Con Gaza en el corazón por el fin del Genocidio del pueblo Palestino.
El otro día, un hombre de 58 años se precipitó repentinamente desde el séptimo piso de su edificio. Nadie notó nada: ni los vecinos, ni sus familiares, ni sus amigos, ni siquiera sus hijos. Ese es el drama de los trastornos psíquicos ocultos.
Parecía estar bien. No lo estaba. En su interior habitaba un tormento silencioso que no le permitía seguir viviendo… hasta el punto de no querer continuar con su vida. Es una gran tragedia para quienes sobreviven tener que enfrentarse al hecho de que no se dieron cuenta de su sufrimiento, de su desesperación. Como si se tratara de una epidemia, la culpa se apodera de quienes quedan, dejando un rastro profundo de dolor.
No somos capaces de identificar los signos y los síntomas cotidianos que muchas veces se ocultan por vergüenza o por la incapacidad de expresarlos. Esa misma incapacidad (o incluso la falta de conciencia sobre la enfermedad) suele formar parte del cuadro clínico de los trastornos mentales. Aún falta mucha divulgación, comprensión y educación al respecto. Y los sistemas sanitarios todavía no logran anticiparse a este tipo de hechos tan dramáticos.
Pero ¿qué sucede en el día a día? ¿Cuáles son los signos que deben identificarse? Por ejemplo, los cambios en el patrón de comportamiento, las conductas de riesgo, el aumento en el consumo de alcohol, el juego patológico, el aislamiento social, el deterioro en el autocuidado, la pérdida o el aumento significativo de peso, la falta de motivación, la disminución en la expresión emocional, la dificultad para comunicarse, el retraimiento… Todo ello puede pasar desapercibido, porque los signos suelen ser inespecíficos y silenciosos. Tan dramáticos como invisibles.
Las campañas de sensibilización en salud mental deberían ser constantes, enfocadas especialmente a grupos especialmente vulnerables, como los adolescentes y los adultos jóvenes.
Las cifras no mienten: el suicidio es una tragedia tan profunda que muchas familias nunca logran recuperarse del todo de esa dolorosa huella. Conocer es poder. Quien tiene el conocimiento y las herramientas adecuadas puede prevenir hechos que arrastran un dolor invisible y devastador.
Debemos abogar por sociedades más sanas, que prevengan las conductas de riesgo antes de que desemboquen en finales irreparables. Las campañas de sensibilización son eficaces, pedagógicas y salvan vidas. Es fundamental hacer un esfuerzo sostenido por la prevención, ya que esta no solo es crucial, sino que ahorra muchísimo sufrimiento.
Pensar que las personas víctimas de estos actos suelen ser jóvenes o se encuentran en plena edad laboral activa nos obliga a actuar con urgencia. La mejor curación es la prevención. Solo así construiremos sociedades más justas, empáticas y saludables.
La salud mental es un pilar fundamental del bienestar humano, pero muchas veces permanece en la sombra, ignorada o incomprendida. Cada día, miles de personas cargan con un sufrimiento silencioso que no siempre es visible para quienes los rodean. La apariencia de normalidad puede ser una máscara que esconde una profunda lucha interior.
El suicidio no ocurre de forma repentina, sino que es el desenlace de una cadena de señales que, si se identificaran a tiempo, podrían prevenirse. Los signos de alarma silenciosos son los cambios sutiles en el comportamiento, el aislamiento, la pérdida de interés en actividades cotidianas, las alteraciones en el sueño, el uso excesivo de sustancias como el alcohol, el consumo oculto de ansiolíticos sin vigilancia médica, el deterioro en el cuidado personal, estar más distraído de lo habitual con dificultad para realizar tareas cotidianas, un cambio de patrón de hábitos… Son solo algunas de las señales de alerta irrelevantes o que suelen pasar desapercibidas, pero que en contexto pueden ser elementos determinantes para prestar atención.
Es urgente reforzar la educación emocional y psicológica desde edades tempranas. Necesitamos construir entornos donde hablar de salud mental esté normalizado, sea parte de la salud básica.
Los sistemas de salud deben ser más proactivos, accesibles y humanos. La prevención es una herramienta poderosa: salva vidas, reduce el sufrimiento y fortalece el tejido social.
La responsabilidad es colectiva. Como sociedad, debemos dejar de mirar hacia otro lado. La empatía, la escucha activa y el conocimiento son claves para transformar el dolor invisible y los desenlaces dramáticos que tanto dolor dejan en los demás.
Invertir en salud mental no es un lujo, es una necesidad. Porque detrás de cada estadística hay una vida, una familia, una historia que merece ser contada… y salvada.
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