. Dejemos que el tiempo, como un bálsamo, nos traiga el sosiego y la paz que necesitamos para tomar decisiones con serenidad.
Compartir esta nota