Uno es lo que lee ¿en la misma proporción de lo que piensa?, más bien, me atrevería a resaltar, que se es más lo que se lee que lo que se piensa. Con lo que se lee se cae en la retórica exterior, pero no pasa lo mismo con lo que se piensa. Si se entiende por “pensar” lo que cada quien hace de acuerdo a sus intereses; pero, casi sin buscar tener razón, leer influye sobre los sueños, más de lo que cualquiera se pueda imaginar y pensar. Leer no es tener muchos libros a mano, no sé si sucede con tener mucho o poco qué pensar.

Leer nos ayuda a crecer como las raíces del árbol, en el caso de un “orden”, ¿del pensar? Nadie está seguro de eso, pero vamos a darlo por sentado. La lectura “desordenada” también da un pensamiento de “orden” de acuerdo a la personalidad de cada lector.

¿Tiene el leer la misma carga para la futura personalidad que quien lee para soñar o pensar?   El tiempo tiene la última palabra.

En lo que concierne al libro, sin importar el tema y sus influencias, no hay peligro a la vista sino premoniciones. Lo que hay es imaginaciones homo loquax, locuaz, que nacen naufragadas y que permanentemente hay que estar lanzándoles salvavidas, lo que hace que recuerde a mi padre que decía, “Si hubiese tenido más libros que leer, hubiese bebido menos alcohol” y, ¿de los que leen mucho y consumen alcohol? La frase anterior es de humor, pero podría decirse respecto a otros hábitos, no hay que enumerarlos, que se les inculcan a los hijos, que son causas de otros males peores que los que lectura de un libro pueda hacerle a la “imaginación o al pensar”, es muy insignificante comparado con lo que le hacen al cuerpo. Don Quijote (heterónimo de Miguel de Cervantes Saavedra), el personaje más subversivo de la literatura española, comenzó a leer libros de caballería después de adulto, imagínense que hubiese comenzado desde niño.

Para leer en el momento justo de nuestro desarrollo “real e irreal” hay que tener libros disponibles y es lo que ha escaseado por siempre, y que no siempre los que aparecen, que se tienen a manos, son los mejores. Me refiero a los libros que se quedan sin naufragar en la memoria, de fundirse con el todo del ser.  Y, generalmente se comienza por los libros “malos” y cuando se encuentran los “buenos”, pasó el tiempo.

Descubrir nuestra vocación de lector y que a la vez desencadene en otra vocación es una cadena que, si se nace en ella, el valor a reconocérsele es incalculable por los años porvenir. Los hijos que nacen bajo el ala de una cantidad indeterminada de libros que tiene el nombre de Biblioteca, podrán iniciarse en la lectura de acuerdo a las iniciativas bien dirigidas de los padres, y que uno de ellos no considere como una pérdida de tiempo eso de tener los ojos metidos en una página. He visto cantidades de bibliotecas rodar porque uno de ellos consideraba inútil esa adicción. Viendo ese “hábito gustoso” como una pérdida de tiempo. De ahí que lo primero que se va en una casa para la basura, cuando desaparece el de la “adicción” a los libros, son estos últimos, porque no hay espacio, porque el susodicho, con esas apuestas al conocimiento, fue tirar el dinero.

Siempre se ha intentado regular el qué leer, tanto por la educación del sistema político imperante como la religión dominante, que se arroga el derecho de decirle al otro lo que debe leer. Siempre han existido juicios sumarios a los libros que no se deben leer porque “pervierten el espíritu” acompañados de los que se deben “leer”. A pesar de lo anterior, los libros cambian la visión del mundo interior de golpe. Se entrecruzan en la sangre, causan una conmoción para bien y ya no somos el mismo que antes de leer el libro. Una frase, un personaje, una descripción nos coloca a la orilla del abismo del cambio interior.

El poder más subversivo lo posee la lectura de novelas (Don Quijote y Madame Bovary) y poesías (Las flores del mal y Residencia en la tierra). A la poesía no tanto, aparentemente, pero no anda muy lejos de las influencias de las novelas.   Tiene condensada en una estructura lingüística subversiva el sunami esperado con ansias por la sensibilidad como una ola, pues origina un lenguaje en otro, cuyo torrente sanguíneo dormido, explosiona por dentro.

Amable Mejia

Abogado y escritor

Amable Mejía, 1959. Abogado y escritor. Oriundo de Mons. Nouel, Bonao. Autor de novelas, cuentos y poesía.

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