Basta con detenerse en la luz roja de cualquier intersección de la ciudad para ver cómo anda el respeto a la ley y el sentido de autoridad entre motoristas y agentes de la Dirección General de Seguridad de Tránsito y Transporte Terrestre (Digesett). Mientras más concurrida, movida y peligrosa sea la intersección, mayor es el irrespeto y la irreverencia con la que se manejan los motoristas ante la mirada frustrada de los agentes de tránsito y la impotencia de los ciudadanos.

Día de semana, la luz roja desde cualquier dirección entre la avenida Winston Churchill y 27 de febrero se convierte en una encrucijada, aún cuando el semáforo le indique verde o el agente le ceda el paso, nadie que conozca el sistema se atreve a cruzar a confianza. Todos sabemos, porque lo hemos visto siempre, que de cualquier lado sale disparado un motorista a toda velocidad para encima suyo o en vía contraria, a pesar de que le corresponde parar en el semáforo en rojo. Mejor entréguese a la fe, rece un padre nuestro y dos ave María para que no cargue usted con el problema mayúsculo de chocar contra algún motorista imprudente que se comió una luz roja, como si la falta fuera suya y la irresponsabilidad de poner su vida en juego, fuera también su culpa.

Un poco más al este, nos vamos a la intersección donde se encuentra la misma 27 de febrero con avenida Máximo Gómez y se repite el mismo caos.

En ambos casos, y muchísimos más en la ciudad, coincide la altísima presencia de agentes de Digesett que la mayoría de los motoristas no respetan y que parece indicar, hasta con su misma actitud, que se rindieron, colgaron la toalla y entregaron la autoridad. Es como si fuera una carrera contra reloj en la que el motorista que pase más de 30 segundos en un semáforo, esté rojo, verde o amarillo, pierde. Sin contar con que en esa carrera, producto de su misma imprudencia lo que se juegan es su vida y la de aquellos que sí cumplimos con la ley, que nos toca responder, entregar la licencia si un agente nos detiene y pagar multas e impuestos en caso de infringir la ley. O en el peor de los casos, cargar con los gastos del infractor, si nos choca.

De nada valen las campañas, las nuevas medidas implementadas con miras a gestionar el tránsito de la ciudad si la ley solo le aplica a algunos. El orden debe imperar y para ello, la ley es la misma para todos. Un régimen de consecuencias selectivo, que en este caso privilegia al más imprudente, manda un mensaje errado a la ciudadanía; en nada favorece a la imagen de la institución y mucho menos la de los agentes que, estoy segura, hacen su esfuerzo por cumplir con su trabajo en una sociedad tan complicada como la nuestra.

De la misma forma en la que se ha ido enterrando aquella frase de “¿tú no sabes quién soy yo?” y las tarjetas o llamadas a funcionarios han perdido efectividad, hay que trabajar el respeto y el orden desde los más chiquitos hasta los más grandes. Además, los ciudadanos que apostamos al orden, a hacer las cosas bien y que tratamos de andar por la sombrita, por la derecha, nos desanima saber y ver que la ley y la rigurosidad aplica solo para nosotros.

Más orden, más rigurosidad, para que lo que se ha ido logrando y que tanto ha costado conquistar, no se empañe por las acciones irresponsables de algunos motoristas. No nos podemos rendir.

Paola Chaljub Then

Periodista

Periodista, locutora y presentadora de noticias. Madre de dos. La más chiquita de Dulce y Rafael.

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