Después de varias décadas participando en diversos escenarios de la acción, debates y análisis de coyunturas políticas del país, comienzo preguntarme sobre cuál es el impacto o trascendencia que para para los gobiernos y sus presidentes tienen en la población el tan esperado momento de las rendiciones de cuentas del primer mandatario de la nación ante el Congreso los 27 de febrero y 16 de agosto. Todos sabemos que conforme se acerca uno de esos momentos, las preguntas y especulaciones es sobre cuales sería los puntos que tratará el presidente en su discurso y luego las más encendidas y a veces absurdas interpretaciones de los contenidos de este. Este último 27 de febrero no ha sido distinto.
El primer comentario que hacen los comentaristas de la comparecencia presidenciales es sobre el tiempo de duración del discurso. Hasta ahora no he comprendido porqué esa reacción que parece automática, quizás con ello quisieran establecer la importancia o no del mismo, o quizás un recurso o instinto profesional de cierto valor introductorio. No sé. Pero creo que sobre la extensión del texto que recoge las memorias/rendición de cuentas deberíamos hacer algunos alcances. A ese propósito, la extensión de esta última del presidente Abinader, que duró 2 horas, 25 minutos y 46 segundos, me lleva a hacerme algunas preguntas. La primera es hacia qué público está dirigido un discurso de presentación de memorias. Un pensaría que si es muy largo, pocos lo escuchan y leerlo menos aún.
Esto último, sobre todo, en un país como el nuestro en que pocos leen y donde muchos de los que leen carecen de las herramientas que da la lectura comprensiva para entender un texto. Por tanto, es posible que esas piezas sólo la sigan un puñado de personas. Si es así, podría decirse que el esfuerzo que se hace para buscar y sistematizar los datos en que se sustentan las rendiciones de cuentas podría no corresponderse con los resultados, o sea que sería muy limitado el universo que realmente escucha o conoce el mensaje del discurso. Incluso, quizás muchos de los que opinan sobre este, no lo han leído, y si lo han escuchado, por su extensión, posiblemente no lo siguieron debidamente. Se dice que la atención de calidad a una exposición dura aproximadamente 45/50 minutos.
A esa circunstancia se agrega el canibalismo/tribalismo político, un lastre ancestral de nuestra cultura política que no cede, y que cada vez más expresa esa contradicción entre una sociedad que cambia sustancialmente en lo económico, pero con una pobre cultura política que se sumerge en el atraso y una clase política, con honrosas excepciones, que parece sentirse a gusto en el atraso. Por eso sus partidos, cuando son oposición, hacen una valoración de esos discursos absolutamente negativa, sin matizar, sin destacar lo rescatable. Es la costumbre de todos partidos de oposición, incluyendo, en su momento, al que hoy está en el poder. Cierto que no siempre las cifras de las rendiciones de cuentas son consistentes y a veces se incurre en inexplicables omisiones.
En caso actual, negar logros que están a la vista resta credibilidad a los políticos y a la política. No puede negarse que esta administración ha logrado importantes restricciones en las compras y contrataciones en las instituciones del Estado, muy visible en los gobiernos locales. Es notable, la sinrazón de las direcciones políticas y los legisladores del PLD/FU al exigir al gobierno que dé solución definitiva a temas como: el eléctrico, los déficits en la calidad de la del transporte, de la inseguridad ciudadana, migratorio, los puestos más bajo a nivel mundial en cuestiones accidentes mortales, niñas/adolescentes madres bajo entre otros, que ellos fueron incapaces de resolver cuando estuvieron en poder es cinismo, una hipocresía que degrada la política.
La tendencia de todas las rendiciones de cuentas, y la reciente no fue excepción, es a la ausencia de autocrítica, lo cual impide el imprescindible equilibrio en las cuentas para evitar esa sensación de panorama idílico que describe. Eso, independientemente de la fuerza argumental que puedan tener los datos y cifras con los que, en general, los presidentes defienden su gestión. Esa tendencia da pie a la oposición y otros sectores a ser absolutos en sus valoraciones. Para ellos todo es negativo. De igual modo, eleva el volumen de la vocinglería de la jauría que estos tienen en los medios y redes. En ese sentido, a la exagerada expectación existente antes de la comparecencia del presidente de turno ante el Congreso le sucede la vacuidad e insensatez de los comentarios. A pesar de las razones que se puedan tener.
Quizás por eso existe la percepción, en algunos, de que hay un alejamiento de la población del tema de la rendición de cuentas. Por consiguiente, podría ser conveniente hacer mediciones para calibrar el impacto de las memorias en la gente en su valoración de una determinad administración. Si inciden poco habría que, repito, pensar sobre cómo sacarle más provecho al esfuerzo de buscar y organizar las informaciones que sirven para dar a conocer las realizaciones de una gestión para demostrar su eficiencia en comparación con otras.
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